El ser humano intenta resolver su insignificancia adhiriéndose a poderes que cree superiores a él.
Una institución, el status quo, un partido político, la religión, una ideología, la raza, un equipo deportivo, una persona idolatrada, etc., son las formas visibles de esos poderes, en los que la gente pone su fe.
Pero como todo constructo humano, fallan.
Y cuando fallan, hay quienes sienten derrumbar su mundo interior, aferrados como están a cosas vanas, reflejo de su propia debilidad.
Entonces viene el shock y, como primer paso, la negación: intentar preservar a toda costa la pureza de aquellos/as en quienes se ha puesto la fe vital, ya sea mediante afirmaciones ciegas a la evidencia (“no es posible, sería incapaz de hacer eso, son calumnias”) o a través de justificaciones que culpan de una u otra manera a las víctimas, que siempre las hay.
Y así se mantiene a salvo el sentido de la propia vida, tanto más miserable cuanto más incapaz se es de rebelarse contra eso que nos ha traicionado.
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