viernes, 5 de diciembre de 2008

Mártoles

El mártoles es el día que uno necesita después del martes pero antes del miércoles. Su existencia facilitaría todas las cosas: por ejemplo, si aún es martes casi a medianoche y uno no ha completado los desproporcionados encargos de la vida laboral o académica, mismos que son para entregar inexorablemente el día miércoles, perfectamente podría decir: “Tranquilo: terminaré todo mañana mártoles”.

Eso sí: no sé exactamente a qué organismo dirigirme para solicitar un mártoles. Pensé en el Vaticano pero desistí porque, conforme a lo visto, la respuesta del Hacedor quizá tardaría siglos o, en caso de manifestarse pronto, habría que hacer otro Concilio para interpretar Su Palabra. Por su parte, las Naciones Unidas están un poco de capa caída y tampoco sé si habría acuerdo universal para una Convención Extraordinaria del Mártoles.

Pero de que necesito el mártoles, lo necesito ya. Mi único argumento, con todo el peso posible, es el siguiente: si no se hizo al ser humano para el sábado, sino éste para aquél, entonces ¿por qué no puedo tener un mártoles?

domingo, 30 de noviembre de 2008

Nocturno y gris

Este soy (era) yo anoche en la fiesta de graduación de mi hija, captado in fraganti por Carmen. Este era (soy) yo actualmente: un ser gris y nocturno, convertido en tal ente cuasi-demencial por obra y virtud de un camión de volteo manejado por J. Delbarco, quien ha descargado sobre mí centenares de toneladas de texto, texto y más texto, todo ello para ser procesado y entregado para ya, para ayer, para la semana pasada, para hace un mes, para antes de mi existencia. Esta vista mía vale más que mil decires y dice más que otras cien vistas.

Lo tragicómico es que no me puedo (no me debo) quejar, pues ¿no podía simplemente haberme negado al principio o al medio del camino? Pues sí, “podría”... pero no quise. ¿Acaso fue (es) por cierta sana vanidad (que la hay, sí), por hacer cosas que se diga que están bien (porque lo están, sí), por recrearme en la propia contemplación de mi prosa y recursos didácticos, proyectadas en un espacio virtual al que acudirán seres imaginados?

Por último, ¿no es todo este discurso un asumir conscientemente esa ofensa que se adjetiva como “capital”? (“¡Ah, la vanidad, mi pecado favorito!”, dijo Milton en el brillante cierre de la película “El abogado del Diablo”, un magnífico “thriller” teológico). No lo sé; mas, por si acaso, sirva este autorretrato como reconocimiento, contricción y confesión... ¡que la penitencia ya la estoy padeciendo!

***

Posdatas entre paréntesis:

(Tampoco es para tanto, pues muchos de los otros padres y madres de adolescentes ya graduados tenían una sola, única y larga cara de aburrimiento.)

(Un poco, pero sólo un poco menos trágico parece el asunto al considerar que todo esto no es al estilo de aquel pintoresco personaje oriental: “¡de choto!”.)

martes, 25 de noviembre de 2008

¡A tres voces!

Por diversas razones, no habíamos podido realizar el proyecto de presentar la canción "Jesús, dulce alegría", de J.S. Bach, con el coro juvenil externadista, hasta que finalmente, durante este mes, logramos tener seis ensayos continuos antes de la graduación colegial. El resultado de ese esfuerzo fue muy bueno, como lo atestiguan no sólo el millar de personas que estuvieron presentes, sino la grabación de audio y vídeo. He aquí treinta y cinco segundos de muestra, sólo para que nos crean. La letra que se escucha con la reverberación propia de una iglesia grande dice, en octosílabos con rima asonante: "¡Oh, Jesús, mi fortaleza / fuente de bondad eterna!"

domingo, 23 de noviembre de 2008

La vida y la muerte


"La vida y la muerte
borda'as en la boca"
("Romance de Curro, el palmo", de J.M. Serrat)

He aquí una de las siete u ocho tortugas que deambulan por el jardín de la casa. La foto fue captada la mañana de ayer por mi hija Diana, quien la descubrió merendando un suculento platillo: un gran caracol que desde hace días andaba por ahí. En efecto: bordadas en su boca (y por ello quizá deberíamos llamarla "Merceditas, la del guardarropa") están la vida y la muerte, quizá un tanto más dramática esta última por la apariencia de los pedazos del ex-caracol. En mi mente, suena "The circle of life".

martes, 11 de noviembre de 2008

Esos molestos gatos muertos

En mi lista de películas memorables está “Pet Sematary” (1989, basada en la novela de Stephen King), porque la putrefacta demencia está muy bien contextualizada y el terror no viene necesariamente de la asquerosa y malévola presencia de zombis, sino de la perversión que tal condición supone para las relaciones familiares. Pero no fue sino hasta hace un par de semanas que completé la lectura del libro, casi medio millar de páginas que reafirman mi primera opinión y, además, amplían la dimensión del dolor y la desesperación que causan y probablemente perpetúan la horrible tragedia sobrenatural allí narrada.

Sin duda, las condiciones en que esta obra fue leída contribuyeron a crear en mí cierta hipersensibilidad: la mayoría de sesiones fueron desarrolladas en las butacas de espera de un hospital durante los atardeceres tempranos de Octubre, entre gente muy enferma y llamadas de “código uno” por los altoparlantes, a la luz agonizante de lejanas lámparas de mercurio, entre el constante ir y venir de camillas, algunas de ellas sanguinolentas y ocasionalmente cargando una bolsa negra con su difunto ocupante debidamente identificado.

Si a lo anterior añadimos la inverosímil anécdota de un gato muerto que cayó del tejado a las once de la noche, sin previo aviso, estrellándose contra el pavimento de uno de los espacios internos de mi casa, el cuadro es entre cómico y surrealista. No me refiero al gato muriendo de hace casi dos años: quiero decir un nuevo cadáver de gato. Verlo allí inerte e inoportuno y recordar la contraportada del libro de Stephen King, “Cementerio de animales”, fue un solo acto:

Church estaba allí otra vez, como Louis Creed temía y deseaba. Porque su hijita Ellie le había encomendado que cuidara del gato, y Church había muerto atropellado. Louis lo había comprobado: el gato estaba muerto, incluso lo había enterrado más allá del cementerio de animales. Sin embargo, Church había regresado, y sus ojos eran más crueles y perversos que antes.

viernes, 7 de noviembre de 2008

En "La rayuela"

No creo haber sabido de un café cultural, artístico o medio bohemio en Santa Tecla anterior a "La rayuela", que parece ser el primero. Buena ambientación, todo artístico, el sitio ofrece los viernes por la noche un espacio literario del que pude aprovecharme, con la complicidad de René Chacón Linares, organizador del mismo: una hora de música y poesía para recordar que de la primera soy cantautor y de la segunda, heredero. El agradecimiento y mención especial va para la pequeña poeta y suprema declamatriz, Marta "The Cookie" Zavaleta, por prestarle su voz al eximio y ya difunto Góchez Sosa. En resumen: bonita velada para mantenerse en forma.

domingo, 26 de octubre de 2008

¡Pobre tipo!

“My way” es una de las canciones más cantadas en la historia de la música, por varios intérpretes y en multitud de idiomas. La letra que Paul Anka le puso a una canción francesa es, en verdad, una declaración plena y satisfecha de quien está al final de su vida: hay en ella frases de sereno lirismo, asunción madura del propio ser y cierto estoicismo. Disfrutar el significado y el sentido exige entrar de lleno en la lógica del inglés, pues ninguna traducción es ni puede ser exacta, no sólo por el asunto de los paradigmas y campos semánticos, sino también por la dificultad añadida de mantener métrica y rima.

La versión en español de este tema se titula “A mi manera” y ha sido interpretada por cuanto cantante algo viejón y con voz potente haya habido en nuestro idioma. Sin embargo, aunque los versos intentan mantener el tono vital de la original, hay allí una estrofa contradictoria, impertinente y machista, que hace fracasar todo el proyecto, a pesar de la calidad de cualquier intérprete:

Jamás viví un amor
que para mí fuera importante:
corté sólo la flor
y lo mejor de cada instante.


Lo contrario ocurre con el tema que popularizó Sinatra, donde no hay lugar a dudas:

I’ve loved, I’ve laughed and cried,
I’ve had my fill, my share of losing.


Por estas pocas líneas es que, al tiempo que doy con una mano mis respetos para Paul Anka, dejo con la otra mis condolencias para ese otro tipo (que a saber quién es); porque si yo al final de mi vida me diera cuenta de que no amé (y, por lo tanto, no fui amado), rumiaría mis amarguras en privado y andaría, de verdad, de muy mal genio.

sábado, 18 de octubre de 2008

Los otros himnos

Etiquetar a una canción como “nuestro segundo himno nacional” me parece un excesivo acto de infantilismo y soberbia incultura. Lo primero, por creer que el mundo gira alrededor de nuestros gustos (o disgustos); lo segundo, por el atrevimiento de revelar en voz alta la propia falta de análisis.

Tenemos un solo himno, letra de Juan J. Cañas y música de Giovanni Aberle, punto. El coro expresa el orgullo abstracto de la nacionalidad, que existe hasta en los pueblos más humildes, al tiempo que manifiesta un compromiso con el bien colectivo, mientras que en la primera estrofa se reflejan ideales a los que ningún pueblo sensato puede oponerse: la paz, el progreso y la libertad (problema aparte es que algunas de sus palabras hayan sido miserablemente utilizadas por partidos políticos o tenebrosas instituciones).

¿Por qué entonces a cada momento leemos y escuchamos esa falacia de que que “El carbonero”, de don Pancho Lara, es una especie de himno suplente? Francamente y a riesgo de herir susceptibilidades e inmadureces, debemos reconocer que dicha canción, aunque popular a fuerza de ser enseñada maniáticamente en colegios y escuelas, carece de la riqueza musical sinfónica requerida por un símbolo patrio, pues apenas consta de un trío de acordes básicos y una melodía simple en las notas estrictamente compatibles hechas desde la más elemental sencillez. Su letra es la declaración lírica de alguien que vive de un oficio: la venta de carbón vegetal, actividad digna como cualquier trabajo honrado, pero minoritaria y que, evidentemente, ni nos aglutina ni nos identifica. Los valores subyacentes tampoco son para ponerse sublimes, ni desde el punto de vista ecológico (imaginémonos un pueblo de carboneros depredando árboles) ni desde la óptica social (el “¡Sí, mi señor!” es, cuando menos, servil).

Otra canción que ha padecido injustamente la sandez de tal denominación es el vals “Bajo el almendro”, de David Granadino, pieza instrumental de una época tan añeja como olvidada y que, hoy en día, sería el fondo musical justo para un vídeo cómico en blanco y negro y cámara rápida, o también para la lotería de Atiquizaya, entonado junto con los notables valses de Strauss por aquel célebre “músico trompa de hule, labios de hígado y culo de pájaro”.

Hay más canciones que también han sido mencionadas abusivamente como segundos, terceros y hasta cuartos himnos, tales como “Patria querida”, de Álvaro Torres (que, si acaso, aspiraría al discutible título de "Himno de los Hermanos Lejanos") y hasta “Las pupusas”, de Jhosse Lora cuando estaba con el grupo Espíritu Libre. Tampoco han faltado los fanáticos alienados que en su momento quisieron sustituir la trompetita nacional del “tan tararán” por el Himno de la Internacional Socialista o “El sombrero azul”; e incluso hay quienes, en sus peores delirios, no dudarían en poner como estandarte nacional el grito de “¡Patria, sí; comunismo, no!”, que amparó tantas matanzas, torturas y ejecuciones sumarias.

Por eso, compatriotas, paremos ya este tormento onomástico: tenemos un solo himno, letra de Juan J. Cañas y música de Giovanni Aberle. ¡Punto!

domingo, 12 de octubre de 2008

Olvido y error

A mediados de 1979 sonó en las radios del país la canción “Plástico”, de Rubén Blades y Willie Colón. Ella atacaba un estilo de vida que, en otros círculos, solía llamarse “pequeño-burgués” y actualmente los y las jóvenes identifican como “fresa”, con lo cual se describe a grandes rasgos la ideología de la apariencia y la superficialidad, lo vano e intrascendente.

El disco donde venía el tema, “Siembra”, lo compré dos veces, pues la aguja de mi tocadiscos siempre saltaba como rechazándolo, seguramente una combinación entre mala calidad del aparato y el acetato en sí (porque sólo con ése ocurría). El arreglo musical tenía la originalidad de los trombones como únicos metales y, además, un intermedio de acordes construidos sobre una impresionante disonancia. Las razones extra-estéticas para admirar la canción estaban, además, en una coincidencia naciente e ingenua de enfoques sobre el tema.

Al final de la canción, Blades habla también de que “se ven las caras orgullosas que trabajan por una Latinoamérica unida y por un mañana de esperanza y de libertad”, para después pasar lista de países y, tras cada mención, lanzar un vigoroso “¡Presente!”. Encabezan la nómina Panamá y Puerto Rico, países de origen de Blades y Colón, respectivamente. Luego siguen México, Venezuela, Perú, República Dominicana, Cuba, Costa Rica, Colombia, Honduras, Ecuador, Bolivia, Argentina y, entre el “fade out” característico de las grabaciones de aquella época, se distinguía un revolucionario “¡Nicaragua sin Somoza!”, seguido por “el barrio” y “la esquina”.

¿Y nosotros...? Pues al parecer éramos tan insignificantes como desconocidos por el cantautor panameño. Que tampoco haya mencionado a Guatemala, Brasil, Chile, Paraguay ni Uruguay, no quita hierro a la omisión, fallo agravado porque en teoría medio-vecinos y en ese entonces el país ardía en ímpetus y fragores de rebelión.

Estoy seguro que alguien se lo ha de haber reclamado a Blades, pues un par de años después escribió “Tiburón”, reivindicada por el frente rebelde como una alegoría anti-imperialista, cosa de la cual tiene bastante, implícita y explícitamente (“si lo ves que viene, palo al tiburón, pa’que no se coma a nuestra hermana El Salvador”), sólo que no acabamos de entender cómo podría atacarnos si el depredador acecha en el mar Caribe... ¡donde no tenemos costa!

Posdata: en esta excelente ejecución en vivo de "Plástico" (2011), Rubén sí recordó a los olvidados -> http://youtu.be/N_WoMizhIoo?t=1m12s

jueves, 25 de septiembre de 2008

El 3 no ha jugado

No me resulta posible disociar la imagen de mi abuela Delfina con la compra constante y periódica de vigésimos de billete de lotería, costumbre heredada por ella a mi padre (sospecho que con algo de suerte) y recuperada por mí desde hace algunas semanas, más por honrar dicha tradición familiar que por abrigar esperanzas realistas de amortizar las deudas (aunque también es cierto que la certeza absoluta de no sacarse algún premio sólo se tiene cuando no se compra número alguno).

Entretanto -aprovechando que la página web de la Lotería Nacional de Beneficencia publica, además de los respectivos listados, su estadística y recuento anual- me di a la (¿ociosa?) tarea de revisar la frecuencia de los números o bolitas que han constituido los tres premios mayores de los treinta y ocho sorteos de este año.

Así, en 570 tiros el número que menos ha figurado es el 4 (38 veces), mientras que el más frecuente ha sido el 2 (80 veces). Pero más importante que este dato es el de las terminaciones (o el último número del billete premiado, que da derecho al menos a reintegro): la que menos ha salido (o “no ha jugado”, como dicen los billeteros) es la del 3 (sólo 6 veces), mientras que la más afortunada ha sido la del 8 (16 veces).

¿En conclusión? Una de dos:

a) O la bolita del 3 en la tómbola tiene truco y pesa algunos miligramos menos que las demás.

b) O, conforme a la ley de la entropía (y al sabio consejo de los vendedores de estos portadores de suerte), el 3 tiene más chance de salir en los próximos sorteos.

Consideremos también el escenario más probable: que mis razonamientos y expectativas continúen fracasando y permanezca como hasta ahora, es decir, sin sacarme ningún premio. Si es así, con resignación y altruismo diré: "No importa, pues al fin y al cabo... ¡el $1.25 es para beneficencia!"