En días pasados, alguien tuvo la simpática idea de hacer un partido entre las veteranas selecciones de Hungría y El Salvador que participaron en el mundial de España en 1982. Este despropósito no hubiera pasado de ser una extraña obsesión por el masoquismo memorístico de aquel penoso 10-1, de no ser porque la prensa deportiva (incluso parte de la seria) le dedicó amplios espacios al tema y, para completar el teatro del absurdo, hubo buena cantidad de aficionados en el estadio.
De los varios reportajes publicados con tal motivo, queda claro que los testimonios de los involucrados cargan la mayor responsabilidad del desastre al director técnico, Pipo Rodríguez, quien nunca tuvo control ni del grupo ni de la situación y, para acabar de amolarla, cuando perdía 3-0 al medio tiempo insistía en seguir atacando, sin hacer absolutamente nada para apuntalar una maltrecha defensa.
Sin embargo, la prensa deportiva no ha indagado en su propia responsabilidad en aquel desmadre. En mi memoria tengo bien grabado cómo los más influyentes periodistas especializados, además de inflar la verdadera capacidad del equipo y disimular sistemáticamente sus constantes yerros defensivos, habían fijado un objetivo prioritario para aquel torneo: marcar un gol (puesto que en la participación anterior en México '70 nos habíamos ido en blanco).
Sobre ese tema insistieron hasta la saciedad y tengo la impresión de que lograron, a fuerza de presión mediática, instalar esa meta en la mentalidad en jugadores, entrenadores y dirigentes, traducida en un "no importa perder, con tal de que marquemos al menos uno". Tanto así fue que el "glorioso" gol salvadoreño -que vino cuando perdíamos 5-0, tras una buena jugada del Mágico González, pero también como cortesía de los defensas húngaros que aflojaron las marcas y le permitieron a Zapata rematar a placer- fue celebrado como si con él hubieran ganado el campeonato del mundo. ¡Vaya culto al adefesio!
lunes, 18 de junio de 2007
viernes, 15 de junio de 2007
Gran pensada en rojo y verde
Muchas veces el salvadoreño (hombre macho masculino) "se la lleva de vivo" cuando en realidad es bastante bruto, observación que se deriva de una variedad de situaciones diarias, en este caso, la forma primitiva de conducir por las calles de la ciudad capital, lugar en donde el reglamento de tránsito deviene en una broma de mal gusto, pues las "normas" que realmente cuentan para lidiar con esa colección de bárbaros especímenes son sólo las que, por ley de la selva, se aplican cotidianamente sobre el asfalto (aclaro: buseros y microbuseros son apenas un porcentaje).
De los muchos casos para ilustrar el tema, elegimos este que se refiere a la "viveza" de anticipar los ciclos, tiempos y cambios de luz de los semáforos. Bien sabido es que el cambio de verde a amarillo y de éste al rojo no está seguido inmediatamente de un cambio de rojo a verde en el semáforo de la calle perpendicular, sino que transcurren un par de segundos entre una cosa y la otra. Pues bien: el muy "vivo" al volante tiene asumido este hecho y, en consecuencia, se pasa su correspondiente luz roja en los dos, tres y hasta cuatro o cinco segundos posteriores al cambio. Obviamente, la presencia de un solo idiota en el momento (in)adecuado basta para causar una colisión con quien sí es medianamente civilizado.
Pero si, en contraparte, quien está detenido por el rojo no mira su propio semáforo, sino el que corresponde a calle con la cual se intersecta, y va acelerando desde cuando el otro pasa por la luz amarilla, comenzando a caminar ni bien el propio amaga con cambiar a verde... hay ahí un seguro zigzagueo, chirridos de llanta con correspondiente pitada de "la vieja" o, en el mejor y más merecido de los casos, ¡un buen "polongón" de por medio!
De los muchos casos para ilustrar el tema, elegimos este que se refiere a la "viveza" de anticipar los ciclos, tiempos y cambios de luz de los semáforos. Bien sabido es que el cambio de verde a amarillo y de éste al rojo no está seguido inmediatamente de un cambio de rojo a verde en el semáforo de la calle perpendicular, sino que transcurren un par de segundos entre una cosa y la otra. Pues bien: el muy "vivo" al volante tiene asumido este hecho y, en consecuencia, se pasa su correspondiente luz roja en los dos, tres y hasta cuatro o cinco segundos posteriores al cambio. Obviamente, la presencia de un solo idiota en el momento (in)adecuado basta para causar una colisión con quien sí es medianamente civilizado.
Pero si, en contraparte, quien está detenido por el rojo no mira su propio semáforo, sino el que corresponde a calle con la cual se intersecta, y va acelerando desde cuando el otro pasa por la luz amarilla, comenzando a caminar ni bien el propio amaga con cambiar a verde... hay ahí un seguro zigzagueo, chirridos de llanta con correspondiente pitada de "la vieja" o, en el mejor y más merecido de los casos, ¡un buen "polongón" de por medio!
jueves, 7 de junio de 2007
En "La Luna", notable antro bohemio.
Ayer estuvimos en "La Luna, casa y arte" -catedral de la bohemia, notable antro estético- entonando canciones propias y ajenas junto con el joven cantautor Billy Durán Candell, en un espectáculo que titulamos "Trova, memorias y romanticismo".
Era esta presentación algo que consideré imprescindible desde que decidí poner mi música en disco y volver a escena, ya que si hay un lugar de mucha tradición en esto de la trova es, precisamente este espacio selenita, que con su década y media de funcionamiento ha logrado ser un punto de referencia local y centroamericano.
Mi compañero en escena, Billy, estuvo muy bien y creo que la combinación de "juventud y experiencia" fue acertada, así como la diferencia de estilos y, no obstante, coincidencias fundamentales (voces y guitarras). El público resultó amigable, con bastantes caras conocidas en lo inmediato y también en la distancia. Entre notas y voces, alcanzamos la asombrosa marca de... ¡dos horas y media! (felizmente, sin que nos fuera lanzado ningún objeto).
martes, 5 de junio de 2007
El sonido de "Los mitos", de España.
La música que más aprecio la escuché en mi infancia, allá por los tempranos años setentas, la cual coincidió con la adolescencia de mis hermanas mayores, cuando teníamos una "radiola" (que era, en realidad, un radio de amplitud modulada con tocadiscos de vinilo incorporado, de la cual aún conservo las bocinas funcionando y, entre ambas, entregan algo así como 10 watts RMS) y en ella se colocaban los discos de su preferencia.
Varios de ellos eran de un grupo español, "Los mitos", de los cuales hasta hace poco supe que eran bilbaínos y habían cambiado a su voz distintiva (su cantante Tony) en la última etapa de su trayectoria. Canciones como "Si te acuerdas de mí", "Lejos de ti", "Me conformo", "Todos lo saben" y otras de aquella época quedaron marcadas en mi memoria de infante. Posteriormente, ya en la madurez nostálgica, fui consiguiendo aquí y allá el resto de temas, hasta tener una idea bastante completa de lo que hicieron.
Además del romanticismo inocente, propio de aquella época, he de mencionar la preciosa orquestación que en Hispavox les hicieron a sus temas. No me atrevería a asegurarlo, por falta de información, pero en el sonido y estilo los arreglos sinfónicos que adornaban los instrumentos básicos creo ver la mano del maestro hispano-argentino Waldo de los Ríos, por aquella época ligado a dicha casa disquera; el cual, sin quitar protagonismo a los jóvenes estelares, permite hoy, a más de treinta y cinco años de distancia, deleitarse los oídos una y otra vez con aquellos sustanciosos respaldos, tan sabrosos como las armonías y voces allí plasmadas.
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