“La cuestión central no será si se cree o no en Dios,
sino en qué Dios se cree”
José María Mardones en "Matar a nuestros dioses"
El título del libro “Matar a nuestros dioses”, del teólogo y religioso español José María Mardones (1943-2006), expresa con precisión provocativa su propósito fundamental, derribar ciertas imágenes monstruosas de Dios, que considera erróneas y dañinas -a saber: el Dios del miedo, milagrero e intervencionista (la más difícil de erradicar), hambriento de sacrificios, impositivo y dictatorial, externo y lejano, individualista y violento- y sustituirlas por sus respectivas antítesis, es decir, el Dios del amor, bienintencionado, de la vida, de la libertad, que nos rodea, solidario y pacífico.
Para seguir fructíferamente su línea de pensamiento se requiere receptividad, apertura mental y espíritu librepensador. Aunque el autor –por su filiación, prudencia política y espíritu constructivo- se cuida mucho de no manifestar con tanta vehemencia una postura explícita opuesta a la ortodoxia católica reflejada en los textos oficiales, es evidente que estas consideradas falsas imágenes de Dios contra las que apunta su argumentación provienen de las enseñanzas tradicionales cuya fuente misma hay que ver con ojos críticos (“No estaría mal que aceptáramos los pecados de la Escritura, de la misma Biblia y de cualquier libro sagrado: ofrece imágenes inadecuadas y peligrosas de Dios”).
No obstante lo anterior, el autor fundamenta la imagen de un Dios benévolo, respetuoso y amoroso para con el ser humano, en textos e interpretaciones bíblicas cuidadosamente seleccionados, teniendo presente que en la Biblia no hay una única imagen de Dios y que lo razonable es tomar aquella que sirva de base, en palabras de Mardones, para “una vivencia positiva y sana de la religión. En definitiva, una religión y un Dios presentables en la plaza pública”. Lo interesante de esta propuesta es que depende de la opción humana, con lo cual aparta radicalmente de los nefastos fundamentalismos y fanatismos opresores de conciencias.
Comentario especial merece el subtítulo del libro, “Un Dios para un creyente adulto”. No se trata de que esta imagen progresista de Dios se predique y difunda únicamente entre personas mayores mientras a la niñez y juventud se le sigue presentando su contraparte. Se trata de que la imagen de Dios que se anuncia a las personas de todas las edades sea la de un Dios evolucionado, de modo tal que desde la infancia se pongan las bases para ese “creyente adulto” que se busca, en contraposición al creyente inmaduro, literalista, obcecado, bipolar y primitivo que tanto daño ha hecho en la historia.
Concluyo este comentario con una cita del autor, muestra representativa de su pensamiento y pequeña prueba de compatibilidad para quienes quieran buscar la obra y revisar sus propias convicciones.
“Tanto creyentes como no creyentes, cuando lo hacen con seriedad y de buena fe, son seres que se mueven en afirmaciones sobre el sentido de la realidad y de la existencia que solo pueden sostener razonablemente. No hay pruebas definitivas para nadie sobre la totalidad y sentido de la realidad y de la vida. Y hay razones tanto para la existencia de Dios como también para su no existencia”.
3 comentarios:
Estos últimos temas teológicos están interesantes, pero como que no tienen mucho pegue entre sus fieles lectores ;) ¿qué será?
Acertada observación, Silvia. Los temas considerados "elevados" -aunque importantes- motivan bastante menos comentarios que otros temas simples -que tienen su lugar, sí, pero no deberían ser los últimos horizontes. La pereza para entrar en reflexiones filosóficas de este tipo es a la vez causa y consecuencia de la gran aceptación que tienen algunas prédicas religiosas y políticas bastante ajenas al desarrollo del pensamiento en la historia de la humanidad.
Creo que es tiempo de desechar la idea de Dios como individualidad abstracta y optar por buscarlo (e identificarlo) en todo aquello que universalmente se acepta como 'bueno' para nuestro ser o para los demás (gestos, acciones y pensamientos que producen felicidad, o simplemente reducen el sufrimiento, siempre que no dañen a nadie). En este sentido es relativamente fácil explicar la dimensión omnipresente (¿cuanta gente hay en este preciso momento haciendo el bien simultáneamente? ¿Está Dios en todos esos sitios?) y omnipotente (¿no hemos experimentado todos alguna vez cómo hasta lo más impensable puede conseguirse o alcanzarse mediante la fuerza del amor?) de Dios. Es más, está escrito en la Biblia desde el principio. Primera de Juan, 4:8.
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