En las últimas tres semanas estuve trabajando intensamente con el equipo representante del Colegio Externado de San José en el VII Certamen de Debate Intercolegial, organizado por la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN), en el cual participaron 32 instituciones educativas. Luego de quince días de investigación y ensayos, fuimos superando las fases eliminatorias de la competencia y finalmente quedamos en tercer lugar.
Una actividad de este tipo tiene muchas ventajas y aportes académicos para todas las partes involucradas, pero me interesa subrayar la valoración del logro como indicador de autoestima.
Ese diploma que nos acredita el tercer lugar ha costado mucho trabajo. Refleja el compromiso de cada uno de los integrantes del equipo para dar lo mejor de sí, desde las condiciones concretas de su vida, esto es: su carga académica estándar, las actividades extracurriculares y sus demás ocupaciones fuera del ámbito escolar. Haber construido los méritos para recibir esta distinción es cosa digna de celebrarse, por todo lo que ha implicado.
No obstante, en el contexto de una competición siempre hay una tentación dañina de la que conviene alejarse, por sanidad mental, esto es: cuando el esfuerzo por conseguir logros se transforma en una enfermiza visión competitiva piramidal, reflejo y al mismo tiempo refuerzo de una estructura social organizada a partir de la ley del más fuerte. Desde este punto de vista, claramente observable en la excesiva jerarquía de notas en la escuela, en los deportes de masas y en otros ámbitos de la vida social, sólo el primer lugar cuenta ("the winner takes it all") y todo lo demás es fracaso.
Cuando esta perspectiva es exacerbada, en vez de propiciar y alentar la superación personal y la satisfacción por los logros alcanzados, fomenta sentimientos dañinos como la envidia, el resentimiento, la soberbia, la frustración y la culpa, impidiéndole a la mayoría de personas ver, asumir y celebrar sus propios logros alcanzados en el proceso.
Obviamente, tampoco se trata de ir al otro extremo y celebrar todo indiscriminadamente, pues cuando da igual lo bien hecho y lo malogrado, no hay ningún incentivo por esforzarse en alcanzar un resultado de calidad.
El reto es alcanzar el justo balance, que solo puede darlo una ponderación objetiva de los aprendizajes, progresos, aportes, lecciones y conclusiones obtenidas de la experiencia en cuestión.
Así, cuando al final del proceso veo desde abajo la estructura construida que nos permitió alcanzar ese galardón, me siento muy alegre y bastante satisfecho de la obra realizada. Felicito y agradezco a Sonia, Pablo, Paola y Jacqueline por su compromiso, actitud y desempeño. ¡Y aquí no hay lugar para la malasangre!
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