A diferencia de lo acostumbrado, este es un comentario de un libro que no he leído ni pienso leer.
En efecto, he evitado conscientemente el disgusto de leer “El asco” (1997), de Horacio Castellanos Moya, debido a las expectativas, reseñas, comentarios y algunas citas textuales que, en su conjunto, son “los conocimientos previos”, los cuales condicionan y fundamentan la decisión de abordar o rehusar determinado discurso.
Según tengo entendido, la esencia del libro es una catarsis o desahogo a partir de la frustración, el desencanto y -como el título mismo lo indica- el asco ante la realidad salvadoreña de la posguerra.
Narrado explícitamente con el estilo del escritor austríaco Thomas Bernhard, aparentemente esta obra hace un minucioso recuento de los aspectos más decepcionantes del país, al que no se le concede ninguna posibilidad de redención.
Hace más de medio siglo, en su “Patria exacta” (que no lo es tanto) el poeta Oswaldo Escobar Velado dio un retrato amargo que zarcea entre ciertas realidades objetivas y otras visiones más o menos subjetivas. En los años setenta, en el collage “Las historias prohibidas del Pulgarcito”, Roque Dalton dio una visión tragicómica y grotesca de la historia nacional, en su afán de desmitificar la historia "oficial". Pero aquí, Castellanos Moya fue un paso más allá, percibiendo y expresando al país como un conjunto flotante de heces fecales, del cual huye asqueado.
Ahora bien: como de actitudes subjetivas se trata, creo que el estado de ánimo de un adicto maníaco-depresivo no se puede considerar un retrato equilibrado. Uno puede estar consciente de la realidad (con todo y lo dificultoso que es conocer la verdad "objetiva") y saber que ésta no es exactamente como dice la “Oración a la bandera”, de David J. Guzmán; otra cosa, en cambio, es ponerse a vomitar purulencias en el papel con el cuento de que "esta es mi patria..." y que, además, haya quienes digan “¡hey, qué tipo tan cachimbón, cómo es de sincero!”
De cara a las diarias labores de supervivencia, no creo que el buen ánimo se construya metiendo la nariz en una sentina, como enfermizo ritual cotidiano. En cualquier caso, mejor buscarse una buena mascarilla y, cloro y manguera en mano, ver qué se hace para sanearla.