Es frecuente escuchar, disfrazado de sano consejo: "vive como si hoy fuera el último día". Nada más falso, dañino y peligroso.
Si uno supiera que hoy es su último día, seguramente cometería infamias, vejámenes y delitos sin temer a lo que vendría después. Cualquier moral sensata -es decir, que se base en una ética de las consecuencias- perdería sentido. Si algo nos y refrena nuestros peores impulsos es, precisamente, el aprecio de la vida que viene después del hoy, la cual no deberíamos echar a perder con actos que comprometan nuestra humanidad.
Saber con certeza que moriremos mañana nos daría una especie de maligna impunidad, pues si hoy fuera ese último día, ¿quién se privaría de abyectos caprichos?