viernes, 30 de marzo de 2012

De pensiones y dineros perdidos

El antiguo sistema previsional del ISSS y el INPEP funcionaba como un gran cuchumbo colectivo. Se llenaba del dinero de los asalariados/as y de allí se tomaba el dinero que recibían las personas jubiladas. Según nos han dicho, este sistema colapsó cuando las entradas se hicieron menores que las salidas, debido a que aumentó la cantidad y la expectativa de vida de las personas en situación de retiro.

En 1996 se creó el nuevo sistema previsional. En él, cada persona tiene una cuenta individual, de donde saldrá su pensión llegado el momento. Entretanto, ese dinero es administrado por empresas que pueden invertir en diferentes rubros para obtener rentabilidad, por lo cual ahora cobra el 2.2%.

Aunque hubo algunas personas que quedaron en el antiguo sistema, la mayoría fueron traspasadas al nuevo, con todo y las cotizaciones que habían hecho hasta el momento. Sin embargo, este dinero es teórico, pues el traspaso efectivo aún no ha sido completado, probablemente porque ese dinero ya no existe. ¿Fue por la quiebra del sistema? ¿Fue porque los gobiernos de las décadas de 1970 y 1980 fueron tomando prestado del fondo previsional sin que hasta el momento se haya reembolsado? ¡Vaya usted a saber!

Por otra parte, hasta ahora las nuevas Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) estaban obligadas a comprar bonos estatales por un valor de hasta el 30% de los ahorros de los cotizantes, pero ese porcentaje fue aumentado a finales de marzo de 2012 hasta un 45%, que se hará efectivo gradualmente.

En términos muy simples, el Estado no tiene el dinero en efectivo de las cotizaciones acumuladas en el antiguo sistema y además se aumenta el porcentaje que puede tomar prestado del nuevo sistema.

La pregunta es cómo hará para pagar estas deudas.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Del verdadero Shakespeare (y no tan "in love")

Hace ya varios años descubrí el debate académico entre escépticos y tradicionalistas acerca de la identidad de William Shakespeare, convenciéndome de que el autor de las obras atribuidas al bardo de Stratford fue en realidad Edward De Vere, 17º conde de Oxford. En aquella época publiqué un artículo-reseña al respecto, en la Revista Dominical de La Prensa Gráfica y después incluí el material en mi libro de la materia Lenguaje y Literatura para primer año de bachillerato.

Hoy me encuentro con “Anonymous” (2011), una película dirigida por Roland Emmerich que da por cierta la postura oxfordiana y desarrolla además otros elementos relacionados con las conspiraciones en los círculos de poder de la época isabelina, tomándose algunas licencias históricas en función del drama.

Ya que el tema me parece interesantísimo, me limitaré a declarar mi agrado por la película y, a fin de respetar la fuente, transcribo parte del comunicado de Shakespeare Oxford Society al respecto del filme:

The Society is pleased to know that this stunningly visual and intellectually stimulating cinematic inquiry into the true identity of the writer William Shakespeare will now be more widely known.

The Society completely supports the conclusion that Edward de Vere, the 17th Earl of Oxford, was the man behind the pseudonym “William Shakespeare.” Of course Roland Emmerich and the screenwriter John Orloff took cinematic liberties with history in creating the film but that’s what storytellers do.

www.shakespeare-oxford.com

sábado, 17 de marzo de 2012

I'm sorry, Mr. Goldman.

Bien dicen que "buena película y buen libro casi nunca coinciden" y que "no se debe intentar arreglar lo que no está descompuesto". La película “The Princess Bride” es una joya, basada en la obra homónima de William Goldman. La novela es, sin embargo, insoportable.

Lo que en la película son simpáticos recursos de brechtianos de distanciamiento al intervenir el Abuelo narrador y el Nieto oyente, en el libro son intervenciones constantes del propio autor que, si bien en los primeros capítulos pueden tener algo de gracia, se vuelven digresiones empalagosas e incluso desesperantes. Por otra parte, la gracia, encanto y misterio de los personajes en pantalla no brotan de los párrafos: son méritos del celuloide.

Como guionista cinematográfico, Goldman es bueno y su trayectoria lo comprueba: dos premios Oscar por “Butch Cassidy and the Sundance Kid” (1970) y “All the President’s Men” (1976), además de nominaciones diversas por “Misery” (1992), entre muchas otras. Es cierto que la novela fue previa a la película, pero en ésta Goldman se combinó con un buen director, Rob Reiner, y entre ambos supieron colocar el material en la pantalla.

Es cierto que muy pocas personas en el mundo habrían resistido la tentación de dar a conocer la novela en la que se basó una película exitosa, pero... mejor lo hubiera dejado así. Que tiene buenos pasajes, claro está, pero ya con los previos, los medios y los finales, cambia la cosa. Lo peor para mi sensibilidad de lector es el terrible intento de insinuar una segunda parte, "El Bebé de Buttercup". Así pues, paso página y me quedo con la resplandeciente película.

viernes, 16 de marzo de 2012

Riñones

Las marcas de huellas sobre el piso son imágenes de riñones. Estaban en la ruta que conduce a las unidades de diálisis y hemodiálisis y fueron colocadas en el Hospital Médico Quirúrgico del ISSS a propósito del Día Mundial del Riñón. Por una parte, es un detalle simpático ver los riñoncitos allí; sin embargo, desde la perspectiva del paciente no estoy totalmente seguro de la percepción, ya que son precisamente esos órganos los que, habiendo fallado mayoritaria o totalmente, requieren de los tratamientos pertinentes.

En cualquier caso, de acuerdo a la información disponible, en años recientes los padecimientos renales han aumentado significativamente en la región mesoamericana y quien no tiene la prestación laboral del ISSS realmente lo tiene muy difícil en el sistema público de salud, pues son pocas las personas que gozan de una posición económica que le permita sufragar los altos costos del tratamiento en hospitales privados.

Muchas personas tienen la opción de recibir un trasplante renal pero no muchos hay donantes. Tengo entendido que no hace mucho se hicieron gestiones para posibilitar el trasplante de riñón de alguien que ya falleció, lo que se conoce como “donante cadáver”, pero la burocracia o el desinterés de funcionarios y políticos todavía no agiliza este trámite.

Un detalle que me resultó extrañamente curioso fue que, allí donde esperan familiares y pacientes, dan charlas de prevención y detección de la insuficiencia renal. La enfermera dijo: “ustedes se preguntarán para qué damos estas charlas, si ya estamos enfermos; pues bien: es para que otras personas a quienes queremos y apreciamos puedan evitar este padecimiento”.

Y es cierto.

jueves, 15 de marzo de 2012

Apuntes sobre homosexualidad y homofobia

Este artículo no es un alegato a favor del matrimonio homosexual ni tampoco una apología o promoción de la homosexualidad, pero sí expresa rechazo a la homofobia.

- A qué viene esto

Hacia el final del periodo legislativo salvadoreño 2009-2012 y en vísperas de las elecciones, organizaciones conservadoras lanzaron una campaña mediática pro ratificación de una reforma constitucional que definiese el matrimonio como la unión legal entre un hombre y una mujer “así nacidos”. Su intención era blindar cualquier posibilidad de matrimonios entre personas homosexuales o transexuales, pese a que el Código de Familia ya tiene esta restricción y no ha habido ninguna iniciativa orientada a modificar dicha norma.

El tono de los artículos de opinión publicados en los medios locales tuvo bastante de prédica religiosa, mucho de argumentación moralista y, en algunos casos, furibundas diatribas contra la homosexualidad en sí misma y las personas que la practican.

El presente artículo busca aclarar algunos conceptos básicos que se manejaron en tal contexto. No es un alegato a favor del matrimonio homosexual ni tampoco una apología o promoción de la homosexualidad. Sin embargo, sí expresa rechazo a la homofobia.

- Quién es qué

Una persona homosexual es alguien que siente atracción erótica por alguien de su mismo sexo, pudiendo ocurrir que dicha atracción se desarrolle y exprese a través de relaciones sexuales íntimas.

El hombre homosexual es “gay” y la mujer homosexual es “lesbiana”. Sin embargo, también existen las personas bisexuales, que son quienes pueden tener prácticas heterosexuales -es decir, con el sexo opuesto- u homosexuales. La persona transexual es quien se siente psicológicamente del otro sexo y se comporta así, llegando en ocasiones a recibir tratamientos hormonales y hasta intervenciones quirúrgicas para modificar su cuerpo.

No obstante las diferencias apuntadas, el término “homosexualidad” suele utilizarse de modo genérico para referirse a gais, lesbianas, bisexuales y transexuales.

Ante esta realidad humana, hay quienes tienen una actitud llamada "homofobia", que es la “aversión obsesiva hacia las personas homosexuales” (en el amplio sentido, como se explicó en el párrafo anterior).

Así pues, una persona homofóbica es alguien heterosexual, hombre o mujer, que siente esta aversión (es decir, “rechazo o repugnancia”, incluso “asco”) y además la siente de manera “obsesiva”, es decir, como una “idea fija o recurrente que condiciona una determinada actitud”.

- Antes y ahora

Históricamente, la homosexualidad ha sido rechazada y condenada en la mayoría de culturas, por lo que puede afirmarse que la homofobia ha sido una actitud bastante común y, hablando en sentido estadístico, muy “normal”. En Latinoamérica y en particular en El Salvador, la cultura heredera de la tradición judeocristiana ha producido una idiosincrasia fuertemente homofóbica.

En esta parte del mundo, es hasta la segunda mitad del siglo XX que la percepción de la homosexualidad comienza a cambiar, debido a la realización progresiva de estudios profesionales psicológicos y psiquiátricos sobre la sexualidad humana. Uno de las consecuencias más relevantes de este cambio es que en 1990 la Organización Mundial de la Salud dejó de considerar la homosexualidad como una enfermedad mental, tal como había hecho la Asociación Americana de Psicología a mediados de la década de 1970.

En este mismo sentido, la lucha por los derechos civiles de diversos grupos marginales, en el contexto de la promoción universal de los Derechos Humanos, ha ido ganando grados de respeto y tolerancia para las personas homosexuales en varios lugares del orbe.

No obstante lo anterior, en el siglo XXI hay muchos países en el mundo donde la homosexualidad aún se persigue y castiga fuertemente como un delito. En El Salvador no es una ofensa a la ley civil, pero sí es condenada como pecado por las religiones mayoritarias y, en la realidad cotidiana, es rechazada de diversas maneras, incluyendo la violencia y el asesinato.

- Los prejuicios

Un prejuicio es una “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal". De la homosexualidad no se habla sino a través de la burla o la condena. Históricamente las personas homosexuales se han ocultado (como se dice, “en el closet”) o, por el contrario, se han mostrado desafiantes asumiendo el papel de lacra social que se les ha asignado.

Algunos prejuicios comunes acerca de las personas homosexuales es que son por sí mismas promiscuas, traumadas y acosadoras. Obviamente, si los únicos homosexuales que se han visto son los travestis que prostituyen en las calles, es fácil llegar a esta conclusión y generalizarla; sin embargo, existen muchos gais, lesbianas y bisexuales que viven ocultando o disimulando su orientación sexual y que no necesariamente tienen estas características, como cuentan quienes los conocen personalmente (sin que necesariamente hayan tenido intimidad). En este orden, si la masculinidad heterosexual se definiera por una muestra parcial, también habría que concluir que todo hombre latinoamericano es un macho promiscuo, traumado y acosador.

La portación y transmisión de enfermedades venéreas y el sida es otro prejuicio común, tanto así que hay quienes, desde su ceguera religiosa, llegan a afirmar que éstas son un castigo divino por su depravación; sin embargo, este tipo de enfermedades afecta tanto a homosexuales como a heterosexuales.

Ojo: no se trata de poner en superioridad o inferioridad per se a las personas homosexuales, tan solo aclarar que las características que se les adjudican también cabe aplicarlas a heterosexuales, en donde se revela que son, precisamente, prejuicios.

- Ese tema desagradable

La condena y repulsión contra la homosexualidad masculina seguramente se basa en la condena y repulsión del sexo anal, si bien hay personas heterosexuales que también lo practican. Realmente esa parte del cuerpo no está biológicamente preparada para tal fin, por lo que en este sentido no es natural. Hay argumentos médicos que explican los varios riesgos para la salud de la pareja receptora, incluso teniendo la debida información y precauciones.

Sin embargo, a pesar de no estar de acuerdo con esto, opino que la decisión de practicar o no tal variante corresponde en última instancia a la conciencia de cada quien en el pleno ejercicio de su libertad y su responsabilidad adultas.

- En síntesis

Pese al morbo y la inveterada costumbre de las gentes de ayer y hoy, soy de la opinión que cada pareja adulta tiene el derecho de decidir en común acuerdo cómo vivir su sexualidad y, además, que de esa opción no se pueden derivar automáticamente conclusiones sobre sus valores humanos, pues la calidad de persona se define por el tipo de relaciones familiares, fraternales, vecinales, laborales y ciudadanas que alguien establezca.

domingo, 4 de marzo de 2012

Públicos indómitos

“La música de Wagner me gusta más que ninguna otra. Es tan ruidosa que se puede hablar todo el tiempo sin que otras personas oigan lo que se dice. Eso es una gran ventaja, ¿no le parece, señor Gray?”

Lady Wotton en "El retrato de Dorian Gray", capítulo 4.

La palabra “audiencia”, referida al público que asiste a un acto o espectáculo, tiene en su raíz el vocablo latino “audio”, que significa “oír”.

¿Tan difícil es ser parte de ella?

No, no me refiero al caso de un artista que se plante espontáneamente en la acera o a mitad de un parque y pretenda que la gente interrumpa sus actividades para cubrirlo de gloria, aplausos y de monedas. Estoy hablando de presentaciones que se desarrollan en lugares tradicionalmente destinados a tal fin, sean auditorios, cines, teatros o salas de conciertos, adonde se supone que la gente acude con el propósito de escuchar.

El artista sabe que las reacciones ante su obra pueden ser diversas, tanto de aceptación como de rechazo, y todo comentario posterior a su recepción es legítimo en la medida que responde a las preferencias o gustos. En el mejor de los casos, si el público ya conoce la canción, le enerva y desea palmearla o cantarla en coro multitudinario, será la realización plena; pero si no, lo único que el ejecutante pide es que se le tenga en consideración, es decir, que se le atienda y escuche en respetuoso silencio, para lo cual solicita “unos minutos de su amable atención”.

Este gesto aparentemente tan sencillo es tarea cada vez más difícil en la Guanaxia Irredenta.

Tal fea costumbre se manifiesta en personas de toda condición y edad, y las formas son vulgarmente simples pero insólitamente absurdas.

En el largamente esperado concierto de Silvio Rodríguez en el país, había uno que estaba narrando vía teléfono celular su estadía en el Estado “Mágico González”, con conversaciones tales como “¡sí, ahorita está cantando ‘Ojalá’!”. A menos que tuviera doble sentido auditivo, dudo mucho que haya podido escuchar al cantautor cubano.

No creo que pegar gritos histéricos sea compatible con apreciar letras y música de cualesquiera grupos, sean o no masivamente populares. En otras latitudes y tiempos, eso ya les resultada frustrante y desagradable a los Beatles en sus últimos conciertos, allá por 1966.

En presentaciones teatrales de calidad diversa hay quienes llegan a ocupar las butacas, a veces pagando, solo para conversar durante toda la función y aplaudir cuando finaliza, como si se hubiesen enterado de algo. Si en un cine ya es molesto, a pesar de los miles de watts de potencia de los altoparlantes, tanto más donde la actuación es a viva voz o incluso con amplificación moderada.

Hace algunos años, el Dr. Germán Cáceres, director de la Orquesta Sinfónica, suspendió un concierto en el Teatro Presidente, justamente indignado por el creciente ruido ambiental de conversaciones y cierta gritería propia del patio de juegos de una guardería.

Yo mismo, en cuanto organizador, estuve a punto de emular ese gesto en un concierto con varios grupos invitados, donde tuve que hacer cuatro exhortaciones desde las más sutiles, indirectas y diplomáticas, hasta otras más enérgicas en diversos momentos, ya que la masa no se daba por enterada.

La pregunta retórica por la cual escribo estas líneas con ánimo de Pedro Picapiedra (“¡me hierve el buche de gusanos!”) es la siguiente: si no es para escuchar la música, ¿para qué *** llegan? No es el caso que en principio oigan, luego les disguste y en consecuencia hasta entonces pierdan la atención. No. Es que ni siquiera lo intentan.

¿No hay acaso otro montón de espacios libres y gratuitos para platicar a su gusto, sin que cantantes, actores, actríces y músicos de todo género les estemos interrumpiendo su conversación?