sábado, 2 de diciembre de 2017

Elucubraciones por los pies subidos

La anécdota real

Ocurrió hace veinte años en la iglesia de Suchitoto, mientras acompañaba a unos estudiantes de bachillerato.

Entramos a la iglesia colonial del lugar y los visitantes se disgregaron en varios grupos: unos curioseando los camarines de los santos, otros tomándose fotos con el altar de fondo y algotros inspeccionando los antiguos confesionarios; en fin: tanta diversidad de actividades como intereses y ánimos había.

En eso, una chica se sentó en una de las bancas de madera dentro del templo a descansar. Tranquilamente, se quitó los zapatos y subió los pies en la banca de enfrente, cruzándolos como cualquiera haría en la sala de su casa o el parque de la colonia.

Me acerqué a llamarle la atención, pidiéndole –con la mayor amabilidad de la que soy capaz– que se sentara correctamente.

Como buena adolescente se molestó, respondiendo en la frontera de las malas maneras, pero acatando al final, aunque a regañadientes.

Igual le di la correspondiente explicación: que estábamos en un lugar ajeno donde había otras personas que podían considerar tal manera de sentarse como una falta de respeto, y dejando aparte la discusión sociocultural del gesto en sí, convenía tener prudencia en atención a las tradiciones del lugar.

La chica recibió una amonestación verbal institucional y dejó de dirigirme la palabra por varias semanas, pero a la fecha de hoy, creo que ninguno de los dos guarda resentimientos por el incidente y (asumo que) estamos en paz.

La hipótesis especulativa

Contexto de 1997: tomar fotografías era un pasatiempo caro, no al alcance de todos. Las cámaras eran analógicas, había que comprar un rollo o carrete de 12, 24 o 36 exposiciones y administrar con prudencia cada disparo. Luego venía el proceso de revelado e impresión, que tardaba no menos de tres días. Internet y el correo electrónico eran prácticamente un lujo y las redes sociales apenas comenzaban. El fenómeno de la viralización de imágenes no existía o estaba bajo el estricto control de los medios impresos tradicionales.

Pero especulemos un poco.

¿Qué habría pasado si alguien hubiera tomado una fotografía de la chica así sentada, publicándola en una revista o periódico, denunciando el presunto irrespeto del tempo de la localidad y al Santísimo mismo?

Habría hubiera habido una avalancha de comentarios, unos a favor y seguramente la mayoría en contra.

El linchamiento virtual

Conociendo el manejo que en la Guanaxia Irredenta suele hacerse de estos temas, profundicemos en la especulación e imaginemos qué se habría dicho, si en aquel tiempo se hubieran tenido los medios de comunicación digitales que hoy poseemos.

No es descabellado pensar que, mientras unos pocos discutirían sobre la gravedad del gesto en sí (subir los pies en una banca de un templo), en la primera fila de vociferaciones aparecerían los haters contra la institución en donde ella estudia, aprovechando la ocasión (esa como cualquier otra) para despotricar.

Por la idiosincrasia nacional, no dudemos que otra buena parte se habría enfocado en comentar, con toda la vulgaridad posible, el aspecto físico de la chica.

Cierta porción de comentarios, que supuestamente serían en su defensa, tendrían el siguiente aspecto:

Cosas peores hemos visto, como [inserte aquí un hecho marcadamente reprobable] y no han dicho nada.

Es decir: "eso es esencialmente malo pero no tanto".

No descartemos alguien que, con cierto sentido de responsabilidad, enviase una carta o se apersonase a la institución, reclamando la mala educación que dan a sus alumnos/as y dando por hecho que allí se les instruye en ese sentido.

Si en ese universo paralelo e hipotético hubiese una Biblia que mandase al infierno a quienes suben los pies en las bancas de los templos, ya no digamos.

(O pensándolo bien… quizá eso no sea tan paralelo ni hipotético: hay lugares en nuestro mundo actual donde a uno le pueden dar golpiza y mazmorra por ingresar a ciertos lugares sagrados, por ejemplo, sin descalzarse.)

Y luego… que si la premeditación o inocencia del gesto, y que si la falta de valores de la juventud actual, y que si se han perdido las buenas costumbres, y que si deberían expulsarla o sancionarla fuertemente por desprestigiar al centro educativo… En fin: un escándalo moral, educativo y religioso.

¿Les parece un escenario improbable y exagerado, todo por subir los pies en una banca de un templo?

Consideren esto: ya hubo hoy, en este año, una agria discusión en redes sociales, cargada de insultos, porque un importante funcionario edilicio publicó la foto de sí mismo con los pies subidos en el escritorio de su oficina.

Y tengan esta otra anécdota tangencial: mi abuelita, como buena señora tradicionalista, consideraba un insulto a la memoria de Nuestro Señor Jesucristo el solo hecho de escuchar música el viernes santo. Su argumento lo hacía valer con palo en mano… y no solo por música vulgar, fiestera o de doble sentido, sino música a secas, del tipo que fuese.

La tolerancia

En última instancia, en el escenario antes descrito asistimos a un conflicto de valores entre la tradición conservadora y las nuevas costumbres de la juventud.

Como es un conflicto inter-generacional, difícilmente va a existir una postura neutral o plenamente conciliadora.

Lo que sí se puede exigir es tolerancia, es decir, “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”.

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Posdata:

Paradójicamente, y como ya definió en 1945 el filósofo Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, la tolerancia no es un valor absoluto.

¿Cómo así?

Dice Popper que "si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y de la tolerancia".

Así, “deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley, y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución. Tenemos que reclamar, en el nombre de tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia”.