miércoles, 10 de mayo de 2023

Happy students


Every now and then, something unexpected happens in your daily routine, something funny that adds a sort of color and happiness when you are completely off-guard in the middle of the work.

Yesterday, two students entered dancing to the classroom, laughing and shaking a middle-size speaker that spread the music. They looked like two little girls, even though they are teens.

I have never seen that scene during my 35-years career as a teacher and, I must say, I was gratefully impressed, because it was a vision about how life is supposed to be for young people, far away from any adult-life bitterness and concerns.

Thank you for that, Sopia & Co.

viernes, 28 de abril de 2023

Periodistas, "youtubers", autopercepción y audiencias.


Publicado en Diario El Salvador (28 de abril de 2023)

Hace unos días, un grupo de medios digitales anunció la iniciativa “El Filtro”, un proyecto que dice tener como objetivo “realizar una verificación de hechos, detectar errores y noticias falsas” en los medios de comunicación.

El ejercicio así anunciado parece loable; sin embargo, al revisar su declaración de intenciones se ve que el objeto de su escrutinio no son los medios tradicionales, sino específicamente un grupo de comunicadores, youtubers e influencers, que según el criterio de los filtradores comparten contenido en redes sociales “sin tomarse la molestia de verificar o analizar la evidencia”.

Esto ha traído a la superficie una espinita latente en cierto sector del periodismo, acostumbrado a ejercer a sus anchas “el cuarto poder” (término popularizado en el siglo XIX en referencia a la enorme influencia de la prensa sobre los tres poderes formalmente establecidos: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial).

En apariencia, el punto en discordia sería la fidelidad a la verdad de unos (los periodistas) versus la propensión a desinformar de otros (los youtubers), cosa que se derivaría de los estudios especializados de los primeros como garantía de calidad de la información, desvalorizando per se el trabajo de los segundos.

Así, hemos escuchado desde frases discretamente desdeñosas (“un periodista sí puede ser youtuber, pero no todos los youtubers son periodistas” o “los periodistas somos creadores de contenido, pero no cualquier contenido”) hasta comparaciones tan osadas como impertinentes (“nadie tiene derecho de abrir una clínica sin ser médico; si quieren jugar al periodismo, estudien y aprendan un método de trabajo”). También han emergido antiguos decálogos del periodista, lo cual evidencia una percepción bastante noble y ciertamente idealizada de su propio oficio.

Ahora bien: más allá de los egos personales o celos profesionales, es un hecho que cada día son más personas las que optan por informarse a través de medios digitales en detrimento de los tradicionales. Estas nuevas formas de compartir y comentar la vida cotidiana no necesariamente compiten con el periodismo, más bien lo complementan, incluso a veces lo aventajan en cuanto a su capacidad de conectar con el público, ganar su atención y hacerse comprender.

Por otra parte, la afamada credibilidad de los medios tradicionales (nacionales e internacionales) ha venido en declive por justas razones, principalmente porque se presentan como objetivos, imparciales y críticos cuando en realidad siguen agendas políticas bastante evidentes, con sesgos flagrantes, actuando en muchos casos como activistas más que como periodistas.

Lo dicho anteriormente no vuelve a los youtubers más confiables por definición, pues entre ellos hay variedad de estilos y diversidad de intenciones: algunos son muy ingeniosos e interesantes, algotros son sensacionalistas y engañosos; los hay muy acuciosos con sus contenidos, mientras otros simplemente se basan en el “dicen que dicen”. En ese terreno, cada quién sabrá ganarse el aprecio o el rechazo del respetable.

No obstante, si de credibilidad y confiabilidad hablamos, recordemos que históricamente los primeros en crear y esparcir desinformación, hacer redacciones tendenciosas, lanzar propaganda encubierta, diseñar fake news y producir todos esos males informativos que impactan negativamente la percepción ciudadana no fueron los youtubers, sino algunos medios y periodistas históricos que faltaron a la ética profesional.

Así pues, en vez de emprenderla contra los mensajeros alternativos digitales contemporáneos, los quejosos/as deberían hacer un ejercicio de humildad y autocrítica, a fin de entender que la confianza de la audiencia no les vendrá ni del medio en que publican ni del título obtenido (mucho menos de la pedantería que exhiben), sino de una conexión auténtica con la vida, la realidad y el sentir de la ciudadanía, dignificando así la formación académica recibida.


domingo, 23 de abril de 2023

Daños colaterales


El término “daño colateral” se refiere a los perjuicios accidentales, no intencionales, causados a terceros como resultado de una operación militar, ya sea en sus bienes materiales o su integridad física. Estos daños han existido desde la más lejana antigüedad, pero el término como tal lo acuñó el ejército de los Estados Unidos en el contexto de la guerra de Vietnam. Actualmente su uso (literal o figurado) se ha ampliado a otros ámbitos, incluso en la medicina (donde son llamados “efectos adversos” de un medicamento, que en algunos casos pueden ser devastadores).

En la actual coyuntura sociopolítica de El Salvador, donde está vigente la medida constitucional del régimen de excepción desde marzo de 2022 para apresar a todos los miembros de las pandillas criminales, las autoridades han usado el término para referirse a aquellas personas capturadas erróneamente, sin ser miembros de dichas estructuras delincuenciales; es decir, son inocentes que psaron meses en prisión mientras se hacían las averiguaciones (algunos de los cuales llegaron a fallecer por diversas causas).

Se tiene entonces, por un lado, la presente política de seguridad del gobierno, que ha logrado desarticular casi por completo la actividad de las pandillas (con la subsiguiente reducción al mínimo de homicidios y demás delitos cometidos por estas estructuras); pero, en contraparte, también hay un conjunto de afectaciones a personas inocentes, producto de esa misma política.

¿Qué cabe hacer ante tal panorama? La verdad es que no existe una respuesta simple ni fácil.

Como punto de partida, sin faltar el respeto al dolor de las personas injustamente afectadas por la medida, es necesario aceptar que toda acción humana es susceptible de errores y que la probabilidad de cometerlos aumenta según sea el número de individuos involucrados en su implementación. Por supuesto, se trata de evitar estos yerros lo más que se pueda, pero en el campo de lo real se sabe que van a ocurrir y que se tendrá que lidiar con ellos.

Lo anterior crea la necesidad de hacer una evaluación permanente de la cuantía de los daños colaterales de la acción tomada, en contraposición a los beneficios objetivos y resultados de la misma.

Tomando como referencia la tasa de homicidios en El Salvador durante el periodo 2009-2018 (64 por cada 100,000 habitantes), en el país hubo aproximadamente 41,000 asesinatos en una década (casi 340 al mes, 11 al día). En contraparte, durante el régimen de excepción el promedio de homicidios ha bajado drásticamente a 2.3 por cada 100,000 habitantes. Ojo: pasar de 64 a 2 (o a lo sumo 3) no es cosa baladí, aparte de la reducción significativa de otros delitos graves como la extorsión.

Visto en una perspectiva temporal y desde un ángulo inverso, numéricamente hablando, el costo estimado en vidas humanas por no aplicar esta política de seguridad (bajo el argumento de sus imperfecciones) habría sido de 4,100 asesinatos anuales, aparte de continuar sin esperanza en la debacle social de las décadas anteriores.

Ahora bien: está claro que estos datos, aunque objetivos, no resuelven el dolor de los inocentes que han sufrido directamente los daños colaterales, pues ninguna explicación alivia el sufrimiento de las personas capturadas injustamente, tampoco de sus familiares.

No obstante, al ser la aplicación de esta política de seguridad una decisión consciente en defensa de la ciudadanía en general, el Estado debe redoblar esfuerzos para minimizar los errores en su aplicación y, además, considerar a futuro hacer una reparación simbólica de los daños colaterales, en los casos que corresponda.

miércoles, 19 de abril de 2023

El respeto a la opinión ciudadana

 


* Publicado en Diario El Salvador (18 de abril de 2023, página 25).  

El concepto de democracia (“sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por medio de representantes”) es más amplio y exigente que la sola realización de elecciones periódicas, pero no puede prescindir de un componente fundamental, sin el cual perdería su sentido: “la participación de todos los miembros de un grupo o de una asociación en la toma de decisiones”.

La Declaración Universal de Derechos Humanos establece que toda persona tiene tales derechos y libertades “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.

Dicho lo anterior, es curioso ver cómo en el contexto político actual hay cierto sector, que gusta de posar como intelectual, que reclama para sí el tener una influencia política privilegiada en virtud de sus títulos académicos, menospreciando la opinión mayoritaria del soberano, que es ese conjunto heterogéneo de personas al que llamamos pueblo.

Ese tipo de pensamiento elitista lo vemos particularmente en los análisis que ciertas personas e instituciones hacen de las encuestas de opinión pública, cuando se esmeran en desacreditar los datos por ellos mismos recolectados, atribuyendo el resultado a la supuesta ignorancia, desinformación o engaño de la población encuestada, incluso estableciendo correlaciones estadísticamente inválidas.

Su tesis de fondo (más o menos oculta por decoro) es que la población que así se ha manifestado no tiene el mismo derecho que los ilustrados para opinar de política y dar su voto a quien consideren que mejor vela por sus intereses, porque una minoría iluminada sabría qué es lo mejor para unos y otros, aunque no sea capaz de convencer al conglomerado social de la validez, sensatez y conveniencia de sus propuestas.

La presunta superioridad de la élite por encima del vulgo no es una idea política nueva, pues ya desde la antigüedad griega Platón se decantó por la República de los Sabios, una sofocracia en donde gobernarían los filósofos (sistema que él consideraba superior a la democracia).

Pero en este punto hay un error esencial. Es cierto que la sabiduría es una cualidad imprescindible en los gobernantes y, por otra parte, está claro que la formación académica superior es una aspiración legítima y deseable para toda persona; sin embargo, no hay evidencia de que la sabiduría se derive mecánicamente de la simple acumulación de saberes, más bien sobran ejemplos de opiniones y acciones insensatas producidas por personas bien tituladas.

El problema es que se confunde conocimiento con sabiduría, lo cual ya no es sostenible a partir de la conceptualización de las inteligencias múltiples (Howard Gardner, 1983). Recordemos que según este enfoque las personas tienen diversas capacidades en distintos campos de acción (verbal, matemático, espacial, auditivo, kinestésico, intrapersonal, interpersonal y naturalista). De aquí se sigue que la sensatez y la sabiduría no vienen dadas por la inteligencia académica sino por la inteligencia emocional, la cual involucra fundamentalmente lo intrapersonal (comprensión de sí mismo) y lo interpersonal (comprensión de las demás personas).

Ojo: no se trata de desacreditar a la academia, pues la educación formal proporciona valiosas herramientas para la vida personal y social; el punto es entender que tener un grado académico no implica necesariamente que la persona produzca un análisis más objetivo de su situación personal, social o política, libre de prejuicios y distorsiones ideológicas.

Así pues, al hablar de democracia es preciso entender que todos los miembros de una sociedad tienen el derecho a opinar a partir de sus propias vivencias y experiencias particulares, siendo cada opinión igualmente respetable y válida para el recuento general, sea cual sea su nivel educativo formal. Pretender lo contrario es esencialmente antidemocrático.

miércoles, 5 de abril de 2023

Para enmarcar

En mi séptimo ejercicio como coach del equipo de debate del colegio Externado de San José, creo que esta ha sido la ocasión en la que más he logrado balancear mi ímpetu con la autonomía del grupo, en el sentido de intervenir lo menos posible para que sean ellos quienes realicen la mayor parte del trabajo de preparación de los argumentos, si bien aún hay una parte importante de corrección y ajustes que me corresponde hacer (pero sin desvelarme).

Es así como en la XIV edición del Certamen de Debate Intercolegial, organizado por la ESEN, tenemos oficialmente el tercer lugar, conscientes de nuestros aciertos y sabedores de que no todo fue perfecto, pero contentos porque hicimos un esfuerzo muy respetable. Gracias Óscar, Camilo, Helena e Ingrid, por su dedicación y esmero para sumar un galardón más a esta bonita colección colegial de experiencias exitosas (que ninguna hay que darla por sentada antes de trabajarla arduamente). Gracias también a Leonardo y Ximena, por sus aportes como redactores auxiliares.

Posdata: Óscar ganó el premio al mejor orador, con una expresión del discurso tras la cual todos queríamos pasarnos ya mismo a las CBDC.

lunes, 30 de enero de 2023

Charla degradada

La evidencia meridiana de esta estafa intelectual la tuve de primera mano, como parte de la audiencia en una charla particular que se nos vendió como "de realidad nacional", la cual no fue sino una perorata hepática, una diatriba que podríamos haber leído perfectamente en las páginas editoriales de los periódicos más rancios.

La frase de apertura y la de cierre, por parte del ponente, dejaron en claro que iba a haber cero objetividad y sí mucha animadversión personal hacia el blanco de sus críticas. Cualquier asomo de imparcialidad quedó anulado no solo con palabras sino con gestos. Jamás se escuchó una reflexión que pusiera por encima el interés superior de la población (digamos, el cese de la masacre de baja intensidad a la que estuvo sometida durante las últimas tres décadas), de donde podría haber surgido un balance para entender el qué y el porqué de las cosas.

La parte indignante vino cuando el ponente, supuestamente por poner un ejemplo ilustrativo, elogió la disciplina y el compromiso "laboral" de miembros de estructuras criminales enquistados en una empresa obligada a aceptarlos y, además, legitimó implícitamente el delito de extorsión (tanto así que él mismo debió hacer la aclaración espontánea de "con esto no lo justifico, sólo lo explico").

La respuesta ante cualquier cuestionamiento, como podía esperarse, fue que la gente está dormida o engañada, cuando no sumida en la más profunda ignorancia. Dato curioso: esa misma gente, cuando en tiempos pasados las conveniencias y preferencias eran otras, era elogiada por su sencillez y sabiduría.

Tan carente de sentido fue esa exposición de bilis que ni siquiera levanté la mano para participar desde el público, pues comprendí que no había nada que hacer más que lamentarse por la degradación presenciada.

¡Descansen en paz el otrora sentido crítico del ponente y el prestigio de la institución a la cual representa!

lunes, 9 de mayo de 2022

Por qué existen las tareas escolares

No es exagerado afirmar que las tareas escolares son el suplicio de la mayoría de niños, niñas y adolescentes. Algunos llegan a describirlas como un auténtico instrumento de tortura en manos de sus despiadados maestros/as.

Desde su mismo diseño, todo nuestro sistema educativo da por hecho que, en el desarrollo de los programas de las diferentes materias, las tareas escolares son ineludibles. El cuerpo docente lo da por sentado, así como los padres y madres de familia.

La pregunta clave es ¿por qué existen las tareas escolares? ¿Qué principio, axioma, dogma, creencia, teoría u opinión las justifica?

A mi parecer, los distintos argumentos que hay detrás de las tareas escolares se pueden clasificar en tres categorías: convincentes, dudosos y ocultos.

ARGUMENTOS CONVINCENTES

El mejor argumento a favor de las tareas escolares es que el desarrollo y maestría en una habilidad únicamente se alcanza con la práctica constante, la cual debe hacerla el estudiante en su tiempo fuera de la escuela, porque de otra forma (si la hiciera completamente dentro de su jornada escolar) el avance sería lentísimo.

Tomemos como ejemplo los casos de factoreo en Matemáticas. Sin una cierta cantidad de ejercicios diarios realizados por el alumno/a en su casa, su expectativa de dominar el tema únicamente con lo que trabaja dentro del aula sería bastante baja y muy dilatada en el tiempo. Lo mismo podríamos decir de la lectura de un libro en Lenguaje y Literatura, aunque este fuese relativamente breve: no se podría terminar sino al cabo de un mes, dejando sin desarrollar todos los demás contenidos. Igual sucede con la preparación personal de una exposición o de un examen: sólo con el tiempo dentro del aula no alcanza.

Otro buen argumento en el mismo sentido es que la tarea escolar refuerza el aprendizaje.

ARGUMENTOS DUDOSOS

Hay una gran variedad de argumentos que recalcan la importancia y conveniencia de las tareas escolares por los beneficios colaterales que estas aportan, pero son más o menos dudosos principalmente porque las tareas no son ni la única ni la mejor manera de lograr tales beneficios.

En esta categoría entran razonamientos como que las tareas escolares ayudan a crear hábitos de trabajo, forman disciplina, obligan a organizar el propio tiempo y favorecen la interacción entre padres e hijos. Si se piensa bien, todo eso es muy debatible y en todo caso dichos logros se pueden alcanzar sin necesidad de las tareas.

ARGUMENTOS OCULTOS

En el núcleo de las tareas escolares hay una razón que generalmente permanece oculta. Docentes, padres y madres de familia la piensan, la aceptan e incluso la exigen, pero pocos la dicen explícitamente, pese a ser su motivo más importante y fundamental.

Esta razón existe a nivel axiomático y es la siguiente: el ocio es intrínsecamente perjudicial para niños, niñas y adolescentes.

Conforme a este axioma, las tareas escolares existen para reducir la desocupación infantil y juvenil, evitando así que los/las estudiantes divaguen su atención en actividades perniciosas. A más tareas, menos vagancia; a más trabajo en casa, menos tentaciones. Así de claro, así de tajante.

Pero hay otra razón todavía más oculta para las tareas escolares. Esta tiene que ver con la sobreexplotación laboral y ocurre sobre todo en instituciones educativas de prestigio, característica fundamentada en su nivel de exigencia.

Si equiparamos la jornada académica de los menores de edad con la jornada laboral de los adultos, resulta claro que las tareas escolares son un trabajo fuera de horario (literalmente horas extras). En este sentido, el sistema normaliza el trabajo extra que se hace desde casa, instaurando la idea de que, para conseguir destacarse académica o laboralmente en un sistema hiper competitivo, hay que sacrificar al máximo el tiempo de recreación personal, familiar y fraternal.

Un claro ejemplo son los estudiantes de medicina, quienes se ven sometidos a extenuantes jornadas académicas bajo el argumento de prepararlos porque "así les va a tocar en su vida profesional”. Ese mismo argumento se replica en bachillerato, donde se les prepara para cuando lleguen a la universidad en una carrera muy demandante o a un trabajo “donde hay hora de entrada, pero no de salida”. Ese mismo argumento se replica en tercer ciclo, donde se les prepara para el bachillerato. Ese mismo argumento se replica en primaria, donde se les prepara para tercer ciclo.

El mensaje es implícito pero claro y contundente a la vez: si la vida adulta es así de dura, endurezcamos a la juventud desde la escuela. Y para ese sistema hiper competitivo, esto es más funcional que la transformación del sistema mismo.

 

domingo, 8 de mayo de 2022

Góchez Sosa contra El Diario de Hoy


Esta es la historia de cómo mis padres, Rafael Góchez Sosa y Gloria Marina Fernández, demandaron a la Editorial Altamirano Madriz S.A. (El Diario de Hoy) hace 40 años... y ganaron.

Desde que tengo memoria, en la casa de mi muy lejana infancia existió por varios años un cuarto orilla de calle conocido por todos en la familia como “el despacho”.

De mi percepción de niño, en la primera mitad de la década de 1970, tengo el vivo recuerdo de que mi padre o mi madre se levantaban todos los días a las 4:00 de la madrugada para abrir y recibir a un camión que dejaba unos bultos que caían sordos sobre el piso, los cuales luego supe que eran varios paquetes de 100 ejemplares cada uno del periódico El Diario de Hoy, que desde ese local eran distribuidos a los canillitas de Santa Tecla (de quienes recuerdo sobrenombres como “El Jotoy” y “El Campión”, este último indefectiblemente llegaba de último a traer su paquete). Más adelante supe que en algún momento la agencia de mis padres también distribuyó La Prensa Gráfica, pero para ese entonces ya sólo trabajaba con El Dioy.

Recuerdo borrosamente que una tarde lluviosa, que debió ser entre 1975 y 1977, alguien llamó a la puerta. Era una señora madura y muy elegante en un vehículo negro de aspecto lujoso, motorista uniformado incluido, y preguntó por mis padres, quienes no estaban en casa. Acto seguido la señora comenzó a expresar, en creciente voz alzada, un extenso recado que no recuerdo en detalle, pero que sonó como a reclamo y conminación por algún tipo de grave falta que mi padre habría cometido en su relación con los Altamirano Madriz.

Al regresar ellos a casa y trasladarles más o menos el mensaje, supe que aquella señora era la mismísima Mercedes Madriz de Altamirano. Escuché de mis padres algunos comentarios sueltos sobre el tema, pero realmente nunca me contaron con claridad, ni siquiera en un bosquejo general, cuál había sido el motivo de tal enardecida visita. Unos días después, los paquetes de periódicos dejaron de llegar para siempre: la agencia había sido cerrada.

Quienes conocieron a mi padre, el poeta y docente Rafael Góchez Sosa, saben que su vida transcurrió angustiosamente entre dos facetas antagónicas, la luz y la sombra, un auténtico Jekyll y Hyde. Sobrio, mi padre era un hombre lleno de sabiduría, elocuente, solidario, generoso, responsable y campechano; ebrio, era todos los adjetivos dolorosos que una familia tenga que soportar sin poder defenderlo.

(La resolución personal de este tema está en la Carta a mi padre que publiqué en 1994 y no tengo más que agregar.)

Menciono lo anterior porque durante décadas estuve con la duda de si mi padre realmente había tenido alguna responsabilidad que justificara la ruptura con los Altamirano Madriz, considerando esas etapas oscuras en que cada seis u ocho meses se sumergía. Nunca lo sabré con detalle, pero hoy encontré unos documentos antiguos que me aclaran bastante el asunto, al unirlos con los retazos del pasado.

Legalmente hablando, la agencia de distribución de El Dioy constituia una relación laboral con sus dueños, por lo que al cerrarla de hecho (es decir, de facto, sin que mediara un proceso judicial) realmente lo que estaban haciendo era despedirlos. Y como el Código de Trabajo establece que un despido de hecho se presume injustificado… da lugar a una indemnización.

Así pues, amparados en la ley, mis padres demandaron a Editorial Altamirano Madriz S.A. por daños y perjuicios. No es menor el hecho de que lo hicieron en la época de la dictadura militar del general Carlos Humberto Romero, de la cual El Dioy siempre fue encubridor y aliado, y el proceso continuó por varios años, ya en el contexto de la guerra civil.

En nuestra casa, “el despacho” no fue desmantelado sino hasta que llegó la tan esperada inspección del juez, quien supongo que también tomó declaración a varios de los canillitas para comprobar que efectivamente allí había estado la agencia de distribución.

Después de una larga batalla legal, en la cual El Dioy agotó todos los recursos (llegando incluso a interponer un recurso de casación ante la Sala de lo Civil de la Corte Suprema de Justicia), finalmente el 22 de julio de 1982 Editorial Altamirano Madriz S.A. no tuvo más opción que emitir el cheque certificado a favor de mis padres, por la cantidad de veintiún mil cuatrocientos noventa colones con cincuenta y ocho centavos, en concepto de indemnización por despido injustificado.

¿Qué representaba esa cantidad en 1982?

Hago la siguiente comparación a partir del único dato que me consta: que en 1979 un Volkswagen escarabajo nuevo, de agencia, costaba once mil colones y era prácticamente el vehículo más económico (porque el Cherito no cuenta, ni siquiera llegaba a carro). Extrapolando a 2022, su equivalente por accesibilidad bien podría ser el Hyundai Atos de trece mil novecientos noventa dólares. Entonces, haciendo la relación proporcional, aquellos 21,490.58 colones de 1982 bien equivalen a unos US$ 28,000 dólares en 2022, nada mal para una indemnización.

Pero hay un detalle inquietante: según los documentos encontrados, en el mismo acto de recibir ese dinero mis padres también saldaron una deuda de cuatro mil trescientos nueve colones con cuarenta y dos centavos, que tenían con Editorial Altamirano Madriz S.A. ¿Por qué? No lo sé.

Al final de cuentas, pues, don Rafael y doña Gloria recibieron un total de diecisiete mil ciento ochenta y un colones con dieciséis centavos (US$ 22,000 dólares hoy en día), de los cuales hay que descontar seis mil colones en concepto de honorarios del abogado (aproximadamente US$ 7,700 en la actualidad).

¿Y qué fue de ese dinero? Si creen que nos dimos la gran vida, se equivocan. No hubo nada de viajes, lujos ni placeres. Esos once mil ciento ochenta y un colones con dieciséis centavos netos (casi US$ 14,500 en la época actual) sólo sirvieron para pagar deudas y obligaciones patronales del Liceo Tecleño, la empresa educativa familiar que para entonces ya estaba en números rojos y muy próxima a su desaparición.

Así concluyo esta anécdota familiar entre dudas y certezas, pero con un comentario inevitable: ¡qué bonito se siente ver un documento legal que obligó a un poderoso a pagar por una arbitrariedad!

jueves, 5 de mayo de 2022

De mis evaluaciones subjetivas

En la vida docente, no es extraño que haya estudiantes (o sus padres y madres) que se quejen de que mi evaluación de cierta actividad suya es “subjetiva”, especialmente cuando obtienen una calificación por debajo de sus expectativas.

(Entre líneas: en más de 30 años de ejercicio de la profesión, sólo una persona me ha reclamado porque le puse más nota de la que, según su criterio, merecía en cierta actividad.)

En este punto, es importante entender que a nivel filosófico, psicológico y pragmático, hay variados estudios y suficientes argumentos para afirmar que, en las relaciones humanas (y la educación como parte esencial de ella), la plena objetividad no existe: esta es una utopía o un ideal al cual, en el mejor de los casos, podemos esforzarnos en acercarnos.

Incluso la así llamada “prueba objetiva” (como un examen de selección múltiple) está sujeta a ciertas variables subjetivas, desde la misma redacción de la pregunta y las opciones de respuesta, hasta la interpretación de las mismas por parte del docente y del estudiante. Aparte, este tipo de exámenes es adecuado únicamente para una pequeña porción de las inteligencias múltiples.

(Para quienes creen que los exámenes de matemáticas son el reino de la objetividad docente, permítanme preguntarles: ¿cuál de estos profesores/as es "objetivo": aquel que les da puntos por procedimiento aunque la respuesta sea incorrecta, ese/a que sólo acepta respuestas correctas o quien no les acepta una correcta por falta de procedimiento? Verán que en todos los casos media una decisión a partir de consideraciones subjetivas.)

Ya en el campo de las humanidades y en mi área de especialización, como es Lenguaje y Literatura, hay infinidad de actividades que exigen la apreciación de habilidades como la redacción, coherencia, expresión vocal, estética, creatividad, etc. de los estudiantes. Allí la pretendida objetividad puede ser aún más difícil, en la medida en que quien asigna las calificaciones es un subjectum, es decir, un “yo” como individuo ejerciendo el rol de maestro/a, exactamente como lo hace un juez en una competencia olímpica de gimnasia o clavados.

Con lo dicho hasta acá, el punto crítico no es que la evaluación que realiza un/a docente pueda ser “subjetiva”, sino que esta no debe ser caprichosa, antojadiza, prejuiciada, variable en función del propio humor, asignada sin criterios justificables, etc.

Por ejemplo, si la actividad evaluada es una representación de una escena teatral, yo como docente no puedo simplemente asignar una nota global sobre la opinión general de si me gustó o no me gustó, si me dio sueño o no y, menos aún, motivado por si me caen bien o me son antipáticos los chicos/as de ese grupo en particular.

Lo que sí puedo y debo hacer es especificar parámetros tales como el manejo de la voz (volumen, pronunciación, entonación), la expresión corporal (movimientos controlados, gestos, códigos proxémicos), la ambientación (escenografía, vestuario, sonido), etcétera. A cada uno de dichos parámetros, anunciados con anticipación, perfectamente les puedo asignar una nota numérica que considere apropiada, y que sea yo como docente (es decir, el subjectum) quien valore el grado de cumplimiento de los mismos jamás le quita validez al acto de ponderar.

Claro está que siempre existe la posibilidad de que alguien (desde su afectación subjetiva o interés particular) discuta una calificación en alguno de dichos criterios, por ejemplo la pronunciación (típico caso: “yo pronuncio bien porque me entiendo”), pero allí no estamos ante una contradicción de "objetividad versus subjetividad", sino en un conflicto de subjetividades, caso en el cual debe prevalecer el sano y honesto criterio docente (que para eso está).

Si la inconformidad persiste, procede entonces la mediación de las respectivas instancias institucionales, ante quienes el maestro/a tendrá que justificar sus apreciaciones, involucrando lo menos posible sus emociones, pero ojo: no olvidemos que en ninguna parte de este proceso estamos hablando de datos científicos “objetivos”, sino de pareceres que por su misma naturaleza se ejercen desde la propia subjetividad (que no es lo mismo que generarlos antojadizamente desde el puro capricho).

En suma: a mí como docente (o sea, como sujeto), pídanme las justificaciones necesarias para una nota, que estoy en la obligación de dárselas a partir de los criterios razonablemente explicados desde la asignación de la actividad, pero no me vengan con el mito de la objetividad... como defensa subjetiva.

viernes, 15 de abril de 2022

¡Lo hicimos de nuevo!

Estos son Cristopher, Elías, Isis y María Fernanda, mi equipo de debate ESJ 2022, con quienes obtuvimos el primer lugar en el relanzado Certamen Intercolegial que la ESEN organiza anualmente (pues había dejado de realizarse por dos años, a causa de la suspensión de clases presenciales por la pandemia). Mª Fernanda también ganó el premio a la mejor oradora, con una interpretación magistral del discurso aportado por Megan.
La convocatoria nos tomó un poquito desprevenidos, pero en el camino logramos hacer una audición relámpago, conocer a los integrantes y presentar casos bien fundamentados, cada vez con mayor manejo de la técnica. Estos chicos sacrificaron parte importante de su tiempo, así como su presencia en una tradicional celebración colegial, por estar en estas lides. Independientemente del puesto obtenido, me satisface haber colaborado con su aprendizaje.
De aquí a 2027, cuando alcance la edad de jubilación, me quedarían cinco debates, en los que espero estar a la altura de las expectativas de los chicos y chicas de las próximas promociones que quieran estar en estas tensiones educativas.