sábado, 20 de febrero de 2010

La hilarante apoteosis del fracaso

En algún momento del par de años recientes me interesó ver "Little Miss Sunshine" (2006), pero quizá las frases-resumen del tipo "a family determined to get their young daughter into the finals of a beauty pageant take a cross-country trip in their VW bus" fueron posponiendo el interés hasta llegar a la indiferencia. Pero a raíz de la solicitud moluscosa de una opinión (y la necesidad de probar los invaluables MKV) me vi frente a la pantalla... ¡para gran satisfacción!

Me imagino que las introducciones-propaganda como las ya citadas servirán, sí, para "vender" el filme; pero ¿es que a nadie se le ocurre mencionar que es, sobre todo, una extraordinaria comedia de humor negro que culmina con una hilarante y grotesca apoteosis del fracaso, allí donde sólo cabe decir "¡zóquela!", en el mejor estilo local?

La gracia (una de las gracias) está en que, dentro de la insostenible situación planteada, ninguno de los involucrados (excepto el guionista) pretende hacernos reír a costillas de sus males. Pues sí: ¡menuda familia y al cuerno con que si es "charming", el "apoyo incondicional" y bobadas por el estilo! Aquí de lo que se trata es de una simple, cotidiana y extraordinaria colección de "losers", creados por obra, gracia y desgracia de nuestro viejo y tan mentado amigo, el mero contexto sociocultural. Por cierto (*spoiler alert*): ¿a alguien de la familia, además del abuelo que la entrenó, se le habrá ocurrido ver antes el número que estaba preparando la niña para la demostración de talento en el tal concurso?

miércoles, 17 de febrero de 2010

Autoestima profesional

Con más de veinte años de docencia acumulada, no es inusual que uno se halle por aquí o por allá con gente ya mayor que, en tiempos de joven adolescencia, fueron sus alumnos. Cierto es que, por cuestiones de las elevadas cuentas (unos 2,500 exalumnos/as), muchas veces uno no puede acordarse del nombre de aquella persona que lo saluda sonriente, más cuando resultan difíciles de reubicar en el recuerdo de aquella aula brumosa en la memoria, por efectos de su propia maduración; pero aun asumiendo como parte de la profesión ese tipo de detalles, cae como buen tónico para la autoestima docente el saber o intuir que a uno lo tienen al menos en buen concepto (pues si no, harían como hacen algunos al amparo de aquel dicho: "me aparto, me agacho y me retacho").

Esto viene a propósito de una agradable visita que hoy recibí, de alguien que ahora ejerce la medicina especializada, y a quien recuerdo de sus tiempos de estudiante como una persona muy aplicada, que se expresaba correctamente y a quien la materia de Letras (de los antiguos programas) le parecía interesantísima, pese a que por aquellos tiempos ya hubiera querido yo tener el repertorio de métodos y técnicas de que no me dotó la universidad, sino la experiencia y formación laboral.

Como no tengo motivos para asumir el discurso victimista de quienes perciben su trabajo como una sucesión de penas e incomprensiones, no es esta anécdota la rara excepción que le da sentido a todo. Sin embargo, sí me place declarar lo siguiente: que me alegra sobremanera constatar una vez más (y por si no me había quedado claro) la existencia de ese sentimiento exento de intereses y contaminaciones, que bien podríamos llamar... ¡afecto docente!

domingo, 14 de febrero de 2010

En vaca

Las obras conjuntas de artistas que se unen para alguna causa de las llamadas humanitarias suelen recordarse más como acontecimientos extraordinarios por la reunión de fama y talento que por las soluciones para los desvalidos, como no podía ser de otro modo (¿quién podría solucionar, digamos, la pobreza?). Hace veinticinco años fueron los de "We are the world" y sus secuelas, una de las cuales en ese mismo 1985 reunió a cantantes latinoamericanos para la canción "Cantaré, cantarás", en donde lo interesante era escuchar en la misma pieza a Julio Iglesias, José Luis Rodríguez "El Puma", José José, Roberto Carlos, Emmanuel, Vicente Fernández y una treintena más, incluyendo actores como Cantinflas y Ricardo Montalbán (puras caras, por lo de la promoción).

Viendo y escuchando ahora el "re-make" de "We are the world... for Haiti", ¿será que ha decaído la música gringa? Lo digo porque salvo Josh Groban y Celine Dion (y un Santana a quien casi no se le oye la guitarra), del resto hay que ir a preguntarle a la Wikipedia quién rayos son. No en balde alguien comentó: "buena causa, mediocres artistas".

¿Y será que los latinoamericanos salen con su réplica bajo la frase de cajón de "no quieren quedarse atrás"? Como sea, quizá no les quedaría mal una pieza conjunta a la gente como Juan Luis Guerra, Luis Miguel, Shakira, Christian, Juanes, Carlos Vives, Ricky Martin, Chayanne, Ricardo Montaner, etc. ¡Ah, pero eso sí: que esta vez no vaya a faltar el mero Juan Gabriel!

domingo, 7 de febrero de 2010

Los Bee Gees... cuando eran buenos.


El álbum de los Bee Gees "Here at last", de 1977, grabado en vivo, representa el punto de inflexión entre su música realmente buena y su faceta "disco", cuando arruinaron su estilo para convertirse en los referentes de una de las peores épocas musicales que yo sepa, superada únicamente por los tríos vernáculos.


Aparte de su espléndida capacidad de cantar perfectamente afinados a tres voces, era inconfundible su timbre brillante de antaño, casi de aluminio, así como el vibrato estilizado de sus piezas más sentimentales.


"Words" es si no la mejor, una de las más queridas canciones, aunque no esté vinculada con ninguna experiencia personal; compitiendo con "Run to me" en el más alto sitio de mi preferencia, por su sencillo lirismo y sincero afán de romántica súplica en el coro. Otras dos canciones más rítmicas ocupan bien ganado sitio en este "top five": "Edge of the universe", merced a su conjunción de piano Fender Rhodes y sintetizador Moog como base de los requintos, si bien tiene una letra entre mística y absurda; e "Islands in the stream", que les quedó mejor a sus autores que al dúo country de Kenny Rogers y Dolly Parton, quienes la hicieron popular. Finalmente, la única canción que vale la pena de cuando -quizá por aburrimiento, quizá por presunción- se dedicaron a cantar con la voz fingida de zancudo errante, es "Love so right", y eso porque en el estribillo no olvidan que son, después de todo, voces masculinas las que normalmente emiten. Si me preguntan por una sexta pieza diré sin pensarlo demasiado: "The message", pero la versión del álbum ya citado, no la de estudio, que esa suena muy nasal.

jueves, 4 de febrero de 2010

La gratuidad de un sublime sacrificio

"12 angry men" (1957) y "Gran Torino" (2008) son películas justamente consideradas por la crítica como obras maestras. La primera, de hace más de medio siglo, presenta los debates del jurado en un caso criminal de pena de muerte, donde el veredicto debe ser unánime. Tal como puede esperarse, en una hora y media de un tiempo bastante real, se pasa de un 11-1 por "culpable" a un 12-0 por "no culpable", merced a la iniciativa de un jurado disidente que busca con escrupulosa honestidad cada pequeño punto débil que pudiera tener cada uno de los argumentos del fiscal; es decir: la perfección conceptual. La segunda, de hace un par de años, cuenta la vida vista desde un rudo octogenario, quien debe lidiar con su propia misantropía y, además, con una pandilla en quienes sus códigos de conducta y acción sencillamente no funcionan: tal es su tardío y trágico descubrimiento en las víctimas colaterales, si bien es cierto que se vale de ese amargo conocimiento para lograr el restablecimiento del equilibrio entre el bien y el mal, confiando en un ideal sistema de justicia.

Con la docena de hombres iracundos, pese a las argumentaciones presentadas, me quedó la sensación de que el acusado era culpable, pues la coincidencia de todos los argumentos -aun con cada "duda razonable", según el precepto jurídico- presentaría un cuadro demasiado inverosímil para que no lo fuera. Más allá de este punto, me interesa destacar que si el sentido correcto de la aplicación de la justicia fuera el del jurado disidente y con gran habilidad persuasiva, el sacrificio final del veterano Kowalski, esperado en el fondo pero sorpresivo y sublime en la forma... ¡sería totalmente inútil!

martes, 2 de febrero de 2010

¡Ah, la letra de carta!

Antiguamente, cuando se escribía con plumas de ave y luego con plumas fuente, había una clara ventaja práctica de escribir con letra de carta o cursiva: levantar la pluma lo menos posible con respecto al papel y, con ello, prevenir el goteo de la tinta. Con la aparición del lápiz y el bolígrafo, esta ventaja ya no tiene sentido; sin embargo, es interesante reflexionar sobre el porqué en los colegios y escuelas se sigue enseñando primero la letra de carta antes que la de molde.

Acerca del tema, hay muchísimo material en Internet, casi todo en inglés y casi nada en español. Los defensores de la letra de carta esgrimen todo tipo de argumentos, desde los de orden estético hasta algunos francamente románticos y hasta filosóficos. Sin embargo, en el artículo titulado “How Should We Teach Our Children to Write? Cursive First, Print Later!”, de Samuel Blumenfeld (1994), hallamos algunas consideraciones interesantes desde un punto de vista técnico, tales como las siguientes:

a) Que, contrario a la creencia popular, la letra de carta es más fácil de enseñar, pues requiere de sólo tres movimientos simples: curva inferior, curva superior y el trazo de “arriba-abajo”, mientras que la letra de molde exige movimientos más complejos para producir líneas rectas en varias direcciones y, además, círculos perfectos.

b) Que en la letra de carta es poco probable confundir las letras, debido al trazo que se requiere para producirlas; en cambio, las letras de molde “b” y “d”; “f” y “t”; “g, “q” y “p”; pueden resultar confusas para los niños pequeños.

c) Que la letra de carta ayuda a la comprensión lectora, pues al escribir cada palabra de manera continua, se abona al objetivo de leer palabras enteras y no letras o sílabas individuales.

d) Que la letra de carta enseña “disciplina espacial”, evitando errores en la separación entre letras y palabras, cosa frecuente en los niños pequeños que escriben con la letra de molde.

e) Que la letra de carta ayuda a los niños zurdos, ya que les basta con inclinar la página en el sentido de las agujas del reloj para que puedan escribir bien sin cubrir lo escrito con su propio brazo, cosa que aparentemente no se logra con la letra de molde.

f) Que la letra de carta es menos fatigosa, ya que en el proceso de enseñanza también se aprende a tomar el lápiz correctamente, sujetado entre el dedo gordo y el índice, con la punta descansado en el dedo medio, en una posición muy relajada aún en períodos largos

La tesis de Blumenfeld no es que no se enseñe letra de molde, sino que primero se enseñe letra de carta. Él asegura que la transición de letra de carta a letra de molde será siempre más fácil que la transición de letra de molde a letra de carta; la cual es, según él, poco menos que imposible.

Sin embargo, pese a sus ventajas teóricas, el hecho es que actualmente la mayoría de personas jóvenes y adultas no utiliza la letra de carta e incluso les parece más difícil que la letra de molde. ¿Por qué será?