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Esto se puede tomar de dos formas.
POR LO POSITIVO:
* A su modo, la persona expresa su genuino interés en conocer la obra producida por aquel amigo, compañero, colega y casi camarada.
* La primacía absoluta del solicitado regalo por encima del sucio comercio mantiene la pureza romántica del arte y las cosas realmente valiosas, que no pueden reducirse a viles mercancías. Tal silvestre petición revela, además e implícitamente, el elevado grado de confianza y aprecio personal que para con el autor existe, hecho más valioso que cualquier moneda que medie entre la obra y su destinatario final.
O POR LO NEGATIVO:
* En el fondo, lo que la persona quiere decir es: "si quiere que le haga el favor de leerla (o escucharla), entonces regálemela".
* La ignorancia supina ("la que procede de negligencia en aprender o inquirir lo que puede y debe saberse") sobre el tema "costos de producción" de la mencionada obra. Si de un libro se trata, quizá creen que la edición de éste no cuesta más que el conjunto de sus fotocopias; o si es un disco, estiman que su valor en efectivo no pasa de los treinta y cinco centavos del CD en blanco, como si el estudio de grabación, las muchísimas horas de mezcla de audio, el software y el hardware, la impresión de artes digitales, las etiquetas y el empaque también fueran gratis (la creatividad, obviamente, no tiene precio).
Como dije al principio, tras década y media de vérmelas con esta reiterada manifestación "cultural", creo haberme vuelto menos susceptible y, casi por lo general, prefiero tomarla por el lado amable. Por eso, mi respuesta invariable y sonriente ante cualquier petición en este sentido es ya es un estándar: "¡Lo siento, pero el productor no me lo permite!".
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