Estimados amigos y amigas, gente que me conoce y me tiene algún tipo de estima:
Primero que cualquier otra cosa, declaro que al momento de redactar este texto (3/4/11) me encuentro gozando de muy buena salud y en plena posesión de mis facultades. Sin embargo, es un hecho incuestionable que tal bendita condición es transitoria, pues ya sea mañana o dentro de otros cuarenta y tantos años este cuerpo perecerá sin remedio: es ley universal y es muy sabio estar preparado (maneras de morir hay muchas y a veces pareciera que la vida se las ingenia para escapársenos de modos inagotables y creativos).
Si mi final es fulminante y repentino por causas naturales, sociales, automovilísticas o apocalípticas, tanto menos sufrimiento. Pero ustedes y yo hemos visto cómo a veces la extinción va lenta por la vía de una enfermedad terminal que avanza y carcome sin remedio, dolorosamente; o también porque cierto accidente no hizo bien su trabajo y dejó para más tarde lo que debió ocurrir primero.
Así pues, el propósito de esta carta es dejar constancia de ciertas peticiones y voluntades por si llegare a encontrarme en la indeseada eventualidad de una postración prolongada de carácter terminal, desde la cual no pueda defenderme de posibles razonamientos y conductas insensatas –aunque bienintencionadas- de parte de quienes me rodean.
No soy supersticioso, así que descarto cualquier relación entre la publicación de esta carta abierta y lo que después pudiera ocurrirme; así, que nadie salga de bayunco diciendo: “¡Uy, en cuanto escribió esa su carta toda rara le cayó la enfermedad, él solo se echó sal!”. Como mal menor, preferiría que dentro de algunos lustros se dijera: “Miren qué tipo más lúcido, cómo anticipó su situación, hagámosle caso”. Y con algo de suerte, este texto quedará como mera anécdota y no será necesario acudir a él para orientar futuros comportamientos.
Pero basta de preámbulos, vamos a lo que interesa.
En primer lugar, rechazo gastos médicos innecesarios, presuntuosos, necios e inalcanzables.
Si no hay excesivos cambios en mi modo de vida, es de esperar que mis posibles enfermedades graves habrán de tratarse en el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS). Limitaciones, quejas y críticas aparte, creo que allí harán lo posible por mi salud y tendré los tratamientos a que tengo derecho. Ojo: no pido que jamás acudan a la medicina privada, pero tampoco quiero que paguen exorbitantes cantidades por los mismos tratamientos que pueden dárseme en el ISSS, bajo el argumento prejuicioso de que “allí no atienden bien”.
Como yo lo percibo, la única diferencia sustancial entre el ISSS y un hospital privado es la enorme cuenta por pagar que le queda a la familia después de muerto el cliente. Aún más grave sería la situación si en el ISSS me desahuciaran con base en criterios estrictamente hospitalarios y, reacios a aceptar la realidad, familiares y amigos me llevaran indefenso a una clínica particular donde, por conveniencia monetaria, les dieran un supuesto diagnóstico-pronóstico más favorable, diciéndoles lo que quisieran escuchar, aunque se llegue al mismo e inevitable final.
En segundo lugar, respeten mis creencias.
Si me conocen bien, ya saben cuál es mi postura intelectual sobre lo trascendente (aquello “que está más allá de los límites de cualquier conocimiento posible”). No deseo ser objeto de peticiones patéticas de milagros, como si tuviéramos derecho a solicitar la alteración del orden establecido y como si la muerte no fuera el final natural de la vida. A lo sumo -si les sienta bien y por respeto a las creencias ajenas- aceptaría virtuales rogatorios discretos por la paz de mi espíritu y peticiones de resignación para ustedes mismos/as. Pero si quieren caerme mal, pónganse en plan fanático fundamentalista y vengan a hacer escandaloso proselitismo, tembladera incluida, preguntándome si quiero ir al cielo o al infierno y conminándome a que acepte el supuesto pasaporte.
En tercer lugar, esperaría y admitiría visitas reales, además del permanente chat que ojalá tenga en mi laptop o como se llame el aparato que para entonces me permita la comunicación virtual.
Eso sí: bienvenidos/as sean toda vez que vengan para hablar de lo que siempre hemos conversado, evitasen hacer un molesto interrogatorio médico y no me pusieran esa cara de lástima contagiosa, pues la degradación de los exteriores a todos nos llega y no debería ir en menoscabo del tan pregonado valor interior.
Por último, un anexo necesario: no abrigo esperanzas de que vea la eutanasia legal en mi país, dada la idiosincrasia de quienes lo gobiernan. Obviamente, no deseo llegar a una situación en que quisiera solicitarla legal o ilegalmente. No obstante, poniéndome en esa terrible e hipotética circunstancia... ¡que nadie se extrañe (y usted mucho menos) si le pidiere tal gracia!