En algún momento del par de años recientes me interesó ver "Little Miss Sunshine" (2006), pero quizá las frases-resumen del tipo "a family determined to get their young daughter into the finals of a beauty pageant take a cross-country trip in their VW bus" fueron posponiendo el interés hasta llegar a la indiferencia. Pero a raíz de la solicitud moluscosa de una opinión (y la necesidad de probar los invaluables MKV) me vi frente a la pantalla... ¡para gran satisfacción!Me imagino que las introducciones-propaganda como las ya citadas servirán, sí, para "vender" el filme; pero ¿es que a nadie se le ocurre mencionar que es, sobre todo, una extraordinaria comedia de humor negro que culmina con una hilarante y grotesca apoteosis del fracaso, allí donde sólo cabe decir "¡zóquela!", en el mejor estilo local?
La gracia (una de las gracias) está en que, dentro de la insostenible situación planteada, ninguno de los involucrados (excepto el guionista) pretende hacernos reír a costillas de sus males. Pues sí: ¡menuda familia y al cuerno con que si es "charming", el "apoyo incondicional" y bobadas por el estilo! Aquí de lo que se trata es de una simple, cotidiana y extraordinaria colección de "losers", creados por obra, gracia y desgracia de nuestro viejo y tan mentado amigo, el mero contexto sociocultural. Por cierto (*spoiler alert*): ¿a alguien de la familia, además del abuelo que la entrenó, se le habrá ocurrido ver antes el número que estaba preparando la niña para la demostración de talento en el tal concurso?
Con más de veinte años de docencia acumulada, no es inusual que uno se halle por aquí o por allá con gente ya mayor que, en tiempos de joven adolescencia, fueron sus alumnos. Cierto es que, por cuestiones de las elevadas cuentas (unos 2,500 exalumnos/as), muchas veces uno no puede acordarse del nombre de aquella persona que lo saluda sonriente, más cuando resultan difíciles de reubicar en el recuerdo de aquella aula brumosa en la memoria, por efectos de su propia maduración; pero aun asumiendo como parte de la profesión ese tipo de detalles, cae como buen tónico para la autoestima docente el saber o intuir que a uno lo tienen al menos en buen concepto (pues si no, harían como hacen algunos al amparo de aquel dicho: "me aparto, me agacho y me retacho").

"12 angry men" (1957) y "Gran Torino" (2008) son películas justamente consideradas por la crítica como obras maestras. La primera, de hace más de medio siglo, presenta los debates del jurado en un caso criminal de pena de muerte, donde el veredicto debe ser unánime. Tal como puede esperarse, en una hora y media de un tiempo bastante real, se pasa de un 11-1 por "culpable" a un 12-0 por "no culpable", merced a la iniciativa de un jurado disidente que busca con escrupulosa honestidad cada pequeño punto débil que pudiera tener cada uno de los argumentos del fiscal; es decir: la perfección conceptual. La segunda, de hace un par de años, cuenta la vida vista desde un rudo octogenario, quien debe lidiar con su propia misantropía y, además, con una pandilla en quienes sus códigos de conducta y acción sencillamente no funcionan: tal es su tardío y trágico descubrimiento en las víctimas colaterales, si bien es cierto que se vale de ese amargo conocimiento para lograr el restablecimiento del equilibrio entre el bien y el mal, confiando en un ideal sistema de justicia.

