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Cinco ejemplos, para ilustrar:
a) Una estructura metálica destinada a sostener un techo, misma que ni siquiera está a escuadra (los tipos desconocían la plomada) y cuyos polines encajuelados fueron pintados a la carrera, con pintura demasiado diluida y sólo por la parte externa (de donde resulta que se oxidan desde dentro).
b) Un cable de electricidad que, para ahorrar distancia, fue tirado por sobre el techo, a la plena intemperie y sin el menor sentido estético ni ético (había uniones hechas a la carrera y con aislante débil).
c) Láminas de asbesto ("duralitas") que, con la lluvia, se humedecen tanto que uno es capaz de deshacerlas con los dedos (cortesía del fabricante, con la venia del consumidor que no protesta).
d) Un canal lámina galvanizada para desagüe, con un tubo de bajada tan estrecho que, ni bien llueve un poco recio, rebalsa inundando el cielo falso de todo ese pasillo.
e) Un lavadero de concreto, torcido al menos cinco grados a la izquierda con respecto a la horizontal.
De los dos trabajos que contraté por mi propio medio no me puedo quejar: parecen estar bien hechos y los obreros se miraban algo espabilados. Mas, viendo el estándar de calidad de los despropósitos anteriores, no puedo evitar preguntarme qué pasó entonces con la tan afamada mano de obra salvadoreña.
¿Será que todos los buenos emigraron? ¿Será que quienes mis predecesores tuvieron "pulso" para elegir tipos sólo de tan marcada in-habilidad?
1 comentario:
Ahora entenderás mi aprensión de contratar los servicios de un fontanero...
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