Aunque los puestos ambulantes de venta de choripanes son legendarios y alguna vez he comido alguno, tampoco es que delire por esos platos típicos de la cultura popular, como lo hacen quienes los han elevado a una categoría casi sagrada de la nostalgia en la lejanía y de la frenética actividad gastronómica citadina.
Eso sí, he de reconocer la notable impresión que hoy me causó estar por algunas horas a la par de uno de ellos recibiendo tickets en cierta actividad escolar (cortesía de dos colegas que me dejaron allí enganchado al son de “¿Puede quedarse un ratito aquí? ¡Ya venimos!”).
Según el recuento preliminar, en un lapso de cuatro horas y media, el tipo a cargo del carrito móvil cocinó, ensambló, aderezó, empaquetó y entregó a la interminable clientela juvenil la sólida cantidad de 350 chorys. Esto es un promedio estimado sorprendente de 46 segundos por unidad.
Ahora bien, considerando que el proceso no es del todo continuo, pues hay algunas pausas para esperar a que se frían las salchichas, lo verdaderamente vertiginoso es el tiempo real que tarda el tipo en armar cada megapán: algo así como la friolera de… ¡20 segundos!
Si en la Selecta tuviéramos veintitrés tipos y un técnico que hicieran su trabajo al mismo nivel profesional que este de los chorys, fuéramos competidores fijos en todos los mundiales.
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