De niño y joven, solía ir al Cafetalón de Santa Tecla a hacer ejercicios aeróbicos. La pista que rodeaba las canchas era tierra blanca, con piedrecillas que hacían dolorosa alguna caída. El paso por el cementerio de la ciudad era como atravesar una vereda y la posibilidad de sufrir un robo no era del todo descabellada, dados los matorrales circundantes y la sensación de abandono del lugar. Estas y otras características también lo hacían propicio para ciertas parejas furtivas que... ¡en fin!
Este día aproveché la vacación -y la necesidad de prepararme físicamente para cierta aventura ecológica en días venideros- para volver al lugar.
Es otro mundo.
La pista está pavimentada, hay cuidada iluminación y varios jardines y, a la par, está un complejo recreativo con varias piscinas, además de contener espacios para el ejercicio y diversión infantil y juvenil. La procesión de gente andando o trotando de un lado a otro es notable a tempranas horas del día. Se ve maquinaria en obras para mejorar o edificar canchas e instalaciones y los otrora chalecitos destartalados de la zona ahora son restaurantes y pupusódromos bastante bien equipados. Se ve menos basura tirada en el suelo que en el resto de la ciudad, entre otras cosas porque hay basureros colocados a regulares intervalos.
Francamente, de no ser por las ocupaciones propias de la condición plebeya, uno se quedaría allí todo el día. Lo mejor de todo es que es de uso público.
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