No creo en un Dios a quien le importen más los gestos y profesiones de fe antes que las buenas obras; en cambio, prefiero imaginármelo alentando los mejores esfuerzos y acciones de las personas, más allá de sus filiaciones.
No creo en un Dios cuya conversación sea repetir mecánicamente lo que los seres humanos han escrito y publicado en su nombre; en cambio, prefiero imaginármelo como el buen maestro o maestra que invita a pensar, criticar y buscar siempre la verdad, aun si en ello se apartase de aquellos dogmas.
No creo en un Dios fanático de sí mismo, celoso e intolerante que nos ponga anteojeras mentales para no escuchar y atender más que su santa palabra, so pena de fulminarnos; en cambio, prefiero imaginármelo conversando amigablemente con ateos, agnósticos y creyentes de cualquier denominación, pero genuinamente comprometidos con los más caros anhelos de la humanidad.
No creo en un Dios que delegue su autoridad en seres humanos investidos de poder para asolar infieles, oprimir conciencias o hacer negocios; en cambio, prefiero imaginármelo indignado ante el uso perverso que de su nombre se ha hecho, acompañando las resistencias, protestas y luchas contra tales poderes fácticos, aunque tarden años en verse los frutos.
No creo en un Dios que escoja un caso entre millones y haga un milagro mientras los demás se pierden en la amargura, tan solo para demostrar su poder o reforzar el estatus de una religión en contra de la ciencia; en cambio, prefiero imaginármelo acompañándonos a través de seres queridos aún en el más duro padecimiento humano, como gesto solidario ante nuestra condición perecedera y sin atormentarnos por darle un sentido al sufrimiento inútil que, como ser piadoso, nos ayudaría a finalizar de la mejor manera.
No creo en un Dios que espíe nuestros más íntimos y diversos actos amatorios, ofendiéndose por lo que ve desde su ojo prejuicioso e indiscreto; en cambio, prefiero imaginármelo respetando la privacidad y los acuerdos sentimentales de las personas que habría creado en su auténtica libertad.
No creo en un Dios que haya formado seres inteligentes con el único propósito de que le alaben y exalten su ego divino; en cambio, prefiero imaginármelo transfigurado en el humilde servidor/a que, calladamente pero sin falsa modestia, procura mejorar en mucho o poco sus espacios vitales y dejar a la siguiente generación algo mejor que lo recibido.
No creo en un Dios titiritero que maneje nuestras vidas a su antojo y conveniencia; en cambio, prefiero imaginármelo como el espectador de esa gran película que es todo el devenir humano, donde se alegra o aflige por lo que pasa, pero no interviene porque desea y confía en que sabremos arreglárnoslas para llegar a buen término.