jueves, 22 de mayo de 2014

Cuando seleccionar es respetar

Desde hace más de veinte años he organizando actividades culturales para niños/as y adolescentes en diversas ramas del arte: composición literaria, oratoria, declamación, teatro, música, danza, etc. En esta labor he contado con la valiosa ayuda de los compañeros/as docentes de diversos niveles para la promoción y motivación de las mismas.

Puesto que son espectáculos públicos que toman en serio al arte y a los jóvenes artistas, siempre se programa en ellos una primera fase de audiciones clasificatorias, sin público, para de allí seleccionar a quienes están aptos para la presentación final ante el respetable. Es este un criterio de educación y de respeto tanto para los participantes como para los espectadores, que aun a edades tempranas deben saber distinguir -así sea intuitivamente- lo que está bien hecho.

Sin embargo, no todas las personas involucradas entienden este criterio. En ocasiones, hay participantes -e incluso sus docentes y familiares- que insisten en que “se les dé la oportunidad” de pasar aun cuando el número artístico en cuestión no reúne las condiciones básicas de calidad estética para el nivel escolar involucrado, como siguiendo el modelo de aquel programa de televisión, “Jardín infantil”, donde los infantes hacían cualquier cosa y a todo le daban el “¡aplaushooo!” que pedían invariablemente Prontito, Chirajito, Pizarrín y el Tío Periquito.

Entonces pues, tengámoslo claro: el hecho de presentar un talento artístico ante la multitud y recibir su aplauso es gratificante, pero solo cuando es sincero, merecido. Si algo no está bien preparado, ya sea por falta de trabajo o porque no es ese su talento o vocación (que puede tener otros), lejos de hacerle un bien se le hace un mal a la criatura exponiéndola al ridículo o, peor aún, al escarnio, así este sea velado.

Por eso... ¡no, mis estimados/as!

Las audiciones y fases de clasificación son para intentarlo, pero a la presentación con público van solo los que clasificaron porque lo hicieron bien. No se debe poner en un escenario a un niño/a o joven si no está preparado para ello, ya que -por la “buena intención” de "estimularlo"- en realidad se le puede hacer pasar una gran vergüenza.

Y yo no tengo corazón para eso.