No tiene caso discutir con quien basa sus opiniones en la ignorancia y los prejuicios y, además, se aferra a creencias institucionalizadas que provienen de épocas antiguas en donde, precisamente, la ignorancia y los prejuicios eran la forma habitual de tratar con la realidad humana.
Aplicaciones y ejemplos contemporáneos de lo anterior hay muchos y de todo signo ideológico, mas en esta ocasión toca referirse a los cruzados que se nombran a sí mismos defensores de la familia, la moral y las buenas costumbres; los cuales, en semanas pre-electorales, han protagonizado una feroz campaña mediática para que se ratifique una reforma constitucional estableciendo que el matrimonio civil sólo pueda ser entre un hombre y una mujer “así nacidos”, como si el no hacerlo fuese a acarrear sobre el país el fuego y el azufre divinos.
En última instancia, cada quien elige en qué creer y está en su derecho; sin embargo, cuando esta gente no se contenta con instalarse en sus particulares universos de irrealidades y paranoias sino que, desbordada por falsos afanes moralizadores o delirios mesiánicos, trata de imponer sus obtusas visiones de mundo a la colectividad, es deber ciudadano alzar la voz y ponerles el debido freno, aunque no seamos homosexuales ni promovamos esa orientación sexual.
No voy a argumentar a favor de los matrimonios homosexuales. No tengo suficientes elementos de juicio, pues no he investigado mucho el tema, aunque supongo que en los países donde esto es permitido ha de haber estudios científicos con datos importantes y esclarecedores al respecto.
Sin embargo, en el caso de nuestro país es importante destacar que el Código de Familia, en su artículo 11, dice claramente que “el matrimonio es la unión legal de un hombre y una mujer, con el fin de establecer una plena y permanente comunidad de vida”. Ojo: la regulación sobre el tema ya existe, por lo que es oportuno preguntarse a qué viene la obsesiva pretensión de los sectores retrógrados por hacer una reforma constitucional en este sentido.
Luego hacer un mayúsculo esfuerzo de tolerancia para leer los artículos de opinión y declaraciones públicas que vomitan estos personajes, queda claro que su insistencia en esta reforma constitucional se fundamenta en diversos grados de homofobia, desde la más diplomática hasta la más enconada, la cual a su vez se nutre de prejuicios socioculturales profundamente arraigados en nuestra idiosincrasia.
Pero sean correctas o erradas, sensatas o estúpidas, si esas fueran solo convicciones personales para aplicarlas en sus vidas particulares, que les vaya bien con ellas y todos quedamos en paz. El problema y la consiguiente amenaza es que están en permanente campaña para convertir su agenda dogmática en leyes nacionales firmes "de una vez y para siempre" como espeta el vergonzoso comunicado de un partido de derecha. Y si se les deja, restaurarán hogueras para quemar herejes.
Posdata: en ► este enlace ◄ hay una síntesis de la postura profesional de la Asociación Americana de Psicología, siendo el dato más importante el entender que la homosexualidad ya no se considera una enfermedad, como en tiempos pretéritos. La Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas también así lo acepta.