En general, los salvadoreños carecemos de estudios serios sobre nuestros más polémicos personajes históricos: tal es el caso del dictador Maximiliano Hernández Martínez, quien gobernó a la República de El Salvador durante el período 1931-1944. Movido por la curiosidad al respecto, fui a la sección de colecciones especiales de la biblioteca “P. Florentino Idoate, S.I.” de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA). Allí encontré un libro titulado “El general Martínez, un patriarcal presidente dictador”. Su autor es Alberto Peña Kampy, quien al parecer fue su cercano colaborador, desde su puesto como locutor oficial y posteriormente director de YSS Radio Nacional.
La edición es de formato humilde, pues el volumen fue impreso en 1972 en papel de empaque (similar al papel periódico) por la Editorial Tipográfica “Ramírez” del barrio “Santa Anita”, con un tiraje de apenas un mil ejemplares. A partir de estas señas, este libraco parece un genuino homenaje del autor hacia el General Martínez y no parte de una campaña propagandística financiada por entes económicamente poderosos. Desde la primera página se advierte que Peña Kampy guardaba una estima superlativa para con el General Martínez, casi a nivel de idolatría histórica, y tal es la perspectiva que domina el estilo de las doscientas siete páginas de que consta la obra. No se trata de un minucioso estudio biográfico, sino de “vívidos relatos históricos”, la mayoría de carácter testimonial, basados en la propia percepción y memoria del signatario, aunque afirma contar “con una extensa y auténtica documentación” que los respalda.
Como es sabido, el General Martínez enfrentó y reprimió el levantamiento campesino promovido por el Partido Comunista en 1932, un evento traumático en la vida nacional acerca del cual mucho se ha escrito a partir de las ideologías y fanatismos políticos. En esa línea, Peña Kampy no duda en afirmar que “sería largo enumerar las muchas fechorías y crímenes, que las hordas vandálicas comunistas en pocos días causaron a los pacíficos e indefensos habitantes en muchos y distintos lugares”. En contraparte, de la represión gubernamental prolongada e indiscriminada apenas reconoce que en el proceso de “persecución, barrido y limpieza (...) fueron eliminados algunos inocentes”. Acerca del número de muertos durante aquella masacre no hay datos confiables, pues mientras el gobierno de Martínez reconoció la “lamentable pero obligada liquidación de más o menos cinco mil subversivos comunistas”, hay quienes calculan el número de muertos en un rango que oscila entre los diez mil y treinta mil. Por cierto, la tortura contra prisioneros implicados en aquel alzamiento la describe elegantemente como “un enérgico interrogatorio”.
Atendiendo a los relatos del autor, el General Martínez fue un gran lector, esforzado estudiante, quien no fumaba ni bebía, vegetariano, disciplinado y poseedor de una perfecta salud, tanto así que nunca se supo que se hubiera enfermado. Aunque acepta que Martínez fue un dictador, insiste en el término “patriarcal” para describirlo. De su gobierno dice que en él no hubo “nada de tiranía, despotismo, ni hubo abuso de mando del bienintencionado Presidente, que gobernó con dignidad, carácter y energía durante varios años”. Lo interesante de esta opinión es que también así lo recuerdan muchísimas personas que vivieron en aquella época: un gobernante honrado que no endeudó al país con empréstitos, una época de orden y tranquilidad, sin hambre y con obras públicas de progreso.
Casi a modo de conclusión y en un arrebato emocional no menos osado que atrevido, Peña Kampy redacta en primera persona plural lo siguiente: “para terminar, sólo nos resta decir que según nuestra particular opinión y la de muchos, la figura que se encuentra en el Monumento a la Revolución (el “chulón incógnito”) debería ser sustituido por la figura de cuerpo entero del tan histórico personaje que en vida se llamó Maximiliano Hernández Martínez”.
¡La Providencia nos libre de tan notable ocurrencia!
domingo, 9 de diciembre de 2007
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