Hay en la Internet dos o tres sitios electrónicos de anuncios clasificados gratuitos. Oneroso y lesivo para el ánimo es, en cambio, intentar hallar algo que realmente valga la pena en ellos. En el último año he buscado automóviles usados y perros nuevos, sin el menor éxito: en el primer caso, porque la relación del precio con las condiciones del vehículo lindaban con la estafa y, en el segundo, por la desconfianza de ver a la posible mascota fuera de su camada, sin padres presentes y mostrando a la criatura en el parqueo de algún centro comercial tipo “ahí nos encontramos” y, por supuesto, “si te vi, no me acuerdo” en caso de reclamo. Sin embargo, hasta ahí cada quien está en su derecho de querer sacar tajada.
Lo triste viene cuando encontramos anuncios clasificados en donde la gente se dedica prácticamente a pedir regaladas las cosas, con cierto descaro; otros más, a insultar al que puso este o aquel anuncio que, por cierto, ni siquiera le interesa realmente, sólo por la pura gana de dar la gran "tratada”, evidentemente anónima; y no olvidemos a quienes tercian en el pleito como en la plaza más miserable, culturalmente hablando.
Uno podría pensar que todo esto se debe, precisamente, a que poner un anuncio o comentario ahí es gratis. Pero no: cuando uno recuerda los millonarios presupuestos de las campañas electorales pasadas, o cuando uno sintoniza la transmisión de las plenarias de la Asamblea Legislativa, cae rápidamente en la cuenta de que el factor “de choto” es irrelevante: ¡esto es por pura vocación!
martes, 28 de abril de 2009
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