Con el concurso de los partidos políticos conservadores, el pasado 11 de febrero la Asamblea Legislativa modificó la Ley General de Educación, a fin de que en colegios, institutos y escuelas nacionales (públicos y privados) se imparta la materia de Moral, Urbanidad y Cívica.
Apartando las dudosas evocaciones nostálgicas de la década de los sesentas (cuando “todo era mejor” y las personas eran “respetuosas y educadas”), esta medida nace como respuesta al evidente deterioro de los valores en la sociedad, agobiada no solo por la violencia delincuencial que alcanza niveles pandémicos, sino por otros índices no menos preocupantes en los que El Salvador se ubica en penosos primeros lugares (p. ej.: agresiones sexuales, corrupción pública y privada, niñas y adolescentes embarazadas, irrespeto a las leyes de tránsito, el insulto como recurso habitual, etc.).
La pregunta clave es qué tan efectiva puede ser esta materia para los fines buscados.
A falta de estudios que demuestren la correlación entre contenidos teóricos y prácticas reales, el resultado de la mencionada iniciativa solo puede estar sujeto a especulaciones basadas en la argumentación discursiva.
En principio, la reflexión sobre contenidos éticos es intrínsecamente provechosa, toda vez no se desnaturalice para convertirla en moralismo de ocasión.
El Ministerio de Educación debe tener sumo cuidado para elaborar un buen programa de estudios con contenidos orientados a promover valores como el respeto, la tolerancia, la justicia, la responsabilidad y la honestidad, entre otros.
Sin embargo, lo más importante en el aula quizá sea el método que se implemente para desarrollar los temas, el cual debe ser participativo, incluyente y que propicie la actividad de los estudiantes en las reflexiones que se hagan. De otra manera, se caerá en el mero sermón que solo reforzará a los ya convencidos, si es que no los aburre.
Una observación importante es que, aun cuando esta iniciativa busca que el aula incida en la sociedad, lo cierto es que las cosas parecen funcionar mayoritariamente en otra dirección: es la sociedad la que incide en el aula.
Si los estudiantes ven que en cualquier trabajo no se progresa por méritos sino por favores y compadrazgos; si niños y niñas tienen claros ejemplos de conductas inmorales en las instancias estatales judiciales, legislativas y ministeriales; si los propios líderes religiosos a quienes siguen sus familias son quienes han cometido abusos sexuales y sus rebaños los justifican o defienden; si las instituciones encargadas de perseguir el delito e impartir justicia son sinónimo de ineficiencia y desconfianza; en una palabra: si el ejemplo no viene de los adultos/as actuales, ya podrán impartir las cátedras que quieran, pero la incidencia será insignificante.
La moral es una convicción y una práctica cotidiana, no viene solo por decreto.