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El toque distintivo y meritorio de Waldo de los Ríos fue acercar el mundo de los clásicos a la cultura popular, desde la exitosa versión de la “Oda a la Alegría” de Beethoven, arreglada por él para una orquesta sinfónica aderezada con instrumentos cercanos al oído de la gente (guitarra, bajo eléctrico, batería), hasta otras piezas más sublimes aunque menos conocidas, como el resumen del primer movimiento del concierto para piano y orquesta número dos, de Sergei Rachmaninoff y la pieza vocal “Voi che sapete” de “Las bodas de Fígaro”, de Mozart.
Hace algunos años busqué en internet la biografía de Waldo de los Ríos, sin éxito alguno. Hoy repetí la búsqueda, pero el resultado me impresionó tanto como si un querido amigo hubiera muerto. Waldo de los Ríos se suicidó en 1977, luego de una aguda depresión y en circunstancias inquietantes (ver aquí la nota periodística de “El país”, España).
¿Qué pesadumbre lo habrá llevado a tal terrible decisión? Yo sólo puedo enmudecer y seguir valorando, como algo de lo más preciado para mí, esa puerta que él abrió para que tantos de nosotros entrásemos al excelso mundo de la música clásica por la vía de sus atrevidos arreglos.
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