Espero que esta foto cuente con el permiso del protagonista.
A la par de la casa que desde 1975 ocupó el Liceo Tecleño (empresa de mi padre ya en su local propio), vivía la familia Posada. Mercy y Tuty eran amigas de mis hermanas Delfy, Evelyn y Sylvia; mientras que Carolina y Luis Alonso (conocido siempre como “El Chele”) eran como de mi edad y compartíamos juegos y peripecias, entre las cuales estaban pillerías como saltarnos los muros de las casas contiguas nada más por no entrar por la puerta.
Los jefes de cada familia también compartían las afinidades propias de quienes buscaban cambios en la estructura sociopolítica de la época y, en ese sentido, también compartimos atentados de parte de los escuadrones paramilitares de la derecha recalcitrante, como las pintas amenazantes y una bomba en la casa de ellos, que también destruyó los vidrios de todas las ventanas nuestras.
El Chele Posada junto con (el más larguirucho que yo) Salvador Montoya y Quique Renderos eran hábiles jugadores de trompo y chibola, además de osados ciclistas extremos, virtudes que no me pertenecían pero tampoco impedían andar de aquí para allá pasando el dulce tiempo de infancia, aun en aquel contexto tan terrible.
En algún momento, todos coincidimos en el mismo colegio y fue en uno de esos recreos cuando vi por primera vez un dibujo hecho por el Chele. No recuerdo exactamente qué era, pero casi ninguno de los que allí estábamos hubiéramos alcanzado a creer que tal obra de minucioso arte fuera producto de aquel niño tan de nuestro grupo, de no ser porque en algún momento lo vimos trabajar, lápiz en mano. Estábamos estupefactos.
Años después, en la década de los ochenta, vi al Chele Posada haciendo camisetas con serigrafía en las afueras de la UCA, pero no fue sino hasta 2003 cuando lo reencontré a él y sus cuadros en Costa Rica, donde anduve por motivos ajedrecísticos. Allí pude apreciar el desarrollo de aquel talento en ciernes, ya en obras finamente trabajadas. Vi su estudio instalado en un hotel de cinco estrellas y me mostró uno de los diseños de colones ticos, que llevaba un dibujo suyo. Pues sí: ese era y es el mismo Chele Posada de nuestra infancia. Eso sí: el mayor contraste fue el vehículo destartalado, tan de él, en que anduvimos deambulando por San José en ese par de horas. ¡Un saludo, amigo!
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