La noticia cultural de 2014 sin duda es el descubrimiento del plagio descarado que cometió un joven escritor en un certamen literario de la Guanaxia Irredenta.
Desde el punto de vista de este chico listo, seguramente el plan era “ganar-ganar”, con estas opciones:
- Sin premio y sin descubrirse el plagio: podría poner en duda el criterio del jurado, que no premió a autores consagrados.
- Sin premio pero con el plagio descubierto: nadie lo iba a condenar en público por intentarlo, a lo sumo habría una llamada de atención en privado.
- Con premio y sin descubrirse el plagio (contando con que en este tipo de certámenes la promesa de publicar la obra de los ganadores casi nunca se realiza): disfruta del dinero y del prestigio.
- Con premio pero con el plagio descubierto (como fue el caso): se defiende alegando que su acción fue para poner en evidencia la incompetencia de una ya de por sí cuestionada Secretaría de Cultura y de paso reivindicar una “protesta social” contra la falta de oportunidades que se les dan a los jóvenes, tal como dijo en el periódico.
En el trasfondo de todo esto hay algo de mala fe y mucha mentalidad de pillo: “intento timar, si no me descubren son tontos y si me atrapan me hago la víctima”.
Pese a lo anterior, el osado acto de este jovencillo ha puesto sobre el tapete algunos puntos preocupantes, a saber:
- La falta de atención, bagaje literario, esmero o celo de los miembros del jurado y las personas a cargo de la edición del libro publicado, sobre todo en tiempos de Google.
- La penosa tradición nacional de plagios que involucran a connotados escritores como Álvaro Menén Desleal y Orlando Fresedo, por mencionar los más conocidos.
- El menosprecio que el sistema hace de cualquier posible jurado, de quien cada día es más difícil lograr su colaboración ya que, por ley, no se le paga por el trabajo que hace (ver reglamento de juegos florales, D.E. Nº35, 29/4/96), lo cual es un insulto al conocimiento requerido para hacer su labor.
- La historia oculta de componendas entre escritores y jurados de certámenes literarios, de las que en los corrillos literarios se saben anécdotas que, obviamente, nunca se harán públicas.
- La facilidad con que cualquier imberbe (sea de letras o de fútbol) se lanza a este tipo de aventuras, ateniéndose a la impunidad generalizada.
En suma: ¡qué pena!