domingo, 19 de octubre de 2025

El juicio de la historia

Hay un sector opositor, presumiblemente ilustrado, que de un tiempo hacia acá ha venido reclamando una victoria imaginaria a futuro (para dentro de uno, dos, tres o quién sabe cuántos lustros), ese momento soñado en que “la dictadura” de Bukele caiga. Para entonces, han prometido tomar venganza contra todos los que, de una u otra forma, “colaboran con el régimen”; pero mientras su soñado momento llega, han comenzado desde ya su labor de amenazas para exponerlos públicamente, “no olvidar” sus nombres y sentenciarlos a que “la historia los condenará”.

Ese es el tema: la historia.

La historia no es solo un conjunto de nombres y fechas, eso pertenece más a la historiografía. La historia es, sobre todo, una interpretación de los hechos, los procesos previos que los produjeron y las consecuencias que tuvieron. Dado que en esta hay intereses e ideologías que usualmente se contraponen, la historia no es una sino varias, dependiendo de quién la cuente y cuál relato prevalezca.

El delirio opositor cree que la historia de El Salvador, a partir de 2019, la contarán sujetos periodísticos pro pandillas y sus consumidores, académicos desarraigados de las vivencias cotidianas de la población, activistas de la amargura o esa red internacional de oenegés y medios progres con agenda anti Bukele, sea financiada o espontánea. Lo están intentando, sí, pero su relato no está calando en la inmensa mayoría de salvadoreños, quienes experimentan los beneficios de una política de seguridad que, aun con sus imperfecciones, logró desmantelar las estructuras de crimen organizado que sometieron al país por décadas, basadas en el sometimiento físico y psicológico del terror organizado.

Esta gente —unos desde raíces izquierdistas setenteras desfasadas, otros desde burbujas clasistas, otros por inmadurez política y otros, porque la bilis les manda— está consciente de que no pueden contra la decisión popular vigente y, entonces, desplazan sus esperanzas hacia un futuro incorpóreo, indefinido e indeterminado, en el cual se les cumpla lo que en realidad desean: el fracaso del actual proyecto de país. Y entonces, dicen, “la historia sepultará a quienes colaboraron con la dictadura”.

Sin duda, cualquiera que tenga boca o redes sociales puede aparecer prediciendo el futuro, dándose aires de superioridad moral. En los setenta, la izquierda internacional cantaba en rimas de trova: “La historia lleva su carro y a muchos nos montará, por encima pasará de aquel que quiera negarlo”. Pero lo que cuenta son las realidades, que en el presente son mucho más poderosas que las ficciones grandiosas de esa oposición vociferante, pero sin mayor incidencia en el rumbo que lleva el país, como no sea intentar sabotearlo.

Suele decirse que “el tiempo pone a cada quién en su sitio”. Si eso fuera así, la mayor pesadilla a futuro, para ese coro disonante de opositores obcecados, será que esta parte de la historia que nos ha tocado vivir sea recordada como un punto de inflexión irreversible, que condujo a El Salvador hacia el desarrollo social y económico que le fue negado por siglos.

A esta fecha, la realidad documentada es que la ciudadanía cree, con fundadas razones, que este renacer será posible. Como se trata de opciones, también se respeta el derecho de quienes han decidido cerrar permanentemente el espacio a la esperanza, ejerciendo su derecho de vivir en constante amargura y expresándola con regularidad, como catarsis irremediable. Lo que resulta inaceptable de estos últimos es que, con tal de “tener razón”, se dediquen a torpedear con falacias y manipulaciones el esfuerzo de reconstrucción nacional, arrastrando en su remolino tóxico a quienes puedan y lo permitan. Esa es una clara amenaza ideológica y, en ella, lo que está en juego no es solamente el presente.

En todo caso, la prevalencia de una u otra versión de la historia no es una batalla que se pueda dar por ganada de antemano, por más aplastante que sea el apoyo popular que un líder tenga o por más que golpeen la mesa quienes buscan revertir sus logros. Esa lucha también cuenta para construir el futuro.

domingo, 12 de octubre de 2025

La verdad sobre el Problema de Monty Hall

El “Problema de Monty Hall” es un famoso problema de probabilidad, inspirado en el concurso televisivo estadounidense Trato hecho. Fue planteado por el matemático Steve Selvin en 1975 y popularizado por Marilyn vos Savant en 1990.

En términos simples, el problema es así:

Tienes tres puertas cerradas. Detrás de una hay un buen premio (digamos, mil dólares), y detrás de las otras dos, nada de interés (digamos, una escoba y un trapeador).

Solo puedes elegir una puerta, pero sin abrirla todavía.

Le dices al presentador cuál quieres abrir. El presentador sabe dónde está el premio y entonces abre una de las otras dos puertas que no elegiste, asegurándose de que no tenga el premio.

Ahora quedan dos puertas cerradas. Él te ofrece la opción de mantener tu elección inicial o cambiarte a la otra puerta.

¿Qué haces: la mantienes o la cambias?

La solución clásica dice que te conviene cambiar, porque tus probabilidades iniciales eran 1/3 para la puerta que elegiste y 2/3 para las otras dos, y al descartar una de ellas (porque ya se abrió), esos 2/3 se “concentran” en puerta restante. Según esta visión, cambiar siempre tiene más chances.

Pero si lo analizamos de forma literal, considerando todos los universos posibles (combinando las opciones tuyas y las del presentador), la historia cambia. En cada escenario, una vez que el presentador abre una puerta, quedan exactamente dos posibilidades igualmente probables: o tu elección inicial es correcta, o no lo es. Veamos todo el desglose:

Si eliges la puerta 1

  • Premio en la 1, él abre la 2
    → cambias a la 3, pierdes.
  • Premio en la 1, él abre la 3
    → cambias a la 2, pierdes.
  • Premio en la 2, él abre la 3
    → cambias a la 2, ganas.
  • Premio en la 3, él abre la 2
    → cambias a la 3, ganas.

Si eliges la puerta 2

  • Premio en la 1, él abre la 3
    → cambias a la 1, ganas.
  • Premio en la 2, él abre la 1
    → cambias a la 3, pierdes.
  • Premio en la 2, él abre la 3
    → cambias a la 1, pierdes.
  • Premio en la 3, él abre la 1
    → cambias a la 3, ganas.

Si eliges la puerta 3

  • Premio en la 1, él abre la 2
    → cambias a la 1, ganas.
  • Premio en la 2, él abre la 1
    → cambias a la 2, ganas.
  • Premio en la 3, él abre la 1
    → cambias a la 2, pierdes.
  • Premio en la 3, él abre la 2
    → cambias a la 1, pierdes.

Si contamos todos estos 12 "universos paralelos", vemos que en 6 escenarios, si cambias tu elección inicial ganas y, en los otros 6, si cambias pierdes. La elección final tiene la misma probabilidad de ganar: 50/50. Es decir, no importa si mantienes o cambias. La clave está en considerar las posibilidades condicionales combinando tu elección con la acción del presentador, y no solo agrupar probabilidades globales desde el inicio.

Conclusión: la solución clásica es engañosa porque no considera los escenarios individuales. En la práctica, después de que el presentador abre una puerta, mantener o cambiar es como lanzar una moneda.

La victimización como táctica

Desde la asunción de Nayib Bukele como Presidente de la República en 2019, la oposición salvadoreña le colgó el cartel de “dictador”, incluso cuando los partidos tradicionales aún controlaban la Asamblea Legislativa, el Órgano Judicial, el Tribunal Supremo Electoral, la Fiscalía, la Corte de Cuentas y otras instituciones estatales.

Luego, cuando la población le otorgó la mayoría legislativa calificada al partido Nuevas Ideas en las elecciones de 2021, el coro opositor nacional e internacional se lanzó con desenfreno a vender la idea de “la dictadura” que se instauraba en el país, porque ya controlaba los tres órganos del Estado —pero sin enfatizar que fue la gente en las urnas delegó ese poder. Este relato se lo compraron, por un tiempo, varios gobiernos europeos y, especialmente, el Departamento de Estado de la administración Biden, quienes durante algún tiempo siguieron ese guion.

Ahora, luego de que la ciudadanía reeligiera al presidente Bukele con el 85 % de los votos en 2024 y, al mismo tiempo, redujera la cuota opositora a solo 3 diputados de 60 en la Asamblea, el clamor de las voces opositoras contra “el régimen” ha arreciado con notable desesperación, aunque —vistas las encuestas y expresiones ciudadanas— ese relato pareciera no encontrar eco en la inmensa mayoría de población salvadoreña.

En este contexto, no es difícil sostener la tesis que en El Salvador lo que hay ahora es un conjunto de voces opositoras dispersas y sin amalgama, que luchan contra una dictadura imaginaria; porque si hay algo que la gente aquí ha sabido, desde hace más de un siglo, es a reconocer dictaduras, y el veredicto popular es, en la actualidad y para este gobierno, absolutorio.

La evidencia es clara. Las dictaduras reales —como las que padecimos hace 50 años o las que existen hoy en Cuba, Nicaragua y Venezuela— cometen escandalosos fraudes electorales, cierran violentamente todos los espacios de expresión disidente, reprimen criminalmente manifestaciones de protesta, torturan sistemáticamente y realizan ejecuciones extrajudiciales, todo con el fin de mantenerse en el poder por la fuerza. Ninguno de esos indicadores existe en El Salvador, por más que la red de propaganda nacional (liderada por El Faro y Cristosal) e internacional (encabezada por Amnistía Internacional, Human Right Watch y sus medios afines, como El País y Deutsche Welle), traten de implantarlos a través de manipulación de datos y falsa generalización de supuestos casos.

Ahora bien: la estrategia o plan general es etiquetar al gobierno de Nayib Bukele como “dictadura”, mientras que las tácticas son los medios concretos que utilizan para abonar a tal propósito. Una de ellas es la victimización. A falta de represión real, inventarla. O mejor aún: representarla performativamente.

En esa línea, ha habido casos en que ciertos protestantes han buscado filmar, presentar y viralizar escenas de “brutal represión”, pero ante la falta de estas, se tiraron en el piso, fingiendo haber sido agredidos o, en otras ocasiones, tan solo obtuvieron jaloneos, presentando a la camisa (rota por ellos mismos) como sufrida víctima. Sus casos de referencia favoritos son los de personas que están procesadas por delitos bastante menos nobles que la disidencia —tales como enriquecimiento ilícito, estafas, fraude electoral y negociar con grupos terroristas— a quienes gustan llamar “perseguidos políticos” y, últimamente, “defensores de derechos humanos”. Por supuesto, también están los periodistas y oenegés activistas, financiados desde el exterior, que para no cumplir la Ley de Agentes Extranjeros trasladan sus oficinas a otro país, con fines de evasión fiscal, pero lo presentan como “prueba” de cierre de espacios de expresión. En todo esto, no faltan quienes se creen su mismo discurso de miedo, retirándose de la vida pública con un terror tan genuino como autoinducido por sus propios círculos, cámaras de eco basadas en nada. Hay también un pequeño sector que podría denominarse “oposición de cristal”, que se quiebran y huyen despavoridos en cuanto les aparecen reacciones adversas de la población en sus redes sociales (así sea un emoticono de payaso) contra sus publicaciones de escritorio, desarraigadas de la realidad.

El problema para ellos es que dichas ficciones solo las creen y les dan publicidad su mismo grupo de autovalidación; pues ante la opinión pública general, no pasan de ser actuaciones sin credibilidad. De fondo, está la diferencia evidente entre las dictaduras reales y una dictadura imaginaria que han elaborado para justificar su modus vivendi, es decir, el financiamiento internacional de sus activismos.

jueves, 9 de octubre de 2025

Quién debe conducir la PDDH

Llega el momento, como cada 3 años, de elegir titular de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH). Comparto contexto, historia y algunas ideas. Doy mi opinión al final.

1. La PDDH nace en 1992, con los Acuerdos de Chapultepec, para “velar por la protección, promoción y educación” de los DD.HH. en la sociedad. El titular lo elige la Asamblea Legislativa con mayoría calificada. Su debilidad de origen: puede investigar denuncias, pero sus resoluciones no son vinculantes.

2. Su naturaleza es no partidaria y tampoco debería ser usada para fines políticos (como pasó con las dos comisiones de DD.HH. “gubernamental” y “no-gubernamental” durante la guerra, que denunciaban solo al bando contrario).

3. ARENA y FMLN vieron en la PDDH un espacio para colocar a personas afines a sus intereses, buscando instrumentalizar la institución. Y cuando no lo lograban por negociación (bloqueo mutuo), pusieron a funcionarios anodinos y, en ocasiones, altamente incapaces (ej. Peñate Polanco, 1998).

4. Para abonar a lo anterior, recordamos a titulares que dijeron cosas muy extrañas, como Beatrice de Carrillo (2001) cuando fue a Mariona a visitar reclusos, llamándoles “mis niños”. En otra ocasión, sugirió dar instrucción militar a las pandillas.

5. La procuradora Raquel Caballero llegó al cargo en 2016, elegida por ARENA y FMLN. Recibió muchas críticas y no fue reelegida en 2019 por esos partidos, pero retomó el cargo en 2022, con el apoyo de Nuevas Ideas (que para entonces ya era la mayoría calificada).

6. El sentido político de su elección en 2022 fue presentar, ante la comunidad internacional, a una funcionaria en un cargo sensible que no pudiera ser tachada como simpatizante o afín al bukelismo; es decir, que no la deslegitimaran por esta causa. Esto fue explicado por el presidente Bukele en cadena nacional.

7. La gestión actual de Raquel Caballero se da en el contexto de la Guerra contra las Pandillas y el Régimen de Excepción, con el trasfondo de una estrategia de oenegés y activistas opositores para atacar al gobierno, arropados bajo la bandera de los DD.HH. Las críticas recibidas por la funcionaria son, principalmente, porque no se ha alineado a esta causa.

8. Superada la fase crítica de la Guerra contra las Pandillas, considero que se necesita una PDDH que no le haga el juego político a la oposición, pero tampoco parezca alineada con el oficialismo, sino que se centre en su misión institucional. Una persona con ese perfil es muy difícil de hallar, dada la polarización y etiquetas existentes.

9. Personalmente, creo que la Asamblea debería abrir espacio para nuevas postulaciones que surjan de la verdadera sociedad civil. Pero si se agota este recurso y no hay una candidatura idónea, no se extrañen de que la actual titular sea reelegida.

martes, 7 de octubre de 2025

"Recuentos", una antología personal de Rafael Fco. Góchez

Publicado en Diario El Salvador
Redacción: Edgardo Rivera

El escritor Rafael Francisco Góchez lanzó recientemente su obra Recuentos, basada en una recopilación de 25 cuentos que representan su testimonio literario y un mapa íntimo de la realidad salvadoreña entre 1987 y 2002.

Esta antología ofrece una visión panorámica y depurada de esos años que el autor considera el núcleo de su carrera.

"La obra es una antología personal de mis relatos, yo diría que definitiva. La recopilación recoge una etapa de quince años como escritor de ficción, comprendida entre 1987 y 2002, durante los cuales obtuve cinco premios nacionales de narrativa, publiqué tres libros y participé en foros literarios tanto nacionales como internacionales", afirma Góchez.

La temática de su narrativa es variada. Algunos de sus cuentos se relacionan con los últimos años del conflicto armado entre la guerrilla y el ejército; mientras que otras abordan circunstancias urbanas de San Salvador.

"En cuanto al estilo, algunos cuentos se ubican en el contexto de los últimos años de la guerra civil, cuando el absurdo se había superpuesto a cualquier motivación que pudiera haber tenido ese conflicto; mientras que otros marcan una evolución hacia experimentos narrativos urbanos. Son en total 25 cuentos seleccionados con criterio personal, pero también con la asistencia de herramientas de inteligencia artificial como un intento de aportar cierta objetividad", explica el autor.

Góchez ha querido hacer accesible su obra, llevándola al ámbito digital sin ningún costo. "Decidí publicar la obra en línea, con acceso gratuito, privilegiando el criterio de máxima difusión, pero también considerando el contexto sociocultural actual en el que se privilegia el acceso digital por sobre la tradicional obra en papel", expone el autor. Para entrar en este mundo íntimo de Rafael Góchez puedes ingresar a 👉🏼 este sitio.

Para esta colección hace un extracto de algunas de obras como el libro Del asfalto, el libro ¿Guerrita, no? y la colección Los Encierros, que ha publicado a lo largo de su producción literaria. En su antología se puede navegar por historias de Desvaríos entretenedores, El eclipse, El escupefuego, El rostro, El cadáver, La tarde de José Dolores, Leonor y el espejo, Te juro que no estaba bolo, Estados transitorios tras el cristal, entre otras.

"Se han seleccionado veinticinco cuentos que representan distintos registros, desde el humor corrosivo hasta la fábula fantástica, desde la sátira política hasta la introspección psicológica, desde el realismo urbano hasta el lirismo simbólico. El criterio de organización es deliberadamente alfabético, no se busca imponer un itinerario emocional, sino permitir que el lector explore un catálogo de obsesiones, tonos y mundos", expone.

sábado, 4 de octubre de 2025

Amigues e ideología de género

Sobre este punto, tengo una entrada anterior donde sugiero algunos criterios para un uso racional del lenguaje no sexista, relacionado pero diferente a esta polémica.

La primera semana de octubre de 2025, el gobierno de El Salvador, a través del Ministerio de Educación, prohibió el uso del llamado “lenguaje inclusivo” o “lenguaje de género” en los centros educativos públicos, así como en todas las oficinas de esa cartera de estado. Y como todo en el país, la polémica ha sido inmediata.

Hay, por lo menos, dos ángulos desde donde se puede abordar el tema. El primero es estrictamente gramatical. Términos como “amigue”, “compañer@s” (con arroba), “nosotrxs” (que es impronunciable), así como la redundancia de decir “todos y todas”, son formas que no están reconocidas en la gramática normativa.

El segundo aspecto es ideológico y, ciertamente, mucho más complejo. La pregunta es si, al utilizar ese tipo de lenguaje, se está promoviendo, de manera explícita o implícita, eso que muchos llaman “ideología de género”, según la cual la identidad y las preferencias sexuales de una persona deben ser completamente electivas, libres de condicionamientos biológicos y socioculturales. No olvidemos que el lenguaje es ideología, ya que el vocabulario contiene una determinada visión de mundo.

A mi criterio, promover y normalizar en edades tempranas el uso de palabras propias de una ideología que pretende desplazar a otra —cuando los niños y niñas no tienen la madurez ni los elementos de juicio necesarios para comprender la complejidad de un tema, en el que ni siquiera los adultos estamos de acuerdo entre nosotros— puede ser contraproducente, causando conflictos de identidad y de valores.

Creo que, por prudencia, lo mejor es dejar esas discusiones para cuando llegue el momento y la edad apropiada, con la anuencia y acompañamiento de las familias, sobre la base del respeto a la dignidad de la persona y teniendo siempre como prioridad el mayor bienestar de los menores.

@gochez.rf Amigues e ideología en la escuela. 🏫 #ElSalvador #ideologíadegénero #Educacion #Bukele #LGBT ♬ sonido original - Rafael Fco. Góchez 👍🏼

miércoles, 1 de octubre de 2025

Los datos y las actitudes

Publicado en Diario El Salvador

En días recientes, se han publicado dos datos oficiales como muestra de la clara mejora de la seguridad ciudadana en El Salvador: la etiqueta Mil días sin homicidios (no continuos, pero sí acumulados desde el inicio de la gestión Bukele en 2019) y la confirmación de haber logrado la tasa anual más baja de homicidios en el continente, que fue de 1.90 por cada 100,000 habitantes en 2024 (menor que la cifra de 1.91 que reportó Canadá).

Ante estas evidencias, no han faltado las voces opositoras que de inmediato se lanzaron a desacreditar los números ni bien fueron publicados, basándose en diferencias de criterio sobre cómo contabilizar las muertes violentas, cruzando fuentes y esgrimiendo argumentos supuestamente técnicos, otras veces falaces e incluso hasta sin sentido. En este contexto, resultan llamativas las actitudes públicas de algunos que navegan con bandera de expertos en el tema, así como de ciertos académicos desarraigados de la realidad cotidiana.

Uno de ellos, periodista que por más de una década se ha presentado como conocedor de la subcultura pandilleril, dijo que las cifras antes mencionadas son un “constructo publicitario propagandístico” del gobierno. Más de un opinador ha llegado a afirmar que el recuento presentado no incluye “los homicidios comunes y los feminicidios” —afirmación que es falsa, pues el reporte diario que publica la Policía Nacional Civil da cuenta de los homicidios tanto de víctimas masculinas como femeninas, independientemente de quiénes sean sus victimarios o de su clasificación jurídica posterior. Incluso ha habido quien, en su paroxismo antigobierno, ha pedido incluir en la cuenta de asesinatos a personas detenidas que fallecieron por enfermedades graves preexistentes, así como a supuestos “sepultados clandestinamente” —replicando, en este último caso, afirmaciones difundidas previamente por fuentes de dudosa credibilidad, sin ningún criterio de validación objetiva ni evidencia.

Declaraciones como las antes mencionadas no parecen propias de un afán de exactitud estadística, sino de una consigna por opacar logros a como dé lugar, lo cual se infiere no solo del tiempo que dedican a esta tarea en sus intervenciones en programas propios y ajenos, artículos de opinión y otros espacios mediáticos, sino también por su tono y lenguaje corporal, todo lo cual delata una actitud de franca molestia ante la drástica reversión de la violencia delincuencial que costó más de 106,000 vidas desde la firma de la supuesta paz en 1992.

La discusión fundamental no es si a la fecha del 30 de agosto se habían alcanzado 1,000 días limpios o si en ese momento iban 995, tampoco si la tasa es de 1.90 o de 1.93 sobre 100,000 habitantes. Lo verdaderamente importante es la existencia real y efectividad del Plan Control Territorial, que ha devuelto a la población la libertad de vivir, trabajar y movilizarse sin estar bajo el permanente acoso criminal de las pandillas. Lo central, aquí y ahora, es la constatación estadística, testimonial y vivencial de que los esfuerzos cotidianos de la gente por salir adelante ya no son bloqueados por intimidaciones, extorsiones, reclutamientos delincuenciales, desplazamientos forzados, violaciones y homicidios de las pandillas, que fueron la norma durante las tres décadas de terror en que el país se vio sumergido.

En la tarea de reducir la violencia, está claro que aún hay mucho trabajo por hacer. Este desafío nacional requiere trabajar en conjunto, desde todas las instancias públicas y privadas, para bajar hasta donde se pueda —y ojalá erradicar— los hechos violentos que aún ocurren, producto de la falta de gestión de las propias emociones y una cultura de intolerancia milenaria. La clave está en entender los avances logrados como motivación y prueba palpable de que cuando se quiere, se puede.

martes, 23 de septiembre de 2025

¿Explicar o justificar? Esa delgada línea...

Un asesinato político es, en esencia, un asesinato. Punto. No hay medias tintas. La etiqueta que se le ponga a un homicidio intencional y premeditado únicamente describe la motivación del victimario, pero es irrelevante al momento de condenar el hecho y exigir que sobre el responsable caiga todo el peso de la ley. No hay, en este punto, justificaciones o relativizaciones que valgan, así sean muy sutiles.

Sin embargo, esto último es precisamente lo que hace el director editorial de El Diario de Hoy, Óscar Picardo, cuando se refiere al asesinato del activista conservador estadounidense Charlie Kirk, en un artículo titulado El racismo como “enemigo cultural” (Charlie Kirk), publicado en ese periódico el 22 de septiembre de 2025, apenas doce días después de la muerte del emblemático polemista.

El objetivo de Picardo es señalar que Kirk propagaba el racismo y la xenofobia bajo una reconfiguración discursiva que presenta “narrativas que apelan a la identidad, la cultura y la seguridad nacional”. Para tal fin, cita varias frases fuera de contexto. Pero, al margen de que esta acusación pueda sostenerse o no, aparece ya un párrafo revelador:

"Probablemente esta narrativa antagónica —más otros factores religiosos e inclusive su férrea defensa de la Segunda Enmienda— llevó a que otro fanático le quitara la vida de manera violenta y absurda".

Al llamar al asesino “otro fanático”, Picardo extiende ese calificativo al propio Kirk, poniéndolo en el mismo plano moral que el criminal y, en cierto sentido, responsabilizando a la víctima por haber provocado su propia muerte, por andar difundiendo semejantes ideas. A continuación, cita de manera interesada una frase de Kirk en la que este defendía el derecho de los estadounidenses a portar armas de fuego, para concluir que fue víctima de sus propios planteamientos.

Pese a que el activismo de Kirk consistía, en buena parte, en debatir —de manera abierta pero respetuosa— con sus adversarios, en el transcurso del artículo Picardo lo señala de propagar la intolerancia y lo convierte en villano, cuando afirma lo siguiente:

"Las consecuencias de este tipo de discurso no son meramente simbólicas. El enemigo cultural, al construir un relato de 'nosotros contra ellos', fomenta la polarización social y contribuye a un clima de hostilidad y violencia hacia inmigrantes, latinos, asiáticos, musulmanes o afroamericanos."

Picardo sostiene además que “la narrativa de Charlie Kirk mostraba cómo el racismo y la xenofobia contemporáneos se visten de racionalidad política y de defensa de valores universales” y que, a ese discurso, hay que “analizarlo críticamente (...) para comprender el auge de nuevas formas de exclusión en las democracias occidentales”. Hasta allí, se puede entender el desacuerdo ideológico, que es respetable. Pero el cierre del artículo revela una toxicidad no tan sutil:

"Nadie debería celebrar el asesinato de Charlie Kirk, ni tampoco festejar su discurso como héroe o mártir de una causa política inhumana e indigna..."

Aquí hay dos trampas. Primera: la tibieza del “nadie debería celebrar”, en lugar de una condena explícita. Segunda: aunque uno esté en desacuerdo con su causa, calificar lo que Kirk defendía como “inhumano” le quita dignidad al hecho de debatir ideas diferentes.

Hay una línea muy delgada entre explicar y justificar un hecho abominable, y el citado artículo parece cruzarla con temeridad. Picardo —o cualquier otra persona— puede estar en profundo desacuerdo con Kirk y criticarlo duramente, pero culpar a sus ideas de su asesinato es una revictimización repudiable y una justificación implícita, todavía más impresentable cuando proviene de alguien que se presenta como defensor de la libertad de expresión.

sábado, 20 de septiembre de 2025

Propuesta para Premio Nacional de Cultura: Julio Yúdice

El Ministerio de Cultura ha publicado las bases para el Premio Nacional de Cultura, edición XXXVI, dedicado a radio y televisión, personaje de influencia cultural. El alcance de este galardón abarca a “actores, actrices, presentadores y locutores salvadoreños/as cuya trayectoria en radio y televisión se haya distinguido por la creación, interpretación y sostenimiento de personajes que han marcado profundamente el imaginario colectivo salvadoreño”.

De acuerdo al documento oficial, “reconocer estos personajes es valorar su capacidad de conectar con generaciones enteras a través de la actuación, locución y animación. su papel en la construcción simbólica de la identidad nacional, su contribución a la crítica social, el humor, la pedagogía y la representación cultural por medio de los medios masivos”.

Dentro de los requisitos establecidos está “que su labor artística haya tenido influencia sostenida en la cultura popular salvadoreña, mediante programas, series, radionovelas, comedias, segmentos educativos o de entretenimiento” y “que con su trabajo hayan contribuido a la memoria colectiva, la reflexión social y la formación de públicos, además de haber inspirado a nuevas generaciones”.

Desde mi perspectiva, no se me ocurre alguien más apropiado para recibir el galardón que Julio Yúdice, conocido y reconocido por sus personajes de comedia Tenchis Céliber y Tula Altacasa. Ambas son caricaturizaciones de dos estratos sociales: una, la Tenchis, refleja a la mujer salvadoreña de escasos recursos económicos, con su idiosincrasia y lenguaje propios de una cultura de exclusión social y educativa, pero de carácter fuerte, valiente ante la adversidad y sin renunciar a la esperanza; otra, doña Tula, encarna a ese sector que en un tiempo se llamó la “pequeña burguesía”, una mujer de clase media alta, acomodada sin llegar a la opulencia y, por lo tanto, con ínfulas de grandeza, presumida y altanera, sin poder ocultar cierto arribismo y muchas veces rozando el ridículo.

Tenchis y Tula son una dicotomía genial. Yúdice las ha interpretado por décadas, con realismo pero también con bondad, disparando con sutileza y humor su crítica social a modos y costumbres, que no todos suelen ver (y me refiero a medios, prensa y espectadores), todo ello desde una asombrosa capacidad de observación e interpretación.

Por todo lo anterior, hago pública mi propuesta de que la edición XXXVI del Premio Nacional de Cultura se le entregue, merecidamente, al artista de la comedia Julio Ernesto Hernández Yúdice.

Espero que sea retomada por las instituciones correspondientes, para que la presenten con toda formalidad.

domingo, 14 de septiembre de 2025

EDH: progresismo oportunista


El Diario de Hoy, periódico fundado en 1936 por Napoleón Viera Altamirano, tiene en su haber casi ocho décadas siendo, en esencia, el vocero ideológico de la oligarquía agroexportadora, del firme anticomunismo y del conservadurismo más radical. Salvo algunas escaramuzas iniciales en la época del general Martínez, por el tema de la censura, su política informativa se alineó con los gobiernos militares de turno, encubriendo sus desmanes.

Durante la etapa preinsurreccional de los setenta, así como en la guerra civil, sus páginas sirvieron de plataforma para todo tipo de instigadores contra la izquierda, incluyendo publicaciones pagadas anónimas que acusaban de comunistas no solo a quienes lo eran, sino también a sectores de la sociedad civil cuyo único pecado era estar en contra de los abusos de las dictaduras que sometieron al país por décadas. En esa cuenta, aparecieron señalamientos graves y amenazantes contra Monseñor Romero y contra Ignacio Ellacuría, por mencionar solo dos nombres emblemáticos.

Después de la firma de la paz, en 1992, hubo cierta apertura en la sección informativa: por primera vez se incorporó el contraste de fuentes y se dieron espacios —aunque con reserva y cautela— a voces de izquierda, tanto del FMLN como de otros sectores intelectuales y profesionales. No obstante, la línea editorial —la nota del día y los artículos de opinión— se mantuvo fiel a su tradición: conservadurismo y anticomunismo, en una línea nostálgica por aquel capitalismo semifeudal de antaño, un día sí y otro también.

Con la llegada de Nayib Bukele a la Presidencia, en 2019, y la ruptura del bipartidismo ARENA–FMLN, El Diario de Hoy no vio con buenos ojos al outsider que irrumpía en el poder, desplazando a los sectores tradicionales. Como reacción de la derecha era lógico que actuara así. Pero, poco a poco, aquel empresariado —otrora patrocinador de ARENA, su instrumento político— entró en un compás de espera y, en los últimos años, comenzó a leer con pragmatismo la nueva realidad política y social, marcada por la seguridad ciudadana y la mejora del clima de inversión.

La crisis ideológica de El Diario de Hoy está ahí: la derecha económica e intelectual a la que representaba ya no tiene motivos reales para oponerse al rumbo económico del país, ni tampoco para enarbolar la lucha contra un comunismo reducido a nada. Ese abandono ha dejado huérfano al periódico, que se quedó anclado en egos y personalismos, refunfuñando por lo perdido. Y es que resulta imposible sostener una política editorial únicamente sobre la base de la animadversión, que suele ser irracional. Dicho de modo sencillo: el “Nayib me cae mal” tiene serios límites de cara a los lectores.

Consciente del callejón ideológico y mercadológico en que se encuentra, El Diario de Hoy ensaya ahora una jugada de supervivencia: como no le trae cuenta mantener la línea dura de derecha, abraza un progresismo oportunista, en un afán de alcanzar nuevas audiencias. El fichaje del académico Óscar Picardo, junto con periodistas damnificados por el desfinanciamiento de medios digitales opositores, permite ver al periódico enmascarado, abanderando causas sociales legítimas que siempre despreció: derechos humanos, combate a la pobreza, dignificación del salario, derechos de los trabajadores, iglesia popular y progresista, revisión histórica de mitos nacionales, servicio doméstico no dignificado y... hasta Roque Dalton en portada.

“Se verán cosas, dice la Palabra”.

Allá quien les crea que lo hacen con honestidad intelectual.

Mi hipótesis es la siguiente: su objetivo estratégico es infiltrarse en públicos incautos y bienintencionados, para no desaparecer como medio ideológico y, llegado el momento, intentar arrastrarlos hacia su verdadero propósito político, que es minar al bukelismo.

A modus operandi se le llama "entrismo", una táctica trotskista.

Suerte con eso. 😉

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Democracia para la libertad

Publicado en Diario El Salvador

La democracia como forma de gobierno tiene características básicas y, además, variantes propias del contexto en el cual se aplica. En lo esencial, supone que el poder lo ejerce el pueblo mediante elecciones libres y periódicas, a través de diversos mecanismos de representación, en el entendido de que es este colectivo quien mejor puede decidir a quién delegar la tarea de atender sus necesidades. Las variantes de cada aplicación se expresan en los énfasis que cada sociedad da a su modelo —ya sea en el fortalecimiento de la participación, en los controles sobre los funcionarios electos o en el alcance de los derechos garantizados—, de modo que la democracia nunca es una copia uniforme, sino una adaptación concreta.

En el ejercicio democrático contemporáneo hay, no obstante, un riesgo cada vez más inquietante: creer que la formalidad democrática es un fin en sí mismo, en vez de comprenderla como un medio para garantizar los derechos de la población. Cuando se incurre en este error, producto de una desconexión entre la teoría y las necesidades reales de la ciudadanía, la consecuencia inmediata es la sacralización de ciertos principios y procedimientos supuestamente democráticos, incluso a costa de dejar intactos los problemas graves que la gente exige resolver.

Lo que El Salvador vivió en las décadas posteriores a la finalización de la guerra civil es un claro ejemplo del desastre causado por esta idolatría de las formas. El bipartidismo que se instaló en todas las instancias del poder era citado frecuentemente como un ejemplo de convivencia democrática y pacífica entre quienes habían librado una guerra fratricida. Se cumplían los ciclos electorales, sí, pero las opciones y propuestas partidarias llegaron a diferenciarse únicamente por el logo. Había pesos y contrapesos, sí, pero solo como capacidad de bloquearse mutuamente para negociar privilegios entre ambos y ganar encubrimiento por reciprocidad. Se daban procedimientos judiciales apegados a Derecho, sí, pero con un marco normativo excesivamente garantista que pronto fue rebasado por las estructuras criminales. Entretanto, la inmensa mayoría de la población era abandonada por el Estado y dejada a merced de las pandillas, que pronto impusieron su reino de terror en los territorios.

De ese triste periodo en la historia del país, en el cual hubo más muertes violentas que durante la misma guerra civil, la población llegó a una conclusión demoledora, expresada en dos caras de una misma moneda: por un lado, que no tiene sentido un Estado con supuesta democracia formal, si este es incapaz de garantizar los derechos más fundamentales, que son la vida y la seguridad de sus ciudadanos; por el otro, que la defensa de estos derechos tiene prioridad absoluta sobre antiguos tecnicismos y recovecos jurídicos (con perdón de los puristas). Esta verdad de consenso no se instaló de un día para otro, sino que fue el resultado de la interacción constante entre las expectativas populares y los logros obtenidos, lo cual explica el aumento del respaldo electoral al presidente Bukele: del 53 % en 2019 al 85 % en 2024.

El devenir sociopolítico aquí referido obliga a replantear paradigmas, especialmente los de algunos académicos que, desde sus escritorios acaso bienintencionados, se refugian en la nostalgia de los principios en los cuales fueron formados, desde los cuales resulta imposible comprender realidades que no caben en sus manuales. La democracia debe servir para dar a la persona “libertad de” y “libertad para”, según la distinción planteada por el filósofo Isaiah Berlin. “Libertad de” aquello que le negó derechos fundamentales —es decir, las estructuras criminales que impusieron terror por décadas— y “libertad para” desarrollar todas sus potencialidades, construyendo las condiciones socioeconómicas y educativas apropiadas para tal fin. Así, bajo esta doble dimensión, la democracia será entendida, valorada y defendida por todos como un instrumento de desarrollo y progreso.


martes, 12 de agosto de 2025

De imparcialidad y objetividad

Publicado en Diario El Salvador

Imparcialidad y objetividad son dos términos que se usan mucho en los ámbitos del periodismo y las opiniones políticas. En ambos casos, aunque con matices, dichos conceptos suelen utilizarse como una forma de validación personal o institucional para respaldar lo que se comunica; sin embargo, con demasiada frecuencia, estos términos se confunden, generando percepciones erróneas que conviene aclarar.

La imparcialidad es la “falta de designio anticipado o de prevención en favor o en contra de alguien o algo”, sinónimo de equilibrio. Es lo que generalmente conocemos como neutralidad. Pensemos en un juez, que no puede ser ecuánime si, de entrada, tiene preferencia o animadversión hacia el acusado. Pero en la vida social, y especialmente en el debate político, difícilmente puede haber neutralidad. Ya sea por acción u omisión, por simpatía o antipatía, por palabras o silencios, de una u otra forma las personas adoptan una postura más o menos definida a favor o en contra de determinadas causas y actores, la cual admite distintos grados o niveles de adhesión, compromiso, militancia o incluso defensa a ultranza.

La objetividad, en cambio, es aquello “perteneciente o relativo al objeto en sí mismo, con independencia de la propia manera de pensar o de sentir”. Este es un dilema filosófico de larga data, especialmente en el campo de las humanidades. Filósofos escépticos, como David Hume, pusieron en duda la posibilidad de alcanzar conocimiento seguro, al señalar que nuestras ideas derivan de impresiones sensibles que no garantizan la verdad universal. Nietzsche sostuvo que no existen hechos, solo interpretaciones, negando así la existencia de una verdad objetiva accesible al sujeto. Desde esta mirada, todo conocimiento está mediado por la perspectiva, el lenguaje o el interés, lo que pone en entredicho la idea de una objetividad pura. No obstante, el ser humano se empeña en asirse a lo seguro, porque, si todo es relativo, la consecuencia inevitable es la angustia existencial. De ahí que la objetividad se mantenga como utopía: inalcanzable en su plenitud, pero con posibilidades razonables de aproximarse a ella.

Se desprende de lo anterior que sí es posible alcanzar buenos niveles de objetividad, pese a las propias preferencias. Lo importante es, en todo caso, sustentar aquello que afirmamos con datos, con lógica, con hechos y referencias verificables, dotándola de una solidez argumental mayor que la mera opinión subjetiva.

Un ejemplo muy ilustrativo de la realidad salvadoreña actual es el tema de seguridad ciudadana. Hay una notable mayoría de personas que apoyan la gestión del presidente Nayib Bukele, mientras que una minoría la rechaza; es decir, muchos son parciales a favor y pocos son parciales en contra del gobierno. Todos tienen distintos grados de convicción, pero difícilmente son neutrales, pues hasta la indiferencia puede considerarse como una aceptación tácita. Dentro de este espectro de parcialidades, unos tenderán a hablar cosas buenas y otros seguramente buscarán el pelo en la sopa… a lo cual tienen derecho. Sin embargo, objetivamente hablando, las estadísticas de la drástica reducción de homicidios y otros delitos son datos fríos y contundentes; por lo tanto, esto tendrían que reconocerlo, tanto quienes manifiestan su simpatía como su antipatía hacia el gobierno.

El problema surge cuando, con el fin de validar los relatos surgidos de sus preferencias racionales o expresiones emocionales, hay quienes optan por ignorar, manipular o incluso falsear los datos, con tal de sostener sus relatos. Teóricamente, ningún bando es inmune a caer en esta tentación; sin embargo, quienes llevan años en desventaja ante la opinión pública —y sin indicios ni asomos de emerger— parecen ser más proclives a recurrir a falacias y falsedades, presionados por la desesperación que provoca el verse rechazados una y otra vez por la población.

lunes, 11 de agosto de 2025

Zovatto y el temor al ejemplo


En el contexto político actual, existe una amplia red global de medios y oenegés que han asumido, por diseño e ideología, la dura tarea de deslegitimar el proceso político salvadoreño que lidera el presidente Nayib Bukele desde 2019. Para ello, esparcen una cascada de falacias a través de un pequeño ejército de periodistas, activistas e intelectuales; quienes se citan y validan entre sí para construir una narrativa para consumo de la audiencia internacional.

En el pasado reciente, esta gente logró que el Departamento de Estado de los Estados Unidos les comprara momentáneamente el discurso, especialmente en 2021 y parte de 2022. Este hecho quedó evidenciado en sanciones a funcionarios y declaraciones hostiles hacia el gobierno de El Salvador; pero dicha animadversión fue cediendo paulatinamente al pragmatismo geopolítico en los últimos años de la administración Biden, tanto así que al finalizar su periodo las relaciones bilaterales llegaron a ser no solamente cordiales, sino claramente colaborativas. Ya con la administración Trump, a partir de este año, las alianzas han sido más explícitas, propias de aliados confiables.

Pero la red de desprestigio persiste y persevera. Con Human Rights Watch y Amnistía Internacional a la vanguardia —secundados por Deutsche Welle, New York Times, El País, BBC y una larga lista— publican día tras día reportajes, artículos de opinión, informes, noticias y análisis orientados a cimentar la afirmación de que El Salvador vive bajo una dictadura, pese a que la realidad electoral y el contexto general dicen lo contrario.

En esta línea, uno de los rostros académicos y de currículum más extenso es el politólogo y jurista argentino Daniel Zovatto, quien se mueve en los círculos de analistas que se ocupan de la democracia global y, particularmente, en América Latina. En una reciente publicación en la red social X, Zovatto expresó de manera bastante sintética la esencia de la narrativa que promueven él y las instituciones aludidas. Contrario a lo que algunos pudieran creer, su abundancia de títulos no es garantía de conocimiento ni de mínima objetividad acerca de la realidad salvadoreña; sino que, por el contrario, con ellos pretende darle autoridad académica a un torrente de dogmas comunes en el círculo de autovalidación en el cual habita.

Zovatto confunde lo que él llama un “sistema autoritario” con el legítimo ejercicio de la autoridad de un gobernante, a quien el pueblo le ha dado y le ha revalidado el mandato de ocuparse de los graves problemas heredados por El Salvador, a lo largo de casi dos siglos de infructuosa vida independiente. El citado conferencista califica la reelección de Nayib Bukele en 2024 como inconstitucional, desconociendo con marcada necedad no solo la sentencia de la Sala de lo Constitucional que lo habilitó en 2021 (instancia electa conforme a las atribuciones legales de la Asamblea Legislativa), sino también la legitimidad que le otorgó el 85 % de la población y el reconocimiento de toda la comunidad internacional.

El académico activista da por sentada, a conveniencia, “la creciente represión contra periodistas —muchos de los cuales han debido abandonar el país para evitar la cárcel— y activistas de derechos humanos”, pero no quiere ver la estrategia de victimización y autoexilio desarrollada por estos sectores, reconocida incluso por voces opositoras. No pierde ocasión para censurar el estado de excepción, una herramienta imprescindible para erradicar estructuras criminales enquistadas por décadas en diferentes estratos sociales, las cuales provocaron más de 100,000 víctimas mortales durante los 30 años de la posguerra. Y así suma y sigue, con la pedantería característica de quienes creen entender la realidad desde una burbuja académica, completamente desconectada de las vivencias y experiencias de las personas.

No obstante, hay un elemento revelador en el discurso que expresa Zovatto: el temor de que el estilo de gobierno de Nayib Bukele —aun cuando tenga imperfecciones y deba ser constantemente revisado— pueda servir de inspiración para otros mandatarios que se enfoquen en resolver problemas prácticos, antes que permanecer anclados en conceptos que, por décadas, han demostrado su ineficacia y perpetuado tantos males.

En este sentido, el siguiente párrafo de Zovatto es una joya confesional:

“La región debe encender con urgencia todas las alarmas. Lo que hoy sucede en El Salvador podría anticipar el devenir autocrático de otras democracias latinoamericanas si no se actúa con determinación. Cuidado con la seducción y el peligro de la ‘bukelización’ y su ‘eficracia’: un pacto fáustico que, bajo el pretexto de orden, seguridad y resultados rápidos, legitima la cesión de libertades, degrada el Estado de derecho y desmantela la democracia”.

Lo que Zovatto y sus adeptos no aceptan ni aceptarán jamás es que esas “libertades”, ese “Estado de derecho” y esa “democracia” por la que tanto se rasgan las vestiduras nunca fueron reales, no solucionaron los problemas ingentes de la población y fueron construidas como superestructuras para perpetuar sistemas injustos y excluyentes en muchas regiones de América Latina. Y en El Salvador, solamente fueron excusas para contemplar, desde cómodas posturas intelectualoides, el hundimiento de una nación que ahora por fin tiene esperanzas sostenidas de emerger.

Republicado, con ligera edición por motivos de espacio, en Diario El Salvador.

¿Un dictador amado por el pueblo?

Publicado en ContraPunto

El 5 de agosto de este año, el canal La Base América Latina transmitió un programa de opinión con varios invitados, entre ellos el activista opositor Óscar Martínez, del periódico digital El Faro, quien casi al final de su intervención pronunció una frase que debe quedar enmarcada para la historia: "Somos prensa crítica contra un dictador al que mi pueblo ama", dijo a nombre de su red de homólogos, en referencia al presidente Nayib Bukele.

Resulta paradójico, con tintes de absurdo, atribuirle a una misma persona dos características de suyo contradictorias: ser un dictador y ser amado por el pueblo. 

Comenzando por la segunda parte de la célebre frase, no hay ninguna duda del fortísimo apoyo que la población le ha endosado a Nayib Bukele en sucesivos eventos electorales, llegando al 85 % en las elecciones de 2024 y manteniendo esos números en todas las encuestas reales. Esto le ha permitido tener una Asamblea Legislativa que le da plena gobernabilidad, la cual también ha nombrado funcionarios de segundo grado en sintonía con sus políticas públicas.

No tiene, por lo tanto, ningún sentido ni tampoco rigor conceptual utilizar el término “dictador” para referirse a Nayib Bukele, pues en ningún momento este ha accedido ni se ha mantenido en el poder por la fuerza. Esta concentración de poder ha sido el resultado de la voluntad consciente de la enorme mayoría del pueblo, que es el verdadero soberano, consolidada a partir de los resultados en materia de seguridad y el inicio del despegue económico. El mandatario está en el legítimo ejercicio de la autoridad conferida por el soberano.

En términos simples: no existe un dictador amado por el pueblo. Si alguien es dictador, es porque necesita usar la fuerza como elemento imprescindible para estar en el poder, suprimiendo arbitrariamente las libertades ciudadanas. Tal fue el caso de Fidel Castro y sus herederos de sangre y de ideología en Cuba, donde hay un partido único por ley y se suprime de facto cualquier iniciativa opositora, con varios niveles de obsesiva prevención. Tales son los casos de Nicolás Maduro y la pareja maldita Ortega-Murillo en Nicaragua, quienes además tienen presos y exiliados políticos reales, no creados por redes internacionales de propaganda.

Si un pueblo empodera a una persona, usando los mecanismos legítimos para tal fin —y si, además, la oposición y el disenso tienen espacios tradicionales y digitales para decir lo que quieran— entonces no hay dictador ni dictadura, el término es impertinente. Otra cosa muy distinta es que haya quienes finjan persecución política o la invoquen para cubrir delitos de otra naturaleza, pero ese es análisis aparte.

Desmontada la falacia anterior, cabe hacer un par de observaciones adicionales. Si el autor de tan paradójica sentencia afirma que él y su camarilla combaten a Bukele y, al mismo tiempo, admiten que el pueblo ama a Bukele, la conclusión lógica sería que, en última instancia, estas personas que dicen ser “prensa independiente” en realidad combaten intencionalmente aquello que el pueblo quiere. En ese caso, pareciera que el espíritu de la dictadura yace en ellos mismos y no en aquel a quien así etiquetan, pues se consideran una élite por encima de la voluntad popular, a la cual deslegitiman.

Finalmente, un detalle que no es menor, aunque a primera vista pase desapercibido. El uso de “mi pueblo”, por parte del emisor, es una forma de expresar un distanciamiento emocional y político muy fuerte. El dicho popular “¡Ah, mi pueblo!” generalmente está cargado de una fractura identitaria y una paradoja dolorosa para quien lo pronuncia. Es al mismo tiempo condescendiente, lastimero e irónico, con un dejo de superioridad y frustración por algo que está culturalmente bien instalado. A este nivel, lo que se percibe en quienes así se expresan no es una voluntad de intentar, al menos, entender con simpatía y empatía a ese pueblo, sino la reafirmación de varias obsesiones adictivas que los tienen en la marginalidad desde la que opinan.

miércoles, 23 de julio de 2025

Todo por convicción, nada por transacción

Hay una frase bastante común que aconseja no dar explicaciones, pues “tus amigos no las necesitan y tus enemigos no las entenderán”. Suena bien, pero la realidad no es tan simple. A veces es necesario explicar la razón de ciertas cosas, no solo como testimonio de reflexión personal, sino en atención a personas que se preguntan sin mala intención el porqué de ciertas acciones públicas que uno toma, tal vez por no conocer todos los elementos necesarios para llegar a una respuesta satisfactoria.

En más de una ocasión, he contado que viví los primeros 25 años de mi vida entre el violento periodo pre-insurreccional y la desgraciada guerra civil, donde la expectativa de mi generación era tan básica como evitar las balas. Luego, tras la firma del armisticio en 1992, entré al segundo periodo de mi vida con la ilusión de la paz democrática, pero fue efímera: pronto se convirtió en desencanto y, poco a poco, el país cayó bajo el dominio de estructuras criminales, con escenas cada vez más horrendas y una cifra de muertos superior a la de los años del conflicto armado. Los gobiernos de aquellas décadas toleraron y empoderaron esta masacre de baja intensidad, mientras en lo político quedamos atrapados en un bipartidismo corrupto y exasperante. Así fueron mis segundos 25 años, inmerso en el escepticismo casi total.

Hoy, en esta tercera y posiblemente última etapa de mi vida, veo que el país ha comenzado a recuperarse de esas terribles pesadillas que lo marcaron durante medio siglo. Hay signos e indicadores concretos de recuperación, de esperanza y expectativa de progreso. No es una percepción aislada, sino compartida con una amplia mayoría de la población.

En este contexto es que entro al pasatiempo de dar mis opiniones en el ámbito político, a través de medios de comunicación social. Opinar es algo irrefrenable en mí. Siempre lo hice en lo laboral, en lo familiar y en lo cultural, pero es hasta esta edad que me he involucrado en programas de opinión pública y en el uso sistemático de redes sociales para tal fin. No hace falta justificarlo, pues es mi derecho inherente. En este ámbito, no tengo ningún problema en aceptar que mis intervenciones y análisis tienden a estar en sintonía con el actual rumbo que lleva el país, que es un proceso imperfecto pero alentador.

En atención a quienes se sorprenden de buena fe por mis apariciones públicas, me interesa establecer algo muy simple: que mi postura es sincera. Esta declaración debería ser una base implícita entre personas que comprenden que el pensamiento crítico puede llevar a conclusiones distintas, razonadas y sustentadas. Mis opiniones son auténticas y no tengo que disculparme por ninguna de ellas, salvo errores involuntarios.

Estoy consciente de que, como toda persona, puedo equivocarme. Ese es un riesgo que todos corremos en todas las etapas de nuestras vidas. Ante eso, la solución ilusoria de muchos es refugiarse en una coraza de escepticismo. Otros optan por estar siempre en contra, al acecho del fracaso ajeno para decir “te lo dije”. Pero también sé que muchas personas, a lo largo de la historia —y en mi propia familia—, tomaron la decisión de confiar, porque el nihilismo no va con la vida humana.

Al final, lo que realmente importa es que las decisiones se hayan tomado a partir del discernimiento y la honestidad intelectual, no por intereses mezquinos. Y en esto, uno cuenta con el apoyo de quienes verdaderamente importan.

sábado, 19 de julio de 2025

Disculpen, pero no.

Ahora que estoy en mi tercer año de ejercer la ciudadanía como comentarista político (“analista” es más usual; ojalá algún día lo sea), recibo una amplia gama de reacciones, en un rango que va desde muy favorables hasta muy desfavorables. Todas trato de manejarlas con humildad y altura, aunque en el segundo caso cuesta un poco más y, si bien no soy completamente inmune al veneno, me recompongo y sigo adelante.

Las críticas dañinas e insultos de personas desconocidas me dan igual. En cambio, cuando el lodo viene de personas conocidas, con quienes en algún momento tuve un vínculo medianamente cercano, reconozco que eso me entristece un poco, pero me limito a lamentar que no hayan desarrollado tolerancia hacia opiniones distintas y lo supero pronto.

Hay una tercera categoría, en cambio, que sí considero una intromisión abusiva. Viene de personas que me conocieron en mi rol docente, el cual se desarrolló correctamente pero que, una vez concluido en cada caso, no permanece más que como un recuerdo y una experiencia. Posterior a aquella circunstancia, jamás cultivamos nexos de ningún tipo en la vida adulta. Ninguno. Y de repente aparecen de la nada, con mensajes pretenciosos de censurar y pontificar acerca de lo que debo o no debo pensar y expresar como ciudadano, invocando aquel vínculo espaciotemporal pasado, blandiéndolo cual recurso de control moral y emocional sobre mi persona. Disculpen, pero no tienen ningún derecho.

martes, 8 de julio de 2025

Disonancia cognitiva y "dictadura"

Publicado en Diario El Salvador

La disonancia cognitiva es un fenómeno psicológico que ocurre cuando una persona tiene dos ideas —conceptos, creencias o informaciones— que se contradicen entre sí, lo cual le genera una incomodidad interna, una especie de crisis mental, que busca resolver. Eso es exactamente lo que sucede en nuestro país, cuando alguien se ve expuesto a dos afirmaciones incompatibles entre sí: la primera, que en El Salvador de 2025 hay una cruel y terrible dictadura; y la segunda, que el presidente de El Salvador en 2025 tiene una altísima aprobación popular y respaldo electoral. La única salida psicológica aceptable para ese dilema es suprimir una de las dos ideas.

Una solución sana podría ser cuestionar la tesis de la supuesta dictadura salvadoreña. En su estricta definición, una dictadura es un “régimen político que, por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales”. El elemento clave para su existencia es llegar o mantenerse en el poder por la fuerza, de manera ilegítima. Pero eso no ha sucedido en El Salvador; al contrario: el apoyo de la opinión pública y de la realidad electoral para el presidente Nayib Bukele ha ido creciendo desde 2019 (53 %) hasta 2024 (85 %) y se mantiene en 2025, como lo muestran todas las encuestas serias.

Otros elementos a tener en cuenta para la conceptualización dictatorial de un régimen son si respeta o no las libertades civiles, los derechos políticos y la participación democrática. En el transcurso de estos años, la oposición política ha podido expresarse en todos los medios a su disposición y ha convocado a cuantas marchas ha querido. Las alegaciones de supuesta persecución política de algunos de sus militantes, voceros o simpatizantes —en algunas ocasiones bajo el título autogenerado de defensores de derechos— no se corresponden con los procesos jurídicos que la Fiscalía les sigue por dineros ilícitos. Los agrupados en un sector del periodismo activista inundan las redes y cámaras de eco con denuncias constantes de supuestos acosos e inminentes capturas que les habrían informado sus fuentes ocultas, pero ninguna de ellas se ha concretado. Un material de contraste adicional que podría servir para el análisis es la entrevista al ex comisionado presidencial Andrés Guzmán Caballero, disponible en redes. Tras un análisis crítico de estos y otros elementos, habría suficiente base como para descartar esta primera tesis.

Pasemos ahora a la otra solución para el dilema entre las dos ideas aquí planteadas, que sería negar a como dé lugar la aprobación y el respaldo popular del presidente, deslegitimando así su permanencia en el poder. Precisamente esto es lo que hace la oposición menos analítica, con afirmaciones de sorprendente ligereza y desconexión con la realidad, tales como que la mayoría de la población está desinformada y vive bajo una ilusión propagandística, que las personas que se expresan bien del presidente ignoran lo que tendrían que saber para retirarle su apoyo y volverse en su contra, que las encuestas están compradas, que hubo fraude electoral (citando como prueba el mito de las papeletas planchadas), etcétera. De esa manera, pueden continuar abrazando, repitiendo y repitiéndose la creencia en la dictadura, ya no tanto para convencer a otros, sino para que estos no los convenzan.

Al final del día, estos dilemas mentales no son cuestión de dogmas ni de repeticiones mecánicas. Se trata de analizar con base en los hechos, pensamientos e incluso emociones. Ganar y mantener la voluntad popular por tantos años no es cosa menor y, si la gente respalda con claridad un camino a seguir, tiene poco sentido práctico oponerse por egos y necedades. Otra cosa son los intereses particulares concretos y mezquinos, pero ese ya es otro tema.

viernes, 20 de junio de 2025

Aclaración pública


Por este medio, deseo hacer una aclaración acaso evidente, pero necesaria.

Hace tres años decidí participar más activamente en el debate público, ejerciendo mi derecho ciudadano de expresar opiniones, comentarios y análisis políticos en diversos medios de comunicación social, tradicionales y digitales.

Desde el inicio estuve consciente del riesgo de recibir ataques personales, dada la toxicidad que prevalece en ese ambiente; sin embargo, valoré más la posibilidad de aportar pensamiento desde un estilo particular, ecuánime y ponderado, convicción en la que me mantengo firme y con ánimo de continuar.

Durante ese trajinar he tenido el cuidado de no vincular mis opiniones particulares con mi trabajo como docente en una institución educativa de larga trayectoria, tanto en mis artículos y entrevistas externas como en el día a día estudiantil interno. Mantener esta separación de roles me ha permitido conservar mi responsabilidad e integridad profesional, al tiempo que desempeñarme satisfactoriamente en los espacios de opinión a los que he sido invitado. En este particular, agradezco tanto a mis superiores en lo laboral, como a los anfitriones de los programas mediáticos, por el respeto y la comprensión que me brindan.

Invito cordialmente a las personas que aún no han logrado entender la separación de ambos roles, a que hagan el esfuerzo por no confundirse ni confundir a la audiencia. Lo que es conmigo como “analista político”, es conmigo y con nadie más. No busquen flancos de ataque en escaques inexistentes fuera del tablero.

Atentamente,

Rafael Francisco Góchez
Escritor y docente, Licenciado en Letras
Red social X: @rfgochez

viernes, 6 de junio de 2025

Propuesta para reflotar el fútbol salvadoreño

Publicado en Diario El Salvador

Si hay un tema en el que todos, absolutamente todos los sectores de la vida nacional tendríamos que estar de acuerdo, es que el fútbol salvadoreño está en la calle de la amargura desde hace varias décadas. Indicadores objetivos sobran: equipos en permanente crisis, estadios vacíos como norma, fracasos como costumbre a nivel de selección mayor, ausencia de futbolistas nacionales en ligas extranjeras importantes, etc. Lo curioso es que, a pesar de que este es un señalamiento recurrente, la dinámica decadente no ha cambiado.

Como aficionado nacido a finales de los años 60, soy de la generación que presenció cómo países que antes estaban por debajo de nosotros —muchos sin ligas profesionales medianamente armadas— y a los que les ganábamos sin complicaciones nos fueron dejando atrás: Canadá, Panamá, Jamaica y, últimamente, Nicaragua. Ni hablar del paupérrimo desempeño de los equipos nacionales en torneos regionales. Y así podría seguir el inventario de males, en un extenso diagnóstico que ya conocemos sobradamente. Pero todo eso será tinta desperdiciada en un improductivo muro de los lamentos, a menos que se propongan y ejecuten soluciones realistas, acciones concretas para sacar del estado catatónico al alicaído deporte de las mayorías.

Como punto de partida, es necesario entender que la maldición del fútbol salvadoreño es un problema de estructuras más que de personas (aunque personajes nefastos no han faltado). Esas estructuras inoperantes abarcan desde el modo en que se constituyen y gestionan los equipos de primera división hasta la manera en que se forman los jugadores y las expectativas que puede tener quien decide dedicarse profesionalmente al fútbol. La pregunta clave es si ese cambio puede ser liderado por las mismas personas que han estado enquistadas en la estructura que urge desmontar. Pareciera que no, pues es un hecho social que las estructuras obsoletas se protegen a sí mismas. De ahí que el cambio quizá deba ser conducido por actores que, hasta hoy, no se habían involucrado directamente en ese pantano, pero con la capacidad de liderazgo y poder suficiente para tirar de la carreta, superando las resistencias naturales de los obstruccionistas.

En cuanto a propuestas concretas, seguramente habrá muchas por considerar, pero hay una en particular que implica e integra múltiples soluciones necesarias: que la Liga Mayor de Fútbol adopte el modelo de franquicias fijas, con inversionistas con capacidad financiera certificada. El modelo sería análogo al de la Major League Soccer, abandonando el sistema de ascensos y descensos. Así, entre ocho y diez marcas funcionarían como asociaciones deportivas privadas o como asocios público-privados, con incentivos fiscales incluidos.

Este esquema permitiría planificar inversiones a mediano plazo. Las fuerzas básicas de cada club recibirían la atención que merecen y, con una adecuada promoción y gestión de marketing, se podría vincular al equipo con la gente y lograr que esta regresara a los estadios. Actualmente, podrían consolidarse al menos seis franquicias con viabilidad deportiva y comercial: Alianza (San Salvador), FAS y Metapán (Santa Ana), Firpo (Usulután), Águila (San Miguel) y Limeño (La Unión). También cabría explorar otras plazas como Sonsonate y San Vicente, además de un segundo equipo en San Salvador y otro en La Libertad.

Otras medidas complementarias serían: capacitar a todos los entrenadores nacionales en métodos modernos (sector con enormes deficiencias técnicas y pedagógicas), limitar a tres extranjeros por equipo (no “paquetes”), reactivar el Torneo de Copa, cambiar el formato de competencia de la liga (premiando la constancia y no la mediocridad), establecer un tope salarial realista y promover una asociación de futbolistas activos.

Ojalá la FIFA usara su poder, en coordinación con el INDES, para implementar esta reforma; sin embargo, para ello se requiere que un grupo de personas capaces y con visión de cambio dé el paso al frente y esté dispuesto a hacerse cargo de esta enorme tarea.

jueves, 15 de mayo de 2025

El ocaso del debate político en TV abierta

Publicado en Diario El Salvador

Desde hace algunos años, varios programas de análisis y debate político que se transmitían en señal de televisión abierta y por cable en El Salvador han ido saliendo del aire, debido a su baja audiencia y consecuente escasez de anuncios publicitarios que aporten ingresos para sostener sus costos operativos. Empresas dedicadas casi por completo a este rubro, como Teleprensa (Canal 33) y TVX (canal 23), cerraron operaciones. Espacios importantes cancelaron segmentos de entrevistas, como El Noticiero (Canal 6), o están mutando progresivamente hacia contenidos no políticos, como Frente a Frente (TCS). Ya no hay entrevistas políticas en Canal 12, al tiempo que los programas de este tipo en Grupo Megavisión han reducido su alcance: Diálogo pasó de 90 a 60 minutos y Pulso Ciudadano fue trasladado del canal 21 al 19.

Este declive del contenido político en los medios televisivos tradicionales no es exclusivo de El Salvador, sino que está ocurriendo a nivel global. Un caso emblemático es el de Cable News Network (CNN), una cadena histórica estadounidense centrada en contenido político, que ha registrado caídas significativas en su audiencia. En 2024, cerró su icónica sede en Atlanta, la torre CNN Center, y trasladó sus operaciones al campus de Techwood, un espacio más reducido en la misma ciudad.

Varias razones explican este fenómeno, siendo la principal la digitalización del consumo de contenidos. Según estudios globales, como los de Pew Research, más del 70% de los adultos en América Latina consumen noticias principalmente a través de redes sociales y plataformas digitales, una tendencia que también afecta a los programas de análisis político. Ciertamente, las plataformas digitales son ahora el principal medio a través del cual las personas reciben y comentan información, publicidad y propaganda de todo tipo.

Si los programas de análisis y opinión política de televisión abierta aún tienen cierta presencia y relevancia en la opinión pública, es porque de ellos se extraen clips de video, de 1 o 2 minutos de duración máxima, que en muchos casos se viralizan cuando contienen expresiones significativas o incluso insólitas (dando lugar, en no pocas ocasiones, a memes); sin embargo, esta difusión no se traduce en mayor audiencia para el programa en sí, puesto que hay muy pocas personas dispuestas a ponerse frente a una pantalla por 30, 45 o 60 minutos de conversación ampliada, que requiere atención para seguir el hilo conductor, menos si posteriormente pueden tener un resumen de los puntos más importantes.

Un factor adicional en el contexto salvadoreño, que contribuye al declive de estos programas, es la desaparición progresiva de los grandes analistas políticos de antaño, que en su momento gozaron de admiración generalizada y de quienes la gente esperaba profundidad y fundamento en sus intervenciones, aunque su tendencia ideológica no fuera imparcial: desde los filósofos Ignacio Ellacuría y Francisco Peccorini, pioneros en esas contiendas intelectuales hace 40 años; pasando por los novedosos debates televisivos en que se enfrascaban notables figuras de distintos signos ideológicos, en las décadas de la posguerra; hasta ese último gran personaje que fue don Dagoberto Gutiérrez, a quien daba gusto ver, tanto por sus alocuciones como por sus cualidades escénicas. Figuras de ese nivel, en formato televisivo de conversación larga, formal y prolífica, respetados incluso por sus adversarios más feroces, quizá ya no existen.

De lo dicho anteriormente no debe concluirse que el análisis y el debate político en medios de difusión masiva hayan perecido; por el contrario, siguen siendo muy relevantes, pero en canales y formatos distintos a los de antes. Las plataformas digitales les ofrecen a las personas mayor cercanía, interacción, facilidad de acceso, flexibilidad y control de qué, cómo, cuándo, dónde y por qué sumergirse en el universo político. Los tiempos y las formas han cambiado y, con la llegada de la inteligencia artificial, seguirán evolucionando. La clave es adaptarse o desaparecer.

jueves, 1 de mayo de 2025

Patinazos y entrevistas fallidas

Contexto

Estoy a punto de cumplir dos años "ejerciendo la ciudadanía" desde programas de opinión política —televisión, radio y plataformas digitales— actividad en la cual encuentro una bonita motivación y me siento satisfecho, pese a la tensión que implica preparar las intervenciones y la pequeña molestia de lidiar con el hate (inevitable por el solo hecho de existir en redes sociales). En general, creo haberme construido una imagen respetable, aunque imperfecta y no exenta de situaciones incómodas: patinazos y entrevistas fallidas.

Patinazos

Uno no es todólogo, pero ya montado en el caballo (lo digo simbólicamente, porque nunca he ejercido la equitación) te lanzan todo tipo de preguntas de gran variedad de temas de coyuntura. En algunos casos, he tenido que decir “de eso no puedo opinar”, pero en otros me he atrevido, creyendo conocer el tema, solo para darme cuenta de que —en más de una ocasión— dije cosas erróneas, tales como mencionar una ley que cambió hace un tiempo, citar mal un artículo o confundir un término en particular. Errare humanum est. 😬

Entrevistas fallidas

En algunas ocasiones, he tenido entrevistas completamente gratuitas. En cuatro o cinco ocasiones me preguntaron y me filmaron, pero jamás publicaron la nota, sea porque no dije lo que querían, sea porque a última hora cambió la agenda y el tema ya no era importante. Otra vez fui a cierta televisora para una serie de apariciones cortas en el lapso de media hora, pero al final solo fue una de 2 minutos, porque se vino una transmisión urgente. Pese a las expectativas frustradas de aparecer en pantalla, prefiero verlas desde la creencia popular de “por algo pasan las cosas”, sin molestarme. Esto incluye una vez que me contactaron para una entrevista, me dijo que daría las indicaciones “en un par de minutos” y hasta la fecha, pues… 🙄

Reflexión

En este pasatiempo, puedo cometer errores y no me pesa reconocerlos. Lo que no me verán hacer es llegar a mentir o inventar, sea por encargo o por llamar la atención.

miércoles, 30 de abril de 2025

Dilemas de la Iglesia y el nuevo papa

Publicado en Diario El Salvador

Tras el fallecimiento del papa Francisco, el cónclave para elegir al nuevo Vicario de Cristo está señalado para iniciar el 7 de mayo. No hay un tiempo límite de duración para esta solemne asamblea cardenalicia, pues el requisito es que el designado obtenga dos tercios de los votos emitidos. Siempre que se piensa en un nuevo papa, emergen especulaciones y debates sobre su perfil, de cara a las necesidades y expectativas de una institución milenaria que congrega aproximadamente 1.4 mil millones de fieles, esto es, cerca del 18 % de la población mundial.

En términos generales y además del sentir de la feligresía, dos son las principales expectativas que recaen sobre la sucesión papal, especialmente desde la sociedad laica occidental: la primera, el rol de la Iglesia como agente social en un mundo crecientemente secularizado y desigual, y, segunda, su postura sobre temas morales de amplio debate generacional.

Desde el concilio Vaticano II, concluido hace 60 años, la Iglesia Católica asumió un papel importante en la promoción de la justicia social, ya no solo a nivel de caridad individual (como hacía antes), sino cuestionando las estructuras sistémicas que marginaban a grandes sectores de la población. De allí surgió un nuevo impulso para la Doctrina Social de la Iglesia, como un llamado a la conciencia y la conversión de quienes manejaban los destinos de las naciones; pero también dio lugar a la controvertida Teología de la Liberación, una interpretación extrema que en varios países, como El Salvador, facilitó la incorporación de mucha población católica a los movimientos armados de la izquierda latinoamericana, en un contexto de dictaduras, represión y violencia estructural.

Con el ascenso del cardenal jesuita Jorge Bergoglio, investido como papa Francisco en 2013, muchos sectores creyeron o quisieron ver un nuevo giro social dentro de la Iglesia, pero Francisco mantuvo siempre un tono prudente y diplomático, lejos de la beligerancia imaginada por quienes resintieron la cruzada anticomunista de Juan Pablo II. Todo parece indicar que los electores, los 133 cardenales que no sobrepasen los 80 años de edad, mantendrán el énfasis en la espiritualidad católica posconciliar, enraizada en la fidelidad a la tradición y la apertura moderada al diálogo contemporáneo.

El segundo tema es más delicado, pues la doctrina católica parece estar cada vez más en conflicto con los cambios de creencias y consensos sociales en temas como el aborto, la eutanasia, la homosexualidad, los anticonceptivos, el divorcio y el empoderamiento de la mujer al interior de la jerarquía, donde no son pocos los sectores que demandan reformas profundas y urgentes. En la pugna entre conservadores y progresistas, el papa Francisco fue catalogado dentro del segundo bloque, pues tuvo muchos gestos de comprensión y acercamiento hacia quienes se han sentido excluidos por las categorías antes mencionadas; sin embargo, es importante recalcar que la doctrina no sufrió ningún cambio sustancial bajo su papado, pues sigue siendo la misma consignada en el Catecismo de la Iglesia Católica, un volumen de aproximadamente 1,000 páginas que buena parte de los católicos no suele consultar de manera sistemática.

En este aspecto, aunque a nivel externo se presente el dilema de nombrar a un papa “conservador”, uno “moderado” o uno “liberal”, lo cierto es que la doctrina oficial se le impone a cualquiera que resulte electo, por lo que lo más probable es esperar continuidad, no grandes cambios ni revoluciones profundas. Hay que tener presente que buena parte de los temas morales en discusión provienen de enseñanzas doctrinales firmes —algunas de rango dogmático— que, por su misma conceptualización, no se pueden cambiar ni aún con la voluntad de un nuevo concilio o de una mayoría de cardenales. Lo que puede haber son cambios de actitudes, de énfasis pastoral, pero no de doctrina. En otras palabras: la Iglesia Católica seguirá siendo fiel a sí misma.


viernes, 11 de abril de 2025

Generación IA: ¿la muerte del pensamiento?

Publicado en Diario El Salvador.

Siempre que surge un avance tecnológico disruptivo, ciertos sectores reaccionan con temor, emitiendo predicciones catastrofistas. En el ámbito educativo, tradicionalmente conservador, muchos docentes han seguido este patrón: advertir que esta o aquella nueva herramienta arruinará a las generaciones que la utilicen. Basta recordar la transición de las tablas de logaritmos a la calculadora científica o, más recientemente, el paso de las bibliotecas físicas con ficheros de tarjetas a la biblioteca global computarizada que es Internet.

Hoy, en 2025, estamos viviendo una de esas transformaciones que redefinen la educación y la percepción del mundo: la irrupción incontenible de los generadores de texto basados en Inteligencia Artificial (IA), accesibles para cualquier persona con un smartphone. ChatGPT, Grok, Gemini, Copilot, DeepSeek y otros han alcanzado un nivel de articulación de ideas que no solo organiza la información disponible en la web, sino que lo hace con una coherencia y sofisticación que supera al humano promedio. En sus versiones más avanzadas, se sitúan al nivel de la élite educada: escritores, filósofos, científicos, académicos, artistas y otros creadores de pensamiento que desde el siglo XIX se conocen como la intelligentsia.

En la experiencia docente cotidiana con adolescentes de la Generación Z, el uso de la IA ya está normalizado, no solo para tareas escolares (cuyo formato tradicional se ha vuelto obsoleto) y el desarrollo de habilidades de investigación, sino también para actividades de lectura comprensiva y redacción dentro del aula. El problema no es la herramienta en sí, que es asombrosa, sino su uso indiscriminado como atajo para todo, sin que el estudiante haya desarrollado previamente sus habilidades básicas de razonamiento y análisis.

Pero lo que hoy es solo preocupante podría tornarse desolador en la siguiente generación: aquellos nacidos a partir de 2020, que bien podrían llamarse Generación IA. Para ellos, el proceso educativo, desde la lectoescritura (que están aprendiendo ahora mismo, a sus cinco años), estará mediado por sistemas de inteligencia artificial cada vez más sofisticados. Así, lo que podría parecer una enorme ventaja de la civilización encierra un riesgo considerable: que estos niños y niñas deleguen desde la infancia la generación y expresión de sus ideas en la IA, no como herramienta complementaria, sino como sustituto de una de las facultades esenciales del ser humano: el pensamiento. Esto recuerda aquel principio evolutivo que asoma amenazante: “órgano que no se usa, se atrofia”.

No obstante, el futuro del pensamiento no tiene por qué ser necesariamente apocalíptico. Es posible que esta camada de humanos, la Generación IA, al interactuar constantemente con modelos de lenguaje avanzados, adopte sus patrones y desarrolle naturalmente ciertas inteligencias, como la lingüística y la intrapersonal; por ejemplo, recibir consejos fundamentados e instantáneos podría incluso fortalecer la inteligencia emocional y la capacidad de afrontar crisis existenciales.

Siendo ecuánimes, el rumbo que tome la humanidad en su relación con la IA aún no está definido. Gran parte de lo que venga dependerá del sistema educativo y de cómo las familias, los docentes y las autoridades integren estas herramientas, cuya presencia e influencia es imposible ignorar, aunque se pueda debatir sobre sus implicaciones. Tal como ha sucedido en el pasado con otros avances, la clave está en no satanizar el recurso sino, en primer lugar, entenderlo y luego diseñar estrategias que permitan aprovecharlo de manera crítica y responsable. La IA puede ser una aliada en la educación si se le otorga el rol correcto, como ya ocurre en el ajedrez (donde el motor más poderoso, Stockfish, es imprescindible en el entrenamiento de los jugadores de alto nivel). Si esto se logra, podría ser el mayor salto educativo de la historia; si no, podría ser la antesala de una generación intelectualmente dependiente, perezosa y sin ningún sentido crítico.