De la pegadiza y tradicional cola en los bancos de antaño, con el respectivo par de horas de espera, pasamos hace unos años al tiquete con número correlativo, que permitía esperar no necesariamente de pie los engorrosos trámites a los que uno se ve sometido.
Sin embargo, de unas semanas para acá la cosa ha cambiado, no sé si para bien o para mal.
Antes, en la pantalla electrónica uno podía ver qué número se estaba atendiendo, por ejemplo un sofisticado “6”, y sentir la honda decepción al leer un burlón “84” en el papelito oficial que acreditaba el turno propio.
Ahora, en cambio, el orden de llamada va así: C-145, R-023, Q-001, B-054. No hay manera de saber cuántos faltan para el ansiado llamado y ¡ay de quienes intenten averiguarlo!
No sé si de por medio habrá habido un estudio psicológico-industrial para determinar que tal desconocimiento contribuye a evitar el estrés propio de toda cuenta regresiva. Quizá sea para "disciplinar" a la gente que llega a tomar un número y se retira a hacer otras diligencias para regresar después y aprovechar mejor el tiempo.
Mas por lo que sea, a algunos nos crispa los nervios el estar escuchando combinaciones alfanuméricas que bien podrían salir de una mente calenturienta del tipo “según como se le van ocurriendo”, sensación que es más angustiosa después de la primera hora de espera en donde, además, uno ve o cree ver a personas que, habiendo entrado después, son atendidas primero, quizá por el tipo de trámite, pero en todo caso antes que uno.
Lo peor de todo es que si uno busca una actividad edificante para pasar la espera, como leer un buen libro… ¡lo más probable es que se pierda el turno sin siquiera saberlo!