No: ni son vándalos artísticos ni tampoco malos ejecutantes. Son un par de autores (y seguramente sus respectivos equipos técnicos) capaces de elaborar interesantísimas historias que gustan, seducen y cautivan, en las que todo va bien… hasta que -enamorados de sí mismos, cual semidioses en pleno acto de soberbia y creyendo añadir una pincelada de genialidad- dejan ir el hachazo que las mata. Helos aquí:
- Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura, autor de “Me llamo rojo”, libro citable en más de un párrafo, tan capaz de contar una historia llena de inquietantes enigmas y sugerentes escenas, como de arruinarla con reiteradas y empalagosas enumeraciones, abusando hasta el hartazgo de parábolas e historias con pretendido y aún misterioso significado… ¡vaya manera de añadir páginas por gusto!
- Roman Polanski, director de “The ghost writer” (además de célebre prófugo de la justicia norteamericana, en su momento), una buena película de suspenso al nivel de las mejores de su género (pensemos por ejemplo en “Reversal of fortune” y “Fracture”)… si no fuera porque tiene uno de los peores finales que puedan concebirse. Habría que revisar el libro en el que se basa para repartir culpas con mayor justicia, pero esa última escena en donde el personaje se comporta de la manera más tonta imaginable, como si no hubiera vivido todo lo que pasó antes, con nulo aprendizaje de la experiencia inmediatamente anterior (transcurso en el cual, por cierto, mostró bastante más agudeza de la que cabría esperar en el ridículo trance final)… ¡es tan impertinente como aquel “domingo siete” del cuento!
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