En los últimos meses a cierto tipo que conozco le ha dado por la monomanía de conocer la obra completa de este, aquel y el de más allá; labor encomiable desde el punto de vista de la erudición y el mito de la completud, pero de la cual tengo serias reservas que me invitan a no acompañarlo en tal esfuerzo.
Cuando uno conoce la obra completa de un autor, inevitablemente acaba descubriendo que no en todos sus momentos fue tan genial ni tan admirable. Uno se da cuenta de que aquello previo a su clímax estético es, si acaso, una prefiguración (con interés puramente académico) de lo que en verdad vale la pena, y lo que viene después suele percibirse como decadencias o banalidades, con lo que a menudo se acaba teniendo una ingrata y equivocada imagen de mediocridad.
Pasó en su tiempo con García Márquez, con su antes y después de sus cien años y el patriarca; pasó -y con mucha mayor diferencia entre unas y otras- con el Salarrué de los "Cuentos de barro" y el insufrible oriental-esotérico; podría pasar hasta con los Beatles (¿alguien ha intentado disfrutar de "Blue jay way"?) y el Teniente Columbo (no quiero ni mencionar un olvidable episodio situado en México, si nos ponemos en afanes de coleccionista); y capaz que hasta con Mozart y Beethoven, que tienen bastantes piezas de puro relleno.
Así pues, cuando me gusta un libro, una canción, una película u otro tipo de obra artística, y por ello quiero más de sus creadores/as, tengo bastante cautela y, ciertamente, no voy a por su obra completa: que es preferible un "hey, qué belleza tan ingeniosa" en lo poco y en lo parcial, que un "ah, después de todo no era para tanto", en lo mucho y lo total. O lo que es igual: al fin y al cabo... ¡el autor sólo es un ser humano!
lunes, 28 de junio de 2010
martes, 15 de junio de 2010
Tres años en seis meses
La experiencia de leer "El Terror", de Dan Simmons, sólo puede ser comparable a la sensación de ir hacia ninguna parte vivida por los tripulantes del Terror y el Erebus atrapados en el ártico durante más de tres años; es decir, sólo se puede leer en las condiciones en que lo leí: sabiendo que era sólo para pasar un cierto inevitable tiempo de espera regularizado, que oscila alrededor de 60 minutos durante dos días a la semana, emergencias aparte, donde no tengo nada-nada más que hacer, ni dormir ni siquiera disfrutar de una vista agradable.
Tardé seis meses en esas condiciones, intercalando otros tres libros más pequeños por motivos académicos; dudo mucho que hubiera podido finalizarlo en condiciones de lectura normales y con alguna expectativa de gozo, recreación, placer, intriga o misterio; que de todo ello hay algo en este voluminoso libro (por fortuna, prestado), pero que este autor se las ingenia para dejarlo perder. Trátase de una lectura de poco más de 750 páginas sin esperanza, donde las tramas y motivos se pierden en una multitud de descripciones repetitivas, redundantes después del primer centenar de folios, con una maraña de nombres que pretenden infructuosamente sacar del anonimato a la masa de marineros y oficiales; donde lo que por un momento parece ser el motivo principal (la lucha que se va configurando entre el capitán Crozier y la terrible Criatura), acaba en un final que no por poético al estilo romántico (ruptura con la civilización, búsqueda de ideales imposibles, etc.) deja de fracasar... ¡tan literaria y literalmente como la expedición misma!
Tardé seis meses en esas condiciones, intercalando otros tres libros más pequeños por motivos académicos; dudo mucho que hubiera podido finalizarlo en condiciones de lectura normales y con alguna expectativa de gozo, recreación, placer, intriga o misterio; que de todo ello hay algo en este voluminoso libro (por fortuna, prestado), pero que este autor se las ingenia para dejarlo perder. Trátase de una lectura de poco más de 750 páginas sin esperanza, donde las tramas y motivos se pierden en una multitud de descripciones repetitivas, redundantes después del primer centenar de folios, con una maraña de nombres que pretenden infructuosamente sacar del anonimato a la masa de marineros y oficiales; donde lo que por un momento parece ser el motivo principal (la lucha que se va configurando entre el capitán Crozier y la terrible Criatura), acaba en un final que no por poético al estilo romántico (ruptura con la civilización, búsqueda de ideales imposibles, etc.) deja de fracasar... ¡tan literaria y literalmente como la expedición misma!
sábado, 12 de junio de 2010
Un artículo de ventajas y desventajas
Toca ahora compartir este mi artículo aparecido en LPG, sobre las bodegas de la mente. Siguiendo la intuición, un clic sobre la imagen basta para llegar al texto en cuestión.
viernes, 11 de junio de 2010
Cíclope provisional
Debido a mínimas y cautelosas circunstancias quirúrgicas, me encuentro en desuso momentáneo de mi ojo izquierdo, con la consiguiente imposibilidad de ver estereoscópicamente (o sea, en "3D") y la ausencia repentina de la sensación de profundidad de campo, más grave cuando la memoria no alcanza para recordar qué está más cerca y qué más lejos en el entorno. Este detalle técnico me hace preguntarme cómo hacían los cíclopes mitológicos para atinarle los garrotazos a sus enemigos. Sin complicaciones a la vista, espero que en un par de días ya pueda levantar la cortina de piel que sobre el globo ocular se tiende al momento de teclear estas líneas y todo vuelva a tener volumen ante la percepción, que esto de la vida monocular interesa sólo como experiencia breve, momentánea y circunstancial.
sábado, 5 de junio de 2010
Cuestión de imagen
Vi hace algunos meses "The fall" (2006) y hace unos minutos "The cell" (2000), ambas películas del director Tarsem Singh, un Dalí de la cinematografía. La diferencia entre ambos filmes está en la mayor o menor profundidad de los personajes, aspecto muy mejorado en la más reciente, aunque ambas tramas se siguen con interés. Pero argumentos aparte, a lo que uno se puede volver adicto es a esas colosales composiciones oníricas y surrealistas de lento, precioso y a veces aterrador movimiento. A veces, las imágenes con música pueden llegar a serlo todo.
jueves, 3 de junio de 2010
Lentes de viejito
Finalmente, los lentes de viejito están aquí, en mí. Aun con la relativa molestia de cambiar de aparatos cada vez que deba ponerme a leer, y pese a la incomodidad mínima que supone su permanente portación, enfundados en su estuche, yo los encuentro absolutamente preferibles ante los multifocales o progresivos, que se me hacen traicioneros, estrechos y esclavizantes al libre movimiento capital. Añado que la sensación del nuevo par es increíblemente agradable, como si uno estuviera en una burbuja aeroespacial de medio metro de radio, a nublada distancia del mundo que lo rodea, inmerso únicamente en las palabras que brotan del libro de ocasión con cristalina claridad. Eso sí, a partir de ahora, favor de no confundir: ¡que no por tener presbicia soy presbítero!
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