En la reciente conmemoración de los veinte años de la firma de los Acuerdos de Paz quedó claro que la guerra aún persiste en la mente de muchas personas. Las reacciones de varios antiguos militares y sus adeptos ante el perdón oficial solicitado por el Presidente de la República en el caso de la masacre de El Mozote reveló, además, que los autores de tales crímenes continúan negándolos y justificándolos, siendo evidente que no tienen la menor intención de reconocer su responsabilidad y mucho menos de pedir el perdón que deberían. Por su parte, el Presidente de la Asamblea Legislativa, excombatiente de la guerrilla, dijo con toda tranquilidad que ellos, el otro bando en conflicto, tienen "las manos limpias", como si una guerra como la que hubo en El Salvador se hubiera librado entre "buenos" y "malos", al peor estilo de los comunicados del Comité de Prensa de la Fuerza Armada y de la Radio Venceremos.
En 2012 también se cumplen ochenta años del levantamiento campesino de 1932 en la región occidental del país, hecho que fue violentamente reprimido bajo el mando del General Maximiliano Hernández Martínez, con un saldo de muertos cuyo número varía entre los 5,000 mencionados en un comunicado de aquel gobierno y los 30,000 que citan fuentes ligadas a la izquierda; en cualquier caso casi la totalidad de fallecidos fue producto de una cacería étnica que se prolongó por más de un mes. No obstante la distancia temporal de aquel hecho, la izquierda pero especialmente la derecha recalcitrante continúan reproduciendo versiones ideologizadas sobre el tema. A ambos grupos les convendría leer "Cenizas de Izalco", de Darwin Flakoll y Claribel Alegría, pero sobre todo la más exacta interpretación histórica del hecho, que es el octavo capítulo de "Catleya Luna", novela de Salarrué, titulado "La repunta".
Visto lo visto, me pregunto entonces ¿cuántas generaciones habrán de pasar para llegar al tiempo de la reconciliación?
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