El Liceo Tecleño fue un colegio de bachillerato que funcionó en la ciudad de Santa Tecla entre los años de 1958 y 1985, empresa familiar de mis padres, los profesores Rafael Góchez Sosa y Gloria Marina Fernández. Recuerdo que durante muchos años estuvo en un local alquilado sobre la 3ª avenida sur de dicha ciudad y, hacia 1975, se trasladó al edificio propio donde estuvo hasta su cierre final.
Durante mi infancia escuché hablar muchas cosas buenas de él y -al igual que mis hermanas- me tocó involucrarme en diversas actividades que se hacían para mantenerlo a flote, desde turnos hasta impresiones a mimeógrafo de folletos para apoyo educativo, aparte de labores secretariales y hasta de carpintería y limpieza, lo cual implicaba dedicar a la causa varios sábados y domingos. Esto no era necesariamente por amor al trabajo sino para evitar o incluso compensar pérdidas económicas, ya que durante su última década de funcionamiento el alumnado se fue haciendo cada vez más escaso.
No viví las épocas gloriosas, que debieron ser durante la década de 1960; sin embargo, sí tengo conciencia de la decadencia, tanto así que mi voto hizo el 2-1 en la decisión de cerrar operaciones en 1985. Varias fueron las causas de su extinción, siendo tres las más determinantes, según mi análisis: primero, las amenazas y atentados de los escuadrones paramilitares que nuestra familia sufrió en la dolorosa transición hacia la guerra civil de 1980, que se extendieron hacia la institución (pinta de “mano blanca” incluida); segundo, la proliferación de instituciones similares, a veces con más recursos en inversión y con una estrategia de marketing mucho más agresiva; y tercero, las recurrentes crisis de su Director, quien a la par de sus innegables virtudes personales y docentes arrastraba otros lastres que no pocas veces lo ponían en entredicho.
El recuerdo del Liceo Tecleño muy probablemente sea agridulce, paradójico y amplio de tonalidades anímicas, al igual que su fundador. Sin embargo, encontré esta foto donde se le puede ver en ese clima jovial y, a decir verdad, un tanto “relajo” que en ocasiones puntuales se generaba, siendo seguramente este recuerdo el que tienen muchas personas que allí estudiaron.
Finalmente, reproduzco la nota que él redactó y publicó en un periódico quincenal que entonces mantenía, “La Noticia”, en alusión al cierre del Liceo Tecleño.
Liceo Tecleño, tradición y servicio.
Portada del periódico tecleño “La Noticia”, dirigido por Rafael Góchez Sosa (Nº 104, Marzo de 1985)
Sin duda alguna el Liceo Tecleño ha llegado a constituir una entidad que por sus características de responsabilidad y servicio tiene un lugar preferente, muy bien ganado, en la historia educativa de El Salvador. Fue en 1958 cuando nació bajo el postulado de ser un soporte en la búsqueda de la verdad y la construcción de la justicia. O, para decirlo de otro modo, constituirse en forjador de la paz, como finalidad plena que pueda ayudar a educar señoritas y caballeros que se desenvuelvan saludablemente en beneficio de los valores humanos y en la concepción vivificante del convivio y la armonía. En estas condiciones cabe la honra al Liceo Tecleño de ser el decano de los centros particulares (no oficiales ni religiosos) que se funda en Santa Tecla.
Y lo más loable es que este centro educacional fue creado cuando para ganar un título en nuestra República era necesario aprobar Exámenes Privados en San Salvador. Nadie se había atrevido aquí a poner en funcionamiento la carrera de Contador -ya que esa era tarea exclusiva de otros colegios de la capital- por la dificultad que se tenía en profesorado capacitado que tuviera tal garantía para pasar los “privados” con que podría, una vez aprobados, titularse el estudiante en Comercio. Esto constituyó un reto para los fundadores del Liceo Tecleño y es así como se rompe el mito y se ofrece la sección de Contador por primera vez en esta Cabecera Departamental.
Se comenzó con bastantes dudas en cuanto a la eficacia del proceso por parte del estudiantado que ya no quiso viajar a San Salvador. Sin embargo en 1960 nuestros jóvenes se presentan a Exámenes Privados para optar por su título oficial de Contador, Secretaria Comercial, Tenedor de Libros y Oficina, habiendo sido aprobados con excelentes notas en su mayoría. De este hecho en delante decenas de hombres y mujeres aspiraban a ser alumnos en esta institución. Y se continuó dando una enseñanza responsable, sólida, adaptada a las circunstancias propias de la época. Es decir, una educación dinámica, en movimiento, posibilitadora de servir realmente de medio para conseguir la subsistencia económica necesaria para el logro de las aspiraciones del egresado.
Hoy, en 1985, cuando se cumplen 27 años de trabajo ininterrumpido, cuando ya no hay exámenes privados y los títulos se obtienen sin problema, cuando la mayoría de jóvenes egresan de institutos, liceos, escuelas y colegios, sin hallar una aplicación práctica a los conocimientos adquiridos, el Liceo Tecleño suspende el trabajo de preparar jóvenes que al egresar sí hallen ubicación en las diversas actividades que ofrece el Bachillerato en Comercio. Esto no es teoría sino algo comprobable. De la reciente graduación de 1984 la mayoría están empleados, puesto que saben escribir bien a máquina, tienen buena letra, ortografía, redacción, conocen el aspecto práctico de la contabilidad, y su preparación ética y estética hace de ellos personas confiables en todos los aspectos. Esto nos hace recordar a los cientos de graduados que hoy desempeñan cargos de gerentes, contadores, jefes de oficina, profesores, empresarios, etc., que han pasado por nuestras aulas.
Por eso es digna la labor del Liceo Tecleño, hoy, más que todo, cuando abrir un colegio (pensándolo como negocio) es más fácil que abrir una tienda. Hoy, ahora, cuando la mayoría se ha adscrito a lo facilón para hacerse bachiller, es cuando la labor de este centro educativo adquiere características de robustez de reconocimiento y lección para quienes conciben la educación como una forma irresponsable de engaño y charlatanería.
Veintisiete años. Vale la pena medir proyectos al través de sus frutos, de los resultados concretos, del batallar constante, del sembrador que advierte en cada joven fértiles campos para la luz, para el amor y la esperanza.
Valgan estas líneas para cerrar las actividades normales del Liceo Tecleño, ocasión que sus directores, profesorado y personal administrativo aprovechan para agradecer a quienes comprendieron la amplitud de su existencia, y ayudaron en una u otra forma en la tarea de formar juventudes con dignidad, visión y responsabilidad.