Antes de que otra cosa suceda, declaro lo siguiente: no soy fan de Ricardo Arjona, pero eso no me impide admitir que tres de sus temas me agradan: “Quién diría”, “Dime que no” y “Si el norte fuera el sur”. Otra cosa es el cúmulo de motivos que me impulsan a cambiar de radioemisora o darle un generoso stop a cualquier reproductor de música aledaño de donde salgan sus demás canciones.
Hasta aquí, todo puede ser cuestión de gustos, pues como dice Serrat, “cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere”. Sin embargo, así como hay gente que halla en la música de Arjona una fuente valiosa de inspiración, humanismo y filosofía de vida, también hay una fuerte corriente de comentarios vilipendiosos en su contra, tanto en la vida real como en internet, tratando de demostrar que, objetivamente, Arjona es un malísimo artista.
De su voz no diré nada, principalmente porque no hay nada que decir más que a unas personas les gusta y a otras no, y cada quien está en su derecho. En cambio, sí se pueden analizar los demás ataques, que generalmente vienen por dos flancos: por una parte, el nivel literario de sus versos y, por otra, la sabiduría de sus aserciones.
Sobre la primera crítica, en su beneficio acotemos lo siguiente: su trabajo se enmarca en el campo de la músic pop, donde realmente muy pocos autores son escrupulosos con la métrica y en la cual abundan las llamadas “rimas fáciles” (verbos en infinitivo como “andar” y “marchitar”, adjetivos terminados en -ado y adverbios construidos con el elemento compositivo -mente).
En efecto, muchas de sus canciones trastabillan de manera horrible en el pie de verso (“Jesús verbo, no sustantivo” y “Mujeres” van a la cabeza), pero en esto Arjona sólo es ligeramente peor que otros celebrados cantautores, que acomodan las sílabas a como dé lugar en la melodía, o las meten a martillazos.
Algo similar puede decirse de las indigestas asociaciones conceptuales resultantes de rimar “cuartel” y “hotel”, o de sus retruécanos de principiante (“no le quite años a su vida, ¡póngale vida a los años!”). Mi punto es este: hay canciones de la primera Shakira que usan recursos de ese nivel, como “Antología” (“Desarrollaste mi sentido del olfato / y fue por ti que aprendi a querer a los gatos, / despegaste del cemento mis zapatos / para escapar los dos volando un rato”), pero nunca nadie la atacó nunca por eso.
O sea, pues, que en este punto la cosa no es para tanto.
En cuanto a lo otro, al considerar la pretendida sabiduría de sus aserciones, es evidente que no estamos en presencia ni de un Sócrates contemporáneo ni de la reencarnación de Confucio; sin embargo, reconozcámosle una virtud a Arjona: su capacidad para decir cosas simples de manera sencilla y poco elaborada, con las que mucha gente promedio se identifica rápidamente.
Tal fue la razón del inusitado éxito de “Jesús verbo, no sustantivo”, una crítica al cristianismo tradicional e hipócrita -católico o evangélico, da igual- con argumentos que cualquier persona sin mayor talento artístico pero con una pizca de espíritu crítico podía haber dicho (“Jesús no entiende por qué en el culto le aplauden. / Hablan de honestidad sabiendo que el diezmo es un fraude. / A Jesús le da asco el pastor que se hace rico con la fe”).
Aunque algo más trabajados, lo mismo aplica para algunos versos de “Mojado” (“Y no es de aquí porque su nombre no aparece en los archivos / ni es de allá porque se fue”) y “Por qué es tan cruel el amor” (“No se acaba el amor solo con decir adiós / hay que tener presente / que el estar ausente / no anula el recuerdo”).
En este aspecto, preguntémonos si llevan razón quienes lo acusan de cantar despropósitos o incluso estupideces. Algo de esto habrá, seguro. Recordemos aquello de “nosotros contra el machismo / ustedes al feminismo / y al final / la historia termina en par”, que demuestra una profunda trivialización de ambos conceptos. Pero cosas de estas también las encontramos en otros artistas que pasan por sabios, aunque tal vez con menos frecuencia y ruido, o acaso con más estilo, como en el buen Facundo Cabral.
Con lo dicho en los párrafos anteriores, basándonos puramente en su música, digamos que Arjona no es tan malo como claman sus detractores. Tal vez, si acaso, sea el más famoso de los anodinos.
El problema con él es el mismo que con Paulo Coelho: que la gente le atribuye dotes de sabiduría que no tiene; o bien, halla profundidad en sus frases superficiales.
Una última acotación para cerrar el tema. Cuando escuchamos canciones como la “Historia de taxi” (una fantasía erótica de telenovela subnormal) o “Te conozco” (una declaración machista del dominio que el amante abandonado cree todavía ejercer sobre su expareja), o cuando vemos los videos de sus canciones repletos de mujeres-objeto, resulta todavía más incomprensible esa imagen de intelectual “progre” con que muchas personas identifican al mencionado cantautor.
En conclusión: el problema no es tanto él, sino sus adoradores.