Temerosos del eventual triunfo de una insurrección armada (como recién había ocurrido en Nicaragua) el 15 de octubre de 1979 un grupo de oficiales de la Fuerza Armada de El Salvador, con la aquiescencia y asesoría del gobierno de los Estados Unidos de América (presidido por Jimmy Carter), dio un golpe de estado al régimen militar del Gral. Carlos Humberto Romero, sin disparar una sola bala.
La estrategia era evitar el triunfo de la subversión quitándole sus banderas reivindicativas, concediendo algunas demandas entonces consideradas imprescindibles para la transformación de la estructura económica y política del país.
Sin embargo, también querían dejar claro que en esas transformaciones las organizaciones de izquierda no iban a tomar demasiado protagonismo ni mucho menos desbordarse en sus ímpetus revolucionarios.
Tras algunas semanas de escépticas expectativas, relativa tranquilidad y apertura de espacios de expresión pública, el proyecto colapsó, víctima de sus propias incoherencias, indecisiones y contradicciones.
Aunque la oligarquía y la extrema derecha habían perdido temporalmente el control formal del ejército, aumentó la represión política y creció exponencialmente la actividad ilegal de los grupos paramilitares (los infames “escuadrones de la muerte), que no solo asesinaban selectivamente a sospechosos de ser opositores, sino incluso llegaron a cometer masacres en las calles de San Salvador (como la del 22 de enero de 1980).
En pocos meses se sucedieron renuncias y más renuncias de funcionarios progresistas incorporados a un proyecto político que nació muerto.
Por su parte, la naciente guerrilla preparaba ya, bajo un mando unificado impuesto desde Cuba, un levantamiento popular (que nunca se produjo) y su ofensiva final (que resultó ser la inicial).
El 24 de marzo de 1980, bajo un completo caos de autoridad política y violencia generalizada, cae asesinado Monseñor Óscar Arnulfo Romero, un día después de hacer un llamado a las bases del ejército, la guardia y la policía, para que cesaran de matar a su mismo pueblo.
En la práctica, el golpe de estado 15/10/79 sirvió para desengañar pacifistas y optimistas, es decir, para demostrar que ninguno de los sectores enfrentados estaba dispuesto a resolver la coyuntura de forma dialogada, bien porque se negaban a ceder privilegios, bien porque las concesiones eran demasiado pocas.
Esa fue la última oportunidad perdida para evitar la guerra civil.
El Capítulo IX del libro Función política del ejército salvadoreño en el presente siglo, del Tte. Coronel Mariano Castro Morán (Premio Nacional de Ensayo UCA Editores 1983), dedica 90 páginas al análisis de tal golpe de estado, su génesis, características contraditorias y desenlace, debidamente documentado con citas y testimonios.
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