A mediados de 2014, quise ver en una de mis creaciones artísticas en cierto formato multimedia. Con tal fin, contacté con personas que dominan esa área, para cotizar el trabajo y contratar su realización.
Casi un año después, estoy a las puertas de recibir el resultado de ese esfuerzo, no sin antes haber sido plantado, ignorado (en alguna ocasión, con desprecio) y ciertamente engañado por diversas personas a quienes acudí.
Cuando comencé mis gestiones, hubo un tipo que se mostró muy interesado en el asunto pero nunca me dio una cotización, sino que se dedicó a sondear cuánto estaba yo dispuesto a pagar; sin embargo, al conocer la cifra aproximada que le ofrecí (conforme al estándar profesional de ese tipo de trabajos), ya no recibí respuesta. ¡Vaya divo!
En la misma época de tal singular ninguneo, también contacté a alguien quien sí presentó un plan y una cotización. Hubo acuerdo formal y durante un tiempo me estuvo enviando varios adelantos del trabajo, de muy buena calidad técnica y artística. Sin embargo, en cierto momento y con la obra avanzada a más de la mitad, cortó todo contacto. Aún vive, lo sé, pero desde hace meses no me contesta el teléfono ni tampoco el correo, y en redes sociales se hace el disimulado, incluso con amigos comunes que le han dado mis recados. Desconozco el porqué, para mí es un misterio total. ¡Qué tipo!
En el proceso de asumir progresivamente esos plantones, pregunté a otra persona si estaba en condiciones de hacerlo. Dijo que sí, ya sabe, con todo gusto, no faltaba más, eso es fácil y que además -por no ser nada complicado- cobraría una cantidad prácticamente simbólica, tanto así que yo incluso le sugerí que replanteara sus honorarios porque hasta a mí me parecía muy poco. Casi medio año después, sólo tengo una muestra-ensayo de diez segundos (algo así como el 5%)... y entiendo que eso será todo.
Necio e implacable en mi búsqueda, llegué a plantearle el trabajo a alguien con más dotes de artista que de técnico multimedia. Nos reunimos en un café, el trabajo pareció interesarle y -en un momento de inspiración y cordial camaradería- dijo que eso sería una colaboración creativa, que no había vil metal prefijado, no obstante aceptaría lo que se le quisiera reconocer en agradecimiento. Pero las dos veces que planeamos reunirnos para absorber el espíritu del tema, el sujeto no llegó: la primera con una excusa emergente pero creíble; la segunda, con la más espontánea y silenciosa de las ausencias. No me ha contactado para reprogramar la reunión y, considerando las condiciones que puso, me da algo de pena insistirle más. Una lástima, porque habría quedado bonito.
De vuelta a la carga, di con un joven profesional, pariente de una persona a quien aprecio mucho. El primer contacto se produjo hace casi dos meses y aún espero que me envíe la cotización. Eso sí: espero sentado.
Finalmente, y ya casi por renunciar a mi búsqueda, encontré al sujeto actual. Cumplidas las formalidades, hemos discutido los detalles del trabajo, hay avances concretos y espero muy pronto el producto encargado, el cual estoy seguro será satisfactorio.
¿Recuerdan cuando dije: “a mediados de 2014, quise ver en una de mis creaciones artísticas en cierto formato multimedia”? Pues nada, ahora reformulo digo: “a mediados de 2014, no sabía cuánto habría de sufrir mi paciencia por ver una de mis creaciones en cierto formato multimedia”.
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