domingo, 13 de marzo de 2011

¡Ah, la envidia!

Sí, el diccionario aún conserva su capacidad de sorprender. Buscando el término “envidia” encontré el significado esperado: “emulación, deseo de algo que no se posee”; pero también una definición provocadora de muchas reflexiones: “tristeza o pesar del bien ajeno”, entendiendo “bien” tanto como “patrimonio, hacienda, caudal” como también lo que de bueno pueda ocurrirle a otra persona.

Quizá no haya explicación suficiente para la absurda actitud de un niño o niña que, habiendo estado feliz con su juguete durante horas, repentinamente lo desprecia por mirar y anhelar otro que no tiene y que, no obstante, desempeña exactamente la misma función vital de diversión y entretenimiento. Quizá tampoco se pueda entender racionalmente por qué alguien que está en posesión y disfrute de muchas cosas buenas -que incluso ya quisieran otros- de repente no las valora porque le parecen poco y las ve palidecer en comparación con las de éste, aquélla o el de más allá. El fiasco viene cuando el envidioso o envidiosa logra su propósito y tampoco vive satisfecho en la nueva situación.

Casi todos los ámbitos de la vida pueden servir para ejemplificar lo antes dicho, siendo evidente que la ideología dominante utiliza y potencia los sentimientos de envidia para aumentar irracionalmente el consumo. Históricamente, los círculos del poder han sido campos fértiles para el desborde de la envidia, pero también el campo del arte y el mundo del espectáculo están llenos de ella.

Dicen los analistas que la lucha contra la envidia pasa por aceptarla como un sentimiento natural que no por serlo debemos cultivar, pero el arma principal es... ¡aprender a gustar y disfrutar de lo que uno tiene y es capaz de hacer con los propios recursos!

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