Hoy discutí, sin fruto aparente. Llegados a ese punto muerto en donde el palabrerío se vuelve estéril, sentí que mi adversario ya no me escuchaba a mí: peleaba con sus propias voces interiores, ecos de personajes íntimos de quienes guardaba frases antiguas que encendían su ira bloqueando el análisis lógico. Sus actitudes me recordaron, con demasiada fuerza, a otra persona con quien el tratamiento y arreglo de ese mismo tema siempre fracasó; luego, es posible que yo también haya discutido con ese fantasma. Horas después, uno y otro admitimos la posibilidad de un doble desplazamiento y el tema quedó aparcado, porque no es prudente acicatear mucho a las bestias interiores.
¿Habrá un día en que podamos abordarlo fructuosamente?
miércoles, 28 de noviembre de 2007
domingo, 25 de noviembre de 2007
Prejuicio al carisma
Prejuicio: opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal.
Diccionario de la R.A.E.L.
Diccionario de la R.A.E.L.
Dada la extendida y aún creciente diversidad de opciones, estilos y prácticas religiosas en nuestra sociedad, con la consiguiente dificultad de estar razonablemente bien informado en esa torre de Babel de practicantes, el prejuicio viene a ser la forma usual de percibir estos modos de vivir la espiritualidad, con todo y las simplificaciones y errores que éste conlleva. Qué tanto de correspondencia con la realidad hay en este o aquel prejuicio es tema de discusión aparte: lo cierto es que existen y determinan la primera imagen que de cierta persona nos hacemos, en cuanto nos enteramos de su adhesión a tal o cual iglesia, culto, secta, congregación o grupo religioso.
Si explicitara cada uno de los prejuicios culturales aplicados a las y los cristianos -llámense católicos, protestantes o evangélicos- seguramente merecería la sabia reprensión de Edward Bloom -el protagonista de esa joya cinematográfica que es “Big Fish”- quien comenta durante una cena familiar que “no es prudente charlar sobre religión, pues nunca sabes a quién puedes llegar a ofender”. Sin embargo, tomaré un riesgo parcial y ojalá que bien calculado, en aras de un bien mayor: la mejor comprensión interpersonal.
El prejuicio al cual me refiero en este caso particular es aquél aplicado a las mujeres adolescentes y adultas jóvenes que asisten a grupos católicos de oración, gustan de retiros espirituales, van a misa asiduamente, escuchan música religiosa, leen con frecuencia la Biblia o dedican varias horas de su tiempo libre a diversa literatura de contenido espiritual. La cultura local las etiqueta como “beatas”, con un dejo de burla implícito; es decir: mujeres monotemáticas, fatalistas, retrógradas y reprimidas en sus pulsiones fundamentales.
Que hay gente -y, a fuerza de ser sincero, alguna congregación fanática- cuyo comportamiento puede dar la razón al prejuicio apuntado, la hay; sin embargo, tengo la impresión de que son casos aislados y, seguramente, patológicos. En cambio, conozco a varias personas de intensa devoción y profunda vida espiritual, quienes son la prueba viviente de la falsedad de tal prejuicio absoluto.
Con ellas, se puede hablar con madurez y franqueza de los más variados temas, desde los más triviales hasta los más polémicos; su filosofía de vida asume el libre albedrío y la voluntad humana como elementos centrales, lejos del determinismo irresponsable; tienen una visión de mundo progresista, comprometida con la emancipación pero sin fanatismos ideológicos; y, por lo visto, se diría que viven sus emociones de manera satisfactoria, tomando sus decisiones con autenticidad, sin dogmatismos absurdos.
Una cosa más: el mismo prejuicio las cree endogámicas, pero la cercana realidad contundente lo refuta con al menos dos paradojas (sin nombres, pero con décadas de respaldo): el esposo de una de ellas es el típico “intelectual marxista de antaño, ligeramente anticlerical”, mientras que el cónyuge de la otra vendría siendo una rara especie de “agnóstico en revisión constante”.
¿Cómo ha podido ser? Fácil es la respuesta: ¡porque el amor es más importante que las religiones!
jueves, 22 de noviembre de 2007
Juan 8, 32.
“El hombre restablece sus pedazos y vuelve a ser un árbol tranquilo”
Saint-Exupéry, “Piloto de guerra”, cap. I.
De todas las opciones (unas más plausibles que otras), sólo una iba a ser capaz de pacificar tribulaciones: aquella en donde la verdad se erigió cual elemento fundamental. De esa verdad brotó fortaleza para encarar, rechazar, aceptar y crecer. Paciente y constante, antes elegida como tal, ahora fue reafirmada en libertad; luego, a partir de su certeza es posible mantener el equilibro y evitar el abismo. Por eso, hoy hay alivio y paz. ¡Que pueda seguir contando con ella en lo que falta de camino!
viernes, 16 de noviembre de 2007
Un leve bluf de Verne
Dice en la presentación del filme "La vuelta al mundo en ochenta días" (1956) que el libro en el cual ésta se basa es "el clásico" de Julio Verne, calificación a la que no dudo en adherirme debido a la amenidad del relato, el hábil uso de recursos argumentales para mantener el interés del lector y la saludable dosis de humor que impregna sus páginas a través del viaje por los distintos países y parajes.
Quizá consciente de tales virtudes pero seguramente no del todo contento, ansioso por dar un golpe maestro al final, el autor francés decidió incorporar un giro que pareciera transcurrir en universos paralelos: mientras en un capítulo Phileas Fogg no llega a su destino dentro del plazo pactado, perdiendo toda su fortuna; al capítulo siguiente, Phileas Fogg entra victorioso en el "Reform Club", su destino, segundos antes de expirar el mismo plazo, con la consiguiente ganancia en fama, prestigio y dinero.
Ante semejante sorpresa, el perplejo lector es entonces ilustrado con la explicación técnica: que al completar una vuelta al mundo en dirección hacia el oriente -es decir, al encuentro del sol- el viajero gana tiempo puesto que "su día" dura, en promedio, casi dieciocho minutos menos, debido al avance en el mismo sentido de giro del planeta. Al cabo de ochenta días, como consecuencia natural, el total ahorrado producirá inevitablemente la ganancia de veinticuatro horas y así, mientras el viajero ha visto salir el sol ochenta veces, sus coterráneos llevan la cuenta en setenta y nueve.
Sin embargo, aunque en efecto esto debió ser así, paradójicamente la misma obra nos demuestra... ¡que tal cosa no ocurrió!
Phileas Fogg viajaba atenido a la rigurosa puntualidad de las salidas y llegadas de los diversos medios de transporte de la época, fundamentalmente barcos y trenes de vapor (aunque contingencialmente utiliza trineos de vela y elefantes). En su viaje a través de Europa y la India, si bien el ahorro diario de los mencionados dieciocho minutos es efectivo, las fechas y horarios siempre coinciden perfectamente con los manuales de viaje, dados en tiempo local.
El error de Fogg, revelado por Verne al final, fue no corregir la fecha de su calendario personal, retrasándola un día durante su viaje a través del Océano Pacífico, entre Japón y Estados Unidos. ¿Por qué? Porque, aun cuando en 1872 no se había acordado estandarizar la "línea internacional de la fecha" en el meridiano 180º, las diferencias horarias eran una realidad, como lo han sido siempre, entre los distintos países alrededor del globo terráqueo. Así, entre Japón y la costa oeste de los Estados Unidos hay una diferencia de siete husos horarios, de tal manera que cuando en Japón son las siete de la mañana, en la ciudad de San Francisco son las dos de la tarde... ¡pero del día anterior!
La consecuencia práctica, positiva e inexorable es que, cuando Fogg arribó a territorio estadounidense, ya debió notar el día de adelanto en su cuenta personal con respecto a la fecha local. Sin embargo, tal cosa no ocurre en la obra, pues se cuenta que "el 11 de diciembre, a las once y cuarto de la noche, el tren (donde viajaba Fogg) se detenía en la estación, a la margen derecha del río" y el barco "con destino a Liverpool había salido cuarenta y cinco minutos antes".
En términos simples: si el vapor sale puntualmente según lo previsto en todos los calendarios el 11 de Diciembre y Fogg estaba allí ese mismo día, sin que hubiera ningún desfase calendario, entonces Fogg no llega a tiempo y pierde la apuesta.
¿Arruina eso el "final feliz"? Pues... sí y no. En el peor de los casos, sólo demuestra la imposibilidad de su triunfo en cuanto a moneda y orgullo, porque el verdadero tesoro lo halló Mr. Fogg en el amor de Aouda, esa joven mujer de la India quien se convirtió en su amada esposa.
Quizá consciente de tales virtudes pero seguramente no del todo contento, ansioso por dar un golpe maestro al final, el autor francés decidió incorporar un giro que pareciera transcurrir en universos paralelos: mientras en un capítulo Phileas Fogg no llega a su destino dentro del plazo pactado, perdiendo toda su fortuna; al capítulo siguiente, Phileas Fogg entra victorioso en el "Reform Club", su destino, segundos antes de expirar el mismo plazo, con la consiguiente ganancia en fama, prestigio y dinero.
Ante semejante sorpresa, el perplejo lector es entonces ilustrado con la explicación técnica: que al completar una vuelta al mundo en dirección hacia el oriente -es decir, al encuentro del sol- el viajero gana tiempo puesto que "su día" dura, en promedio, casi dieciocho minutos menos, debido al avance en el mismo sentido de giro del planeta. Al cabo de ochenta días, como consecuencia natural, el total ahorrado producirá inevitablemente la ganancia de veinticuatro horas y así, mientras el viajero ha visto salir el sol ochenta veces, sus coterráneos llevan la cuenta en setenta y nueve.
Sin embargo, aunque en efecto esto debió ser así, paradójicamente la misma obra nos demuestra... ¡que tal cosa no ocurrió!
Phileas Fogg viajaba atenido a la rigurosa puntualidad de las salidas y llegadas de los diversos medios de transporte de la época, fundamentalmente barcos y trenes de vapor (aunque contingencialmente utiliza trineos de vela y elefantes). En su viaje a través de Europa y la India, si bien el ahorro diario de los mencionados dieciocho minutos es efectivo, las fechas y horarios siempre coinciden perfectamente con los manuales de viaje, dados en tiempo local.
El error de Fogg, revelado por Verne al final, fue no corregir la fecha de su calendario personal, retrasándola un día durante su viaje a través del Océano Pacífico, entre Japón y Estados Unidos. ¿Por qué? Porque, aun cuando en 1872 no se había acordado estandarizar la "línea internacional de la fecha" en el meridiano 180º, las diferencias horarias eran una realidad, como lo han sido siempre, entre los distintos países alrededor del globo terráqueo. Así, entre Japón y la costa oeste de los Estados Unidos hay una diferencia de siete husos horarios, de tal manera que cuando en Japón son las siete de la mañana, en la ciudad de San Francisco son las dos de la tarde... ¡pero del día anterior!
La consecuencia práctica, positiva e inexorable es que, cuando Fogg arribó a territorio estadounidense, ya debió notar el día de adelanto en su cuenta personal con respecto a la fecha local. Sin embargo, tal cosa no ocurre en la obra, pues se cuenta que "el 11 de diciembre, a las once y cuarto de la noche, el tren (donde viajaba Fogg) se detenía en la estación, a la margen derecha del río" y el barco "con destino a Liverpool había salido cuarenta y cinco minutos antes".
En términos simples: si el vapor sale puntualmente según lo previsto en todos los calendarios el 11 de Diciembre y Fogg estaba allí ese mismo día, sin que hubiera ningún desfase calendario, entonces Fogg no llega a tiempo y pierde la apuesta.
¿Arruina eso el "final feliz"? Pues... sí y no. En el peor de los casos, sólo demuestra la imposibilidad de su triunfo en cuanto a moneda y orgullo, porque el verdadero tesoro lo halló Mr. Fogg en el amor de Aouda, esa joven mujer de la India quien se convirtió en su amada esposa.
sábado, 10 de noviembre de 2007
Tarjeta de recarga para ciertos optimismos
En los meses anteriores y en dos tonos distintos, expuse al público a través de este espacio un par de notas dedicadas a dos personas significativas para mí. Con una de ellas, no pude evitar traslucir mi desaliento al no ver síntomas de recuperación en el problema específico en el cual se encontraba, un aparente e implacable círculo vicioso; en el otro caso, aunque daba ánimos al sujeto para perseverar en su búsqueda de eso que los seres humanos hemos conceptualizado como "felicidad", entre semana y semana notaba en él reticencias, renuncias y negaciones que detenían en el empeño, frenándolo injustificadamente.
Momentos bajos en el ánimo, como los antes aludidos, han encontrado una vertiente catártica en textos y reflexiones de tal naturaleza; sin embargo, no quiero depreciar el valor de estas incursiones a mi bitácora personal circunscribiéndolas únicamente al ámbito negativo, a pesar de que personalmente arrastro un incomprensible e irracional temor: que al proclamar jubilosos nuestras mejores expectativas y felicidades, por ese solo hecho éstas se destruyan y acaben en nada, cual si obrara ahí alguna malévola voluntad castigadora de nuestra rebelión ante el presunto destierro al cual, en este valle de lágrimas, estaríamos condenados. Por eso quizá me contengo y trato de moderar mis optimismos.
Y sin embargo... ¡acontecimientos recientes dan motivos para encarar enhiesto y luminoso a la vida!
Mirando hace unos días el rostro juvenil de aquella personita (mientras, ataviada con vivos colores, repartía las invitaciones para su próximo cumpleaños, el especial, el de quince), en contraste con aquél de apenas hace algunas semanas (cuando hundíase en el dolor de su propia impotencia para lidiar con sus males, tanto así que todos los que la queremos temimos cosas irreversibles), compruebo que su proceso de recuperación va por buen camino y siento en su actitud renovados síntomas de esperanza: ¡que sí, que lo está logrando!
Y ayer, otra buena noticia: la culminación de un primer paso en el acercamiento de dos entidades (cuerpo-espíritu), sencillo como un "sí", inquieto e incierto como todo futuro, rebelde a que se le decrete su rumbo sentenciosamente; y, sin embargo... ¡qué enorme regocijo el saber que esas manos se tomaron por vez primera! ¿Por qué...? ¡Sépalo el Autor Total! Acaso porque la contemplación de estas pequeñas felicidades nos impele a creer que el bien vibra en armonía y resuena en los seres inmediatos a quienes apreciamos, irradiándose como saludable efluvio.
Momentos bajos en el ánimo, como los antes aludidos, han encontrado una vertiente catártica en textos y reflexiones de tal naturaleza; sin embargo, no quiero depreciar el valor de estas incursiones a mi bitácora personal circunscribiéndolas únicamente al ámbito negativo, a pesar de que personalmente arrastro un incomprensible e irracional temor: que al proclamar jubilosos nuestras mejores expectativas y felicidades, por ese solo hecho éstas se destruyan y acaben en nada, cual si obrara ahí alguna malévola voluntad castigadora de nuestra rebelión ante el presunto destierro al cual, en este valle de lágrimas, estaríamos condenados. Por eso quizá me contengo y trato de moderar mis optimismos.
Y sin embargo... ¡acontecimientos recientes dan motivos para encarar enhiesto y luminoso a la vida!
Mirando hace unos días el rostro juvenil de aquella personita (mientras, ataviada con vivos colores, repartía las invitaciones para su próximo cumpleaños, el especial, el de quince), en contraste con aquél de apenas hace algunas semanas (cuando hundíase en el dolor de su propia impotencia para lidiar con sus males, tanto así que todos los que la queremos temimos cosas irreversibles), compruebo que su proceso de recuperación va por buen camino y siento en su actitud renovados síntomas de esperanza: ¡que sí, que lo está logrando!
Y ayer, otra buena noticia: la culminación de un primer paso en el acercamiento de dos entidades (cuerpo-espíritu), sencillo como un "sí", inquieto e incierto como todo futuro, rebelde a que se le decrete su rumbo sentenciosamente; y, sin embargo... ¡qué enorme regocijo el saber que esas manos se tomaron por vez primera! ¿Por qué...? ¡Sépalo el Autor Total! Acaso porque la contemplación de estas pequeñas felicidades nos impele a creer que el bien vibra en armonía y resuena en los seres inmediatos a quienes apreciamos, irradiándose como saludable efluvio.
jueves, 8 de noviembre de 2007
"Calcetines", teatro testimonial.
"Calcetines"
BREVÍSIMA PIEZA TESTIMONIAL EN UN SOLO ACTO
Personajes:
- Vendedor ambulante
- Habitante de una casa
(Tocan a la puerta, es mediodía, el habitante atiende por la ventana entreabierta)
Vendedor (con cierta amabilidad):
- Le llevo calcetines baratos, de a coloncito.
Habitante (con amabilidad a secas y gesto concordante con su respuesta):
- No, ahorita no.
Vendedor (con énfasis y creciente tono imperativo):
- Es que "ahorita" le estoy ofreciendo este paquete con tres colores, todo en su caja original, entienda que están en promoción y en oferta, la caja de seis a cincuenta centavos, le trae de varios colores diferentes.
Habitante (mirándolo fijamente, tono asertivo):
- No, ya le dije que no. No me tiene que dar más explicaciones. Muchas gracias, pero no.
Vendedor (irritado y al borde de la agresividad):
- ¡Es que si le estoy dando explicaciones es porque yo tengo que vender! ¡El par está a colón!
(El habitante se retira al interior luego de cerrar la ventana con movimiento pausado, queriendo evitar la discusión)
Vendedor (ya sin control, altisonante):
- ¡Y si se los estoy ofreciendo a tres por la "cora" ($0.25) es porque están de oferta!
Vendedor (a gritos):
- ¡Y también si los siente caros ahí me avisa!
FIN
viernes, 2 de noviembre de 2007
"Stardust", fantasía reinventada.
Dados los elevados costos de una salida familiar a la sala de cine, últimamente he procurado informarme lo mejor posible sobre las películas en cartelera y así disminuir los riesgos de un chasco. En esta ocasión, me place decir que no nos equivocamos en la elección. Lo que "Stardust" ofrece en las promociones, "trailers" y reseñas de Imdb.com es menos de lo que realmente da: es la reinvención del género fantástico, viejos códigos renacidos y aún capaces de cautivar.
Como es lo usual, el argumento se construye a partir de la existencia de dos mundos: el humano convencional y ese otro reino de princesas y brujas, con una estrella de por medio. Todo es predecible a partir de las pistas que da el guión (tal vez sólo en una ocasión reiterativo), pero es precisamente ese factor el que facilita la diversión, la sonrisa oportuna y la tranquilidad suficiente como para ir comentando con uno mismo en el pensamiento sobre la marcha (¡qué distancia de esta bonita película con respecto a aquel tormentoso ciclo repetitivo y desesperante "persecución-pelea-pausa" de la insufrible saga de "Lord of the rings").
Aun cuando no es novedosa, es notablemente apropiada la frescura, inocencia y brillantez (literal) que proyecta la imagen de Claire Danes. Puntos sobresalientes son la seductora maldad de bruja que impone Michelle Pfeiffer, como en otros papeles anteriroes, y el extravagante papel de Robert De Niro, que alcanza su apoteosis en la escena dentro de su vestidor. La existencia en el argumento básico de una relación sexual casual y otra prematrimonial, ambas justificadas a partir del amor como sentimiento espontáneo y verdadero, no dejan de resultar inusuales en una historia así, generalmente construida a partir de los valores tradicionales. Incluso podrían extraerse frases y situaciones propicias para el análisis y el aprendizaje sobre el enigma del amor y los códigos de los amantes.
Pero basta ya. Si alguien quiere una buena recomendación cinematográfica, héla aquí y que vaya a verla.
Como es lo usual, el argumento se construye a partir de la existencia de dos mundos: el humano convencional y ese otro reino de princesas y brujas, con una estrella de por medio. Todo es predecible a partir de las pistas que da el guión (tal vez sólo en una ocasión reiterativo), pero es precisamente ese factor el que facilita la diversión, la sonrisa oportuna y la tranquilidad suficiente como para ir comentando con uno mismo en el pensamiento sobre la marcha (¡qué distancia de esta bonita película con respecto a aquel tormentoso ciclo repetitivo y desesperante "persecución-pelea-pausa" de la insufrible saga de "Lord of the rings").
Aun cuando no es novedosa, es notablemente apropiada la frescura, inocencia y brillantez (literal) que proyecta la imagen de Claire Danes. Puntos sobresalientes son la seductora maldad de bruja que impone Michelle Pfeiffer, como en otros papeles anteriroes, y el extravagante papel de Robert De Niro, que alcanza su apoteosis en la escena dentro de su vestidor. La existencia en el argumento básico de una relación sexual casual y otra prematrimonial, ambas justificadas a partir del amor como sentimiento espontáneo y verdadero, no dejan de resultar inusuales en una historia así, generalmente construida a partir de los valores tradicionales. Incluso podrían extraerse frases y situaciones propicias para el análisis y el aprendizaje sobre el enigma del amor y los códigos de los amantes.
Pero basta ya. Si alguien quiere una buena recomendación cinematográfica, héla aquí y que vaya a verla.
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