Escribo desde la postura de quien practica la música como un pasatiempo y no como su medio de vida, lo cual quizá resulte cómodo y, en cierto sentido, ventajista; no obstante, creo que ello no demerita la esencia de mis inminentes observaciones.
Recuerdo a muchos músicos nacionales que, habiendo comenzado con proyectos muy interesantes desde el punto de vista estético, fracasaron económicamente por esa vía y, para poder vivir de su oficio, acabaron sometidos a la cultura de la música de bar, fiestón de calle o de amenizar fiestas bailables. Esta música, dicho sea claramente, es legítima, tiene sus objetivos y, en ese contexto, es totalmente válida... ¡pero estoy seguro de que eso no era lo que originalmente querían ellos!.
Pienso en Carlos Hernández a principios de los 80's, con canciones como "Libertad" y "El latinoamericano", y no lo concibo como el mismo que, años después, grabó un cover de "Americana", su antítesis conceptual; ni con el cumbiero de "Los caballeros del sabor" y "Karmina y su banda".
Recuerdo a Nelson Huezo en aquella agrupación algo esotérica y parcialmente sinfónica, pero fiel a sí mismo, "Simiente"; sin duda, un tanto lejos de lo que fue después con un grupo con fines comerciales, cuyo nombre se me escapa (¿"Síntesis", se llamaba?).
Cuando recién había regresado de Alemania el chele Oscar Alejandro, tenía su identidad y estilo reconocibles, incluso tuvo el mérito de haber ganado legítimamente uno de los pocos OTI's nacionales en donde todos estuvimos de acuerdo ("El vendedor de canciones", 1985). ¿Qué pasó con él? Sospecho que las muchas noches tocando en el bar del "Camino real" no le dejaron desarrollar plenamente aquella vena propia.
Incluso el maestro Héctor Rodas, notable músico que, pese a ello, tuvo éxito en grupos fiesteros y le dio cierto toque fino a "Espíritu libre" (en la época de una magnífica canción popular y de identidad nacional, "Las pupusas", del mismísmo Jhose Lora), también pasó por su pequeño calvario cuando se disolvió su proyecto personal, el "Super combo doce", grupo de excelentes músicos que, precisamente por finos, no hallaron eco entre un público cada vez más acostumbrado a canciones monocordes y jayanadas de doble sentido.
Particularmente, me inclino a creer que la mayoría de mortales sólo podremos hacer arte verdadero si no nos sometemos a la dinámica del arte mercantilista como primer criterio. Y, paradójicamente, una vez que seamos más auténticos con nosotros mismos y hayamos perfilado un estilo original, reconocible y sólido... ¡quizá entonces seremos dignos de la atención del público que en verdad nos interesa!
Pienso en Carlos Hernández a principios de los 80's, con canciones como "Libertad" y "El latinoamericano", y no lo concibo como el mismo que, años después, grabó un cover de "Americana", su antítesis conceptual; ni con el cumbiero de "Los caballeros del sabor" y "Karmina y su banda".
Recuerdo a Nelson Huezo en aquella agrupación algo esotérica y parcialmente sinfónica, pero fiel a sí mismo, "Simiente"; sin duda, un tanto lejos de lo que fue después con un grupo con fines comerciales, cuyo nombre se me escapa (¿"Síntesis", se llamaba?).
Cuando recién había regresado de Alemania el chele Oscar Alejandro, tenía su identidad y estilo reconocibles, incluso tuvo el mérito de haber ganado legítimamente uno de los pocos OTI's nacionales en donde todos estuvimos de acuerdo ("El vendedor de canciones", 1985). ¿Qué pasó con él? Sospecho que las muchas noches tocando en el bar del "Camino real" no le dejaron desarrollar plenamente aquella vena propia.
Incluso el maestro Héctor Rodas, notable músico que, pese a ello, tuvo éxito en grupos fiesteros y le dio cierto toque fino a "Espíritu libre" (en la época de una magnífica canción popular y de identidad nacional, "Las pupusas", del mismísmo Jhose Lora), también pasó por su pequeño calvario cuando se disolvió su proyecto personal, el "Super combo doce", grupo de excelentes músicos que, precisamente por finos, no hallaron eco entre un público cada vez más acostumbrado a canciones monocordes y jayanadas de doble sentido.
Particularmente, me inclino a creer que la mayoría de mortales sólo podremos hacer arte verdadero si no nos sometemos a la dinámica del arte mercantilista como primer criterio. Y, paradójicamente, una vez que seamos más auténticos con nosotros mismos y hayamos perfilado un estilo original, reconocible y sólido... ¡quizá entonces seremos dignos de la atención del público que en verdad nos interesa!
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