En los meses anteriores y en dos tonos distintos, expuse al público a través de este espacio un par de notas dedicadas a dos personas significativas para mí. Con una de ellas, no pude evitar traslucir mi desaliento al no ver síntomas de recuperación en el problema específico en el cual se encontraba, un aparente e implacable círculo vicioso; en el otro caso, aunque daba ánimos al sujeto para perseverar en su búsqueda de eso que los seres humanos hemos conceptualizado como "felicidad", entre semana y semana notaba en él reticencias, renuncias y negaciones que detenían en el empeño, frenándolo injustificadamente.
Momentos bajos en el ánimo, como los antes aludidos, han encontrado una vertiente catártica en textos y reflexiones de tal naturaleza; sin embargo, no quiero depreciar el valor de estas incursiones a mi bitácora personal circunscribiéndolas únicamente al ámbito negativo, a pesar de que personalmente arrastro un incomprensible e irracional temor: que al proclamar jubilosos nuestras mejores expectativas y felicidades, por ese solo hecho éstas se destruyan y acaben en nada, cual si obrara ahí alguna malévola voluntad castigadora de nuestra rebelión ante el presunto destierro al cual, en este valle de lágrimas, estaríamos condenados. Por eso quizá me contengo y trato de moderar mis optimismos.
Y sin embargo... ¡acontecimientos recientes dan motivos para encarar enhiesto y luminoso a la vida!
Mirando hace unos días el rostro juvenil de aquella personita (mientras, ataviada con vivos colores, repartía las invitaciones para su próximo cumpleaños, el especial, el de quince), en contraste con aquél de apenas hace algunas semanas (cuando hundíase en el dolor de su propia impotencia para lidiar con sus males, tanto así que todos los que la queremos temimos cosas irreversibles), compruebo que su proceso de recuperación va por buen camino y siento en su actitud renovados síntomas de esperanza: ¡que sí, que lo está logrando!
Y ayer, otra buena noticia: la culminación de un primer paso en el acercamiento de dos entidades (cuerpo-espíritu), sencillo como un "sí", inquieto e incierto como todo futuro, rebelde a que se le decrete su rumbo sentenciosamente; y, sin embargo... ¡qué enorme regocijo el saber que esas manos se tomaron por vez primera! ¿Por qué...? ¡Sépalo el Autor Total! Acaso porque la contemplación de estas pequeñas felicidades nos impele a creer que el bien vibra en armonía y resuena en los seres inmediatos a quienes apreciamos, irradiándose como saludable efluvio.
sábado, 10 de noviembre de 2007
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2 comentarios:
Que extraña sensación!..lo único que puedo decir es que la felicidad es contagiosa, por lo que animo a mi amigo y amiga (ahora unidos)a vivir la experiencia del amor intensamente
Sin duda alguna acontecimientos que alegran y me dejan enternecida en lo particular ^^
Y otros que bien, no queda mas que aceptarlos como casi la triunfante conclusión de horas de confusión y ayuda externa a la persona misma...
Deseando que ambos casos tengan un "final adecuado" :D esperando a la vida...
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