martes, 4 de diciembre de 2007

¿No más libros de papel?

A mediados de Noviembre, el fundador y presidente de Amazon.com, Jeff Bezos, lanzó al mercado el Kindle, un lector portátil de libros electrónicos que pretende marcar un “antes” y un “después” en la forma de concebir la lectura y escritura de libros, así como la relación entre lectores y autores. La revista “Newsweek” le dedicó la portada y un extenso e ilustrativo artículo sobre el tema.

Hasta hoy y por diversas razones, todos los intentos de “e-books” han fracasado en su tentativa de sustituir al libro de papel. Pero el Kindle ofrece notables ventajas comparativas: utiliza la tecnología "E ink" en su pantalla (moviendo a voluntad cada una de las ciento sesenta y siete gotas de tinta por pulgada lineal, dando la apariencia casi exacta de una hoja de papel impresa), pesa poco más de diez onzas (menos que algunas revistas y libros reales), su batería recargable le permite funcionar por treinta horas continuas (suficiente para leer un libro completo en sesiones diarias de una hora por todo un mes), y puede comprar y cargar un libro nuevo en cualquier momento y desde cualquier lugar (siempre está en línea vía “whispernet”, la misma tecnología inalámbrica de los teléfonos móviles).

¿Por qué este aparatito habría de correr distinta suerte a la de sus fallidos predecesores (incluyendo al Sony Reader, de características muy similares)? O mejor aún: ¿por qué estos no han logrado sustituir al viejo libro impreso?

En mi caso personal, tomo la siguiente respuesta como válida: porque el libro de papel es tan sólo el medio para transportarnos al mundo imaginario creado por el lector y, como tal, debe permanecer ajeno a la percepción consciente.

Para mí -que no soy un fetichista de la textura del papel, el olor de la goma o la composición de la tinta- la única forma en que puedo leer a gusto es cuando logro pensar en las ideas del autor en contraste con las mías, y no en el objeto físico que las contiene. Pero no puedo hacerlo si tengo en mis manos un objeto caro, demasiado bonito y seductor, el cual distrae mi atención y "me pide" a cada momento utilizar esta o aquella función novedosa que interrumpa el flujo de palabras, oraciones y mundos. No puedo hacerlo si, habiéndomelo llevado a la cama, temo dormirme mientras leo y, en acto reflejo, lanzar el lector electrónico por los aires, convirtiendo en astillas esos cuatro cientos de dólares. ¡No puedo hacerlo si sé que con ese mismo aparatito no espantar a una mosca ni golpear sobre el piso para ahuyentar a una cucaracha que ronde mi espacio de lectura!

Ignoro si algún día compraré un Kindle o alguno de sus descendientes: para ello, tendrían que bajar de precio y, sobre todo, ofertar una respetable colección de libros en español, disponibles en el ciberespacio local. Pero dicho esto y no obstante todo lo anterior... el gusanillo de la curiosidad ya comienza aquí dentro a roer resistencias y a palpitar la tentación del juguete nuevo: ¡que me pican los dedos por hacer la prueba y leer un libro en el mentado aparatito!

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