La imagen ideal de El Salvador la pintó con palabras David J. Guzmán en la “Oración a la bandera”, que es en realidad un saludo a una patria principalmente paisajística (el aire que respiramos, la tierra que nos sustenta, fértiles campilas, apacibles lagos, soberbios volcanes, cielos de púrpura y oro, campos con doradas espigas, etc.) con algunos elementos abstractos, genéricos o metafóricos (la familia que amamos, la religión que nos consuela, la libertad que nos defiende, etc.).
En contraparte, está la “Patria exacta”, de Oswaldo Escobar Velado (que si bien no es tan exacta sí toca un tema tabú en el discurso oficial de mediados del siglo XX, como es la pobreza); y, por supuesto, el benemérito aunque no completamente ocurrente “Poema de amor”, de Roque Dalton; en ambos casos, trátase de retratos que distan mucho de aquella visión idílica en la cual se insiste especialmente en las fechas cívicas, aunque en ambos casos se manifiesta de alguna manera el compromiso, la solidaridad y la lucha por cambiar tales duras realidades: “Allá -y yo con ellos- están los explotados, los que nada tenemos como no sea un grito universal y alto para espantar la noche” (Escobar Velado), que es como decir “Mis compatriotas, mis hermanos” (Dalton).
Pero también hay otros efluvios verbales detestables por extremistas, porque falsean la realidad al absolutizar sólo un aspecto de los muchos que conforman eso que se llama “patria”.
De un lado, formulaciones como “El asco” o aquel texto que hacía una “Contraoración a la bandera”; y del otro, un discurso chauvinista, sin fundamento y francamente ridículo que plantea haber nacido en El Salvador como lo mejor que le ha podido pasar a una persona, tanto así que “si volviera a nacer, elegiría ser salvadoreño/a”, exaltando supuestas cualidades colectivas que definen el ser nacional (valor, trabajo, solidaridad, etc.), pero que no tienen base objetiva.
Y entre todo esto, ¿no habrá manera de hallar algún sano equilibrio?
No hay comentarios:
Publicar un comentario