Lo primero (con las disculpas de más de algún esnob que exclamará: "¡pero si es obvio!"): saber que “Birdman” (2014), del director Alejandro González Iñárritu, no es una película del superhéroe alado que entonaba su nombre con voz de barítono; esto por si algún incauto/a (que los hay) va a verla creyendo tal cosa, abandonando la película a la mitad con algo de furia (más si, en el peor de los casos, comete el atroz error de llevar a sus hijos/as pequeños).
El filme es, por el contrario, la historia de las enfermizas ambiciones del ego de un actor cinematográfico otrora famoso, que no obstante poder disfrutar de una exitosa temporada de madurez en un teatro de Broadway, persiste en su frustración existencial.
Siendo como es una película cuya historia transcurre en un contexto de películas y obras teatrales, con actores y actrices buscando desesperadamente trascender a través de la fama siempre insuficiente, cae un poco en ese círculo del arte que se ocupa del arte, por lo que no sé qué tanto pueda conectar el tema con quienes no han tenido alguna vez una ambición de aplauso y reconocimiento en el escenario.
Sin embargo, son los recursos narrativos dentro de una atmósfera entre oscura y mítica los que mueven a la simpatía, aparte de las puntadas de humor negro que no dejan indiferente a un espectador atento.
En suma: buena recomendación si quieren deprimirse saludablemente.
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