domingo, 25 de agosto de 2013

Cinco falsedades culturales en la Guanaxia Irredenta

Acostumbrados a la poca investigación y a creernos cualquier paja que nos dicen (más aún si esta viene de nuestros mayores), hemos acabado creyendo cosas relativas a la cultura nacional que son, por demás, falsedades de alto calibre. En esta entrada nos ocupamos de desmentir cinco de las más difundidas.

1. El Himno Nacional de El Salvador, tercero mejor del mundo.

Ante la relativa escasez de méritos con que alimentar la autoestima patria, se suele decir (incluso a nivel académico) que el Himno Nacional de El Salvador (letra de Juan José Cañas, música de Giovanni Aberle) ocupa el tercer lugar a nivel mundial, resultado obtenido en un concurso realizado nadie sabe dónde ni cuándo ni organizado por quiénes.

Al respecto, en la parte del “Prólogo y teoría general” de la novela póstuma de Roque Dalton, “Pobrecito poeta que era yo”, encontramos este párrafo alusivo al tema:

Porque nunca, nun-ca, se dio ese fantástico concurso mundial de himnos nacionales en cuyo seno -je ajegura, je dije, rumoran juentej por lo general bien informadaj- el “Saludemos la patria orgullosos” ganó un tercer lugar tipo están-verdes-las-uvas, detrás (honrosísima y ú-ni-ca-men-te) del “Allons, enfants de la patrie” y el “Mexicanos al grito de guerra” y no sé cuántas cosas al cañón.

2. Una Nobel de Literatura nos bautizó como “El Pulgarcito de América”.

El apelativo de Pulgarcito alude a las cualidades de astucia, valor y excelencia que -pese a su diminuto tamaño- tiene el protagonista del cuento tradicional recogido por los hermanos Grimm y Perrault. La creencia popular es que fue la poetisa chilena Gabriela Mistral (1889 - 1957, Premio Nobel de Literatura en 1945) quien bautizó a El Salvador con ese apelativo, dado que es el país más con menor extensión territorial del continente. Esta especie se ha visto prácticamente oficializada por la referencia explícita en “Las historias prohibidas del Pulgarcito”, de Roque Dalton.

Sin embargo, investigadores como Rafael Lara Martínez no han encontrado un solo texto de ella en donde se compruebe tal afirmación; por el contrario, el historiador Carlos Cañas-Dinarte muestra evidencias de que fue el escritor Julio Enrique Ávila, hacia mediados del siglo XX, quien publicó un texto en donde como letanía se repite el apelativo en cuestión. En esta publicación hay más detalles al respecto.

3. El Salvador y Honduras, a la guerra por un partido de fútbol.

En 1969 ocurrió la llamada “guerra de las cien horas”, cuando el ejército salvadoreño atacó territorio hondureño en respuesta a los despojos, expulsión y vejaciones que sufrieron miles de compatriotas en aquel país. Por esa época, las selecciones nacionales de fútbol de ambos países se enfrentaban por un boleto al Campeonato Mundial México 70.

Aprovechando esta circunstancia como gancho publicitario, el periodista polaco Ryszard Kapuściński publicó un libro titulado precisamente así, “La guerra del fútbol”, en donde narra diversos conflictos en países subdesarrollados, entre ellos el ocurrido en Centroamérica.

Las causas de esta guerra fueron de orden social, político y económico, pero la coincidencia de la mencionada serie eliminatoria en el deporte de las masas populares acabó por acaparar la atención y pasar a la historia.

4. “La bala”, original de la orquesta Hermanos Flores

La internacional orquesta Hermanos Flores es seguramente el más popular y conocido de los combos tropicales cumbieros salvadoreños. Con casi cuarenta años de trayectoria, es un punto de referencia de identidad para sus compatriotas dentro y especialmente fuera de las fronteras patrias. Una de las canciones que nunca puede faltar en las fiestas animadas por ellos (fuera de toda duda y a riesgo de injurias y agresión popular si falta), es “La bala”, que la gente -al igual que “El carbonero”, de Pancho Lara- ha elevado a una especie de himno nacional oficioso.

Pues bien: “La bala” es una versión o “cover” de la cumbia original del compositor panameño Arturo C. Hassan (1911-1974), la cual se popularizó primero en Colombia.

5. Atlacatl, el cacique heroico.

Cuando se habla de la propia raíz cultural, emerge el mito de “el indio cuscatleco”, los valerosos Atlacatl y Atonal, supuestos líderes de la resistencia indígena ante los conquistadores españoles.

Sin embargo, desde hace algún tiempo se sabe que, salvo en la escultura de Valentín Estrada que está a la entrada de Antiguo Cuscatlán, Atlacatl no existió y su nombre puede ser el resultado de una mala traducción que alude a una población cercana a la frontera con Guatemala, no a un soberano ni tal. Mucho menos creíble es la versión cuasi-cinematográfica de que fue Atonal, disparando una flecha en cámara lenta y con efectos sonoros, quien acertó en la pierna de Pedro de Alvarado.

¿Y entonces…?

Lo que toca es construir realidades dignas a base de esfuerzo diario, no vivir de mitos inventados.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Los hondureños quisieron declarar las pupusas como plato de origen hondureño, ¿son entonces oriundas de nuestro país o los catrachos tienen la razón? Entonces serían 6 los mitos

Beapleites dijo...

Bueno, me alegra salir de la ignorancia, pero me entristece saber algunas cosas...

Unknown dijo...

Que bueno que la bala no es salvadoreña, ya podemos pedir que jamás la toquen de nuevo. Siempre me ha hecho sentir que somos un pueblo que baja la cabeza por bailar tantas veces esa canción y otras del mismo tipo.

Eduardo Vásquez Mata dijo...

Sobre el libro de Ryszard Kapuscinski, incluso se tiene esa creencia fuera de nuestras fronteras.

En el libro Soccernomics (un best-seller entre los libros de fútbol) lo retoman en un capítulo, comentando que acá en El Salvador una aficionada se mató por algo relacionado a esta situación, y que el Ejecutivo y los Selecionados Nacionales acudieron al entierro de ella, y que incluso esta fue una ceremonia de carácter nacional.

Confieso que me lo creí por un momento, nunca antes lo había oído, sin embargo lo busqué y encontré que era producto de la gran imaginación del autor. Pese a ello me pareció curioso que un periodista como Simon Kuper (co-autor del libro, pero su principal figura) cayera en ese cuento.