Publicado en Diario El Salvador
La disonancia cognitiva es un fenómeno psicológico que ocurre cuando una persona tiene dos ideas —conceptos, creencias o informaciones— que se contradicen entre sí, lo cual le genera una incomodidad interna, una especie de crisis mental, que busca resolver. Eso es exactamente lo que sucede en nuestro país, cuando alguien se ve expuesto a dos afirmaciones incompatibles entre sí: la primera, que en El Salvador de 2025 hay una cruel y terrible dictadura; y la segunda, que el presidente de El Salvador en 2025 tiene una altísima aprobación popular y respaldo electoral. La única salida psicológica aceptable para ese dilema es suprimir una de las dos ideas.
Una solución sana podría ser cuestionar la tesis de la supuesta dictadura salvadoreña. En su estricta definición, una dictadura es un “régimen político que, por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales”. El elemento clave para su existencia es llegar o mantenerse en el poder por la fuerza, de manera ilegítima. Pero eso no ha sucedido en El Salvador; al contrario: el apoyo de la opinión pública y de la realidad electoral para el presidente Nayib Bukele ha ido creciendo desde 2019 (53 %) hasta 2024 (85 %) y se mantiene en 2025, como lo muestran todas las encuestas serias.
Otros elementos a tener en cuenta para la conceptualización dictatorial de un régimen son si respeta o no las libertades civiles, los derechos políticos y la participación democrática. En el transcurso de estos años, la oposición política ha podido expresarse en todos los medios a su disposición y ha convocado a cuantas marchas ha querido. Las alegaciones de supuesta persecución política de algunos de sus militantes, voceros o simpatizantes —en algunas ocasiones bajo el título autogenerado de defensores de derechos— no se corresponden con los procesos jurídicos que la Fiscalía les sigue por dineros ilícitos. Los agrupados en un sector del periodismo activista inundan las redes y cámaras de eco con denuncias constantes de supuestos acosos e inminentes capturas que les habrían informado sus fuentes ocultas, pero ninguna de ellas se ha concretado. Un material de contraste adicional que podría servir para el análisis es la entrevista al ex comisionado presidencial Andrés Guzmán Caballero, disponible en redes. Tras un análisis crítico de estos y otros elementos, habría suficiente base como para descartar esta primera tesis.
Pasemos ahora a la otra solución para el dilema entre las dos ideas aquí planteadas, que sería negar a como dé lugar la aprobación y el respaldo popular del presidente, deslegitimando así su permanencia en el poder. Precisamente esto es lo que hace la oposición menos analítica, con afirmaciones de sorprendente ligereza y desconexión con la realidad, tales como que la mayoría de la población está desinformada y vive bajo una ilusión propagandística, que las personas que se expresan bien del presidente ignoran lo que tendrían que saber para retirarle su apoyo y volverse en su contra, que las encuestas están compradas, que hubo fraude electoral (citando como prueba el mito de las papeletas planchadas), etcétera. De esa manera, pueden continuar abrazando, repitiendo y repitiéndose la creencia en la dictadura, ya no tanto para convencer a otros, sino para que estos no los convenzan.
Al final del día, estos dilemas mentales no son cuestión de dogmas ni de repeticiones mecánicas. Se trata de analizar con base en los hechos, pensamientos e incluso emociones. Ganar y mantener la voluntad popular por tantos años no es cosa menor y, si la gente respalda con claridad un camino a seguir, tiene poco sentido práctico oponerse por egos y necedades. Otra cosa son los intereses particulares concretos y mezquinos, pero ese ya es otro tema.