Escribo estas líneas todavía emocionado porque mis chicos/as del ESJ lograron el primer lugar en el IX Certamen Intercolegial de Debate, organizado por la Escuela Superior de Economía y Negocios.
Si bien en 2010 ya se había ganado este certamen, en aquella ocasión apenas di un par de consejos la tarde anterior, pues la iniciativa de participar y la preparación misma estuvo a cargo de los propios participantes, una de ellas mi ahijada.
En los años siguientes, me limité a transmitir la invitación a estudiantes que mostraron interés en el evento, pero objetivamente no tenía disponibilidad de tiempo para ayudarles en su preparación, así que fueron sin mayor tutoría, igual que sus predecesores.
Recuerdo particularmente a un grupo de excelentes estudiantes de esa época que, pese a sus habilidades académicas y de expresión, no logró llegar hasta la Final Four. Este síntoma y otros indicadores me hicieron ver que año con año el nivel de dificultad del evento había ido aumentando, pues cada vez eran más los equipos que se preparaban con respaldo institucional y con mayor anticipación.
Entonces vi que no era justo enviar participantes que, aunque fuesen capaces y entusiastas, no tuvieran el debido apoyo, pues estaban en franca desventaja.
Afortunadamente, esta tesis encontró eco en la dirección del ESJ y así, a finales de 2014, iniciamos el primer proceso organizado para conformar y preparar un equipo que cumpliera las expectativas que naturalmente genera una institución de consolidado prestigio académico.
Con ese equipo que participó en el Certamen 2015 (formado por Sonita, Pablo, Paola y Jackie) logramos un meritorio tercer lugar y su experiencia de aprendizaje fue muy significativa, más allá del galardón obtenido.
En la edición 2016, un equipo tan bueno como el anterior pero con características marcadamente distintas (Marcelo, Jenny, Mario y René) alcanzó el segundo lugar. Aquí incorporamos por primera vez, en cierto momento, a dos redactoras auxiliares: Amalia y Fátima. Valoramos favorablemente todo el proceso, pero como en toda competencia quedó esa micro espinita de que pudimos haber ganado.
Y así llegó 2017, cuando hicimos los ajustes necesarios para capitalizar las experiencias de los años anteriores. Este equipo tuvo a Hugo, Denisse, Betsy e Ivonne, todos de cualidades excepcionales tanto en la expresión como en la investigación y organización del contenido. A ellos sumamos el singular talento discursivo de Murcia, así como la colaboración de Paty como redactora auxiliar.
La cuota de sacrificio invertida en esta participación fue grande, como la de años anteriores, y de la misma forma, desde antes del último día de competencia, la satisfacción estaba asegurada por el hecho de estar entre los cuatro finalistas y haber logrado aprendizajes importantes. Claro que en una competencia de este tipo es bonito ganar, pero nuestra mentalidad explícita fue valorar la experiencia más allá del resultado.
¡Pero ganamos!
Y ese logro, además de la alegría por el premio, tiene una satisfacción muy especial, que me interesa compartir.
La dinámica del certamen es así: acerca de un tema asignado hay dos posturas opuestas, las cuales deben ser preparadas por los equipos participantes y, justo antes de comenzar el debate, se sortea qué postura defenderá cada cual, con independencia de la opinión personal de cada uno de los debatientes.
He aquí lo interesante: cada uno de los contendientes va entendiendo que existen las opiniones contrarias, y que estas tienen ciertas bases y fundamentos que deben ser estudiados y rebatidos con argumentos sólidos. El resultado es necesariamente educativo, pues no hay lugar a fanatismos ni intolerancias.
Y no obstante, a veces aparecen ciertos temas que tocan la sensibilidad y chocan con ciertos valores personales adquiridos o en formación… como ocurrió en esta ocasión.
¿Cómo proceder entonces?
Luego de meditar bien el tema decidimos que, si nos tocaba defender esa postura que no encajaba con historias familiares y valores institucionales, teníamos que buscar una manera de ser coherentes ante todo con nosotros mismos, manejando con mucha precisión y pinzas quirúrgicas los argumentos que nos permitieran sostener el debate con solidez pero sin traicionarnos, siendo al mismo tiempo conciliadores y propositivos.
¡Y vaya que lo logramos!