De mi último año de bachillerato en el Chaleco, recuerdo una experiencia significativa en la clase de inglés, cuyo profesor era un estudiante de psicología de nombre Waldo Vladimir Alvarado.
En los últimas semanas del año, él tuvo a bien hacernos copiar la letra de una canción, Seasons in the sun, de Terry Jacks, que había sido un éxito pop en la década anterior. Su tema es trágico y hasta la fecha solo podemos hacer conjeturas de la situación del protagonista, quizá un enfermo terminal que se despide de su amigo, de su padre y de su amada Michelle, en medio de bellos cánticos de aves (“Is hard to die when all the birds are singing in the sky”). Quizá don Waldo la eligió por ser una canción de despedida, aunque en ese entonces ni él ni nadie de nosotros pensaba en fallecer.
Hasta allí, todo encajaba en la normalidad de la jornada.
Pero una vez explicado el sentido de la situación descrita y hecha la traducción con el correspondiente vocabulario, don Waldo tomó la guitarra (que también la había llevado, con la previsible intención de hacernos cantar), se dirigió a mí y puso el instrumento en mis manos con toda naturalidad: “Please, mister Góchez…”
¡Glup!
Si bien es cierto, todo mundo en el colegio sabía que yo tocaba la guitarra, no había habido ninguna solicitud, conversación o aviso previo a fin de que yo llevase ya preparada la canción. Repito: ¡ninguna! Puse cara de “¿Que qué…?”, frente a mis cuarenta y tantos compañeros que ya esperaban el inicio de los acordes para el canto.
Y entonces descubrí que mi memoria musical estaba fundamentada en los Greatest hits de los setentas, todas esas piezas musicales que fueron populares cuando mis hermanas mayores eran adolescentes y yo apenas un infante.
Esa canción antigua, que hasta entonces supe cómo se llamaba y de qué trataba, estaba íntegra en un rincón añejo y especial de esa gaveta cerebral donde uno encuentra algo que tiene muchísimos años guardado, prácticamente sin saberlo.
Entonces la música resonó en mi mente y no me fue difícil encontrar los acordes para acompañar la línea melódica. La cantada grupal funcionó y la experiencia propuesta por don Waldo fue exitosa. Fue además, para mí, un interesante descubrimiento.