miércoles, 18 de marzo de 2015

Espumarajos pro educación

El editorial o “nota del día” de El Diario de Hoy casi nunca tiene desperdicio. Por fétidos que resulten esos textos, siempre hay algo interesante en ellos, a diferencia de los anodinos y desabridos de su competencia.

Uno detecta que no siempre es la misma persona quien los escribe, pero el estilo fascista no lo pierden; tampoco la trasnochada obsesión anticomunista, ciertas sutilezas racistas, magros delirios de grandeza oligárquica (con autopercepción aristocrática) y un espíritu dicharachero bastante folclórico, a decir verdad.

No sin ruborizarme, confieso que me divierten tanto como me darían náuseas si me los tomara en serio, sobre todo al recordar cuánto veneno lanzaron en las décadas pasadas de represión ilegal. Pero ojo: el asunto no es como para menospreciarlo “porque nadie les hace caso”, pues da grima comprobar que, en efecto, son a un tiempo expresión y refuerzo de lo que muchas personas creen sin el menor asco ni conciencia de su alienación.

De las muchas ocurrencias que campean por la distorsionada mente de sus autores, la educación no es un tema menor. Es así como el pasado 13 de marzo, se despacharon a su gusto un artículo titulado “Pésimas lecturas para estudiantes que dejan mala huella”, una joya de argumento educativo.

(Paréntesis: invito a leerla en este enlace, antes de que continúe con el presente texto, para que nos entendamos. Cierro paréntesis.)

Sobre una premisa verdadera (esto es, que leer contribuye muchísimo a desarrollar la inteligencia), el autor construye una multitud de falacias y lanza tantos espumarajos como le es posible.

Aparte del título mal redactado (¿la mala huella la dejan las lecturas o los estudiantes?), una cosa que el autor deja en evidencia es su ignorancia supina al afirmar, sin conocimiento de causa, que en los programas de Lenguaje y Literatura del Ministerio de Educación no hay nada de literatura clásica. Tema aparte es discutir si este tipo de lecturas son tan morales y edificantes como las que el editorialista quisiera. Tampoco es cierto que un colegio vaya a ser multado o peligre su acreditación si no sigue las supuestas órdenes de poner a leer a sus estudiantes las obras mencionadas.

Ahora bien, notemos que la artillería verbal se dirige a autores nacionales. De entrada, menciona cinco títulos a manera de ejemplo de lecturas perniciosas. El primero de ellos es “Soy puta”, de Claribel Alegría, cuyo título está mal citado (pues es “Soy puta, ¿estás contenta?”); luego, menciona “La que nunca fue virgen” y “La hija de la Ciguanaba”, curiosamente sin citar a las autoras, que son respectivamente Josefina Peñate y Hernández, y Aziyadeh de Ávila. Valga aclarar que los tres textos antes mencionados no son libros sino cuentos, incluidos en la Antología de Cuentistas Salvadoreñas (compilada por Willy Muñoz para UCA Editores, 2004). Las otras dos obras vilipendiadas (también sin mencionar a los autores) son Funeral Home, de Walter Béneke, y Un día en la vida, de Manlio Argueta.

A don Quique y sus secuaces estas obras le parecen panfletos, librejos muy menores y textos embrutecedores.

Cuestión de opiniones aparte, no voy a defender su presunta calidad literaria. Lo que me interesa subrayar es la verdadera intención del editorialista, cuál es su cólera, qué es lo que de verdad le molesta. Y esto no es otra cosa que la temática de denuncia social. Ese es todo el dolor. Cito:

No es lo mejor para un país y para su futuro, que los pobladores no entiendan de moral, que se les trate de embrutecer con prédicas del odio de clases que, en vez de fomentar la paz y convivencia pacíficas, se incite al enfrentamiento.

¡Apareció el peine!

Volvemos entonces a más de lo mismo: según esta gente, señalar, comentar, reflexionar, analizar o retratar literariamente la injusticia y marginación social es “embrutecer con prédicas de odio de clases”, mientras que ocultarla o justificarla es “fomentar la paz y la convivencia pacíficas”. Es, sin más, el mismo razonamiento con el que la extrema derecha instigó los asesinatos políticos de décadas anteriores.

¿Hasta cuándo, señores de El Dioy, van a seguir con esa cantaleta?