domingo, 11 de mayo de 2014

El gruñón que opina... desde afuera

Emigrar de El Salvador para establecerse en otros países es una decisión que involucra muchos factores personales y sociales, de gran complejidad y variedad. No se puede, por lo tanto, generalizar un juicio de valor acerca de la migración, que si acaso correspondería hacerlo a los familiares o personas directamente involucradas con quien decidió construir su destino lejos de la tierra que le vio nacer.

Hay quienes se fueron porque, si no, los mataban; otros, en cambio, arriesgaron la vida para irse. Están los que, no teniendo aquí oportunidades laborales de progreso, se vieron en la necesidad de tomar para sí los trabajos que no quieren hacer los ciudadanos/as del país de destino. Otros consiguieron una formación profesional demasiado avanzada para el mercado laboral local y se quedaron allá donde estudiaron. Hubo gente que, teniendo aquí trabajo y condiciones de vida aceptables, se convenció de que lejos todo sería mejor. Unos huyeron de su infierno familiar, sin percatarse de que se lo llevaron a cuestas. Otros, amargados y decepcionados de su país, buscaron el abrazo lejano, donde siguieron igual de amargados y decepcionados. Están quienes, ya sea buscándolo conscientemente o por simples azares de la vida, encontraron su pareja extranjera e hicieron allá su vida familiar. Y están todos los demás casos y posibilidades que cada quien sabrá.

Lo cierto es que se fueron y ahora viven en otros países. Y ya allá, ¿cuál es su actitud hacia su país natal?

Mientras unas personas no quieren saber nada de sus connacionales y hacen lo posible por ocultar su nacionalidad de origen y mutar en cuanto sea posible, otros no se pueden desprender de sus raíces y no saben vivir fuera de las comunidades, espacios y ambientes nostálgicos. Entre estas dos actitudes caben muchos matices, allá cada quien con el suyo.

Ahora bien, el compatriota que se marchó y vive lejos de la Guanaxia Irredenta, ¿tiene derecho a opinar sobre la vida nacional?

Es difícil, si no impertinente, pretender dar una respuesta general y definitiva para esta pregunta.

Una de las líneas de argumentación más frecuente gira en torno al dinero. Bien sabido es que la economía nacional no ha colapsado gracias a las remesas que envían los “hermanos/as lejanos”, y es en estos “pobredólares” (término de Carlos Velis para referirse a los dólares ganados sobre la base de la pobreza material) donde muchos amparan su derecho a opinar, votar e incidir en las cosas patrias. ¿Entonces hacemos valer aquello de “quien paga el músico escoge la canción”? ¿Y qué hay de quienes no envían dineros y desde lejos manifiestan sus pareceres? ¿Siguen siendo tan salvadoreños/as como antes de emigrar y conservan su derecho a decir y decidir sobre temas cuzcatlecos? ¿Son sus aportes más o menos valiosos por el solo hecho de habitar a miles de kilómetros del terruño patrio?

Hay, como se ve, más preguntas que respuestas definitivas.

No obstante lo dicho anteriormente, entre toda esta gama de posibilidades hay una especie particular que, por lo visto, tiende a caer bastante mal: es esa persona que se marchó por su voluntad y decisión, siendo ese su proyecto de vida, pero una vez establecida en lejanas naciones, no cesa de hacer públicas a través de redes sociales y otros medios sus críticas, sarcasmos y opiniones peyorativas acerca de todos los aspectos posibles de la vida nacional. Lo hace en forma pedante y ay de aquel que le contradiga. Nada le gusta y todo le molesta, pero no aporta nada. Mentalmente, jamás se fue del lugar que desprecia, por eso ahora es el gruñón que opina desde afuera.

- ¡Ah, pero cascarrabias hay varios/as, hasta uno peca a veces... -dirá alguien.

Quizá, pero nótese que hay una pequeña diferencia por el solo hecho de que el compatriota viva dentro o fuera de la Tierra de Atlacatl (quien, por cierto, no existió): los del segundo bloque se exponen a que se les cite aquella frase de Roque Dalton, “deberían dar premios de resistencia por ser salvadoreño”, combinada con el título del libro de José Roberto Cea, “En este paisito nos tocó y no me corro”.

En conclusión, pues, ya ve que el tema "nues" tan así nomás.