Viendo estadísticas, debatíamos en cierta ocasión si la iglesia católica está perdiendo adeptos, aunque aún conserva millones de fieles, especialmente en Latinoamérica y África. Ante los posibles porqués, los más cerrados a la autocrítica decían que porque los apóstatas son seducidos por Satanás y el pecado. Otros lo atribuían a la mejor estrategia mediática y sensorial de las iglesias evangélicas. No faltaron quienes culparon a la sociedad de consumo y sus ídolos contemporáneos. Como insumo para avivar esta interesante discusión, comparto esta breve anécdota relatada por uno de los presentes, con la usual recomendación de Don Macario: "¡ahi saquen ustedes sus propias conclusiones!"
Uno de estos años, tuve el extraño privilegio de asistir a una colosal conferencia de varias horas de duración. El tema era la moral desde una perspectiva religiosa y el ponente era un destacado sacerdote a quien, según calificativos propios y ajenos, se le tiene como progresista.
Con los acuerdos y desacuerdos del caso, la charla transcurrió con relativa normalidad por las diversas áreas temáticas hasta que llegó a la moral sexual, donde el especialista no sólo expuso con vehemencia la postura eclesiástica oficial, sino además dejó ver sus propios prejuicios en diversos comentarios.
Varias perlas dejó por el camino: desde la insistente recomendación de no permitirle a las niñas practicar fútbol por riesgo de que se vuelvan lesbianas, hasta afirmar que el acto sexual no tiene mayor historia porque sólo hay una forma lícita de hacerlo, que es la posición del misionero, “y todas las demás las aprenden los hombres en los prostíbulos”.
No faltó la exaltación, cual modelo a seguir, de una pareja que tiene diez hijos y continúa en la labor “en la vivencia de la fe”, con la correspondiente censura a los matrimonios que planifican tener únicamente el número de hijos que realmente pueden mantener, diciendo que esa actitud es una especie de idolatría de la comodidad material.
El clímax expositivo llegó cuando enumeró las perversiones sexuales, entre las cuales incluyó a íncubos y súcubos, siendo la última y más peligrosa el “tener sexo con demonios”.
En ese momento quedó clara la esencial inconveniencia de prolongar aquello con preguntas y comentarios al expositor, no fuera a ser y recurriese a la excomunión o el exorcismo.
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