Just for the record y para efectos oficiales, he ejercido la profesión docente desde 1988, si bien con anterioridad a ese año tuve dos o tres experiencias que bien podría etiquetar como “de práctica y aprendizaje” y que, sin duda, también contaron a la hora de definir mi carácter y perfil profesional.
Mi trabajo ha sido principalmente en el nivel de educación secundaria (tercer ciclo y bachillerato) en instituciones escolares del sector privado, con jóvenes de edades comprendidas entre los 12 y los 18 años, aunque ocasionalmente he tratado también con infantes de hasta 10 años. Tuve, además, una breve y subrepticia incursión como catedrático universitario no oficial (historia de la cual acaso me ocupe en otro momento).
Así pues, al momento de escribir esta entrada hay de por medio veintiséis años y medio de vivencias magisteriales, de las cuales algunas lecciones he sacado y no veo presuntuoso dar unas cuantas recomendaciones –“consejos”, si lo prefieren– que, ciertamente, no me enseñaron o muy poco me dijeron en la universidad. Claro, se basan en una experiencia particular, limitada, no universal, pero ojalá a alguien le sirvan tanto como a mí, para mejorar el día a día en el aula.
Aquí les van.
- Docente: tienes estudiantes mucho más listos que tú.
Si quieres, toma como parámetro el antiguo aunque hoy algo desacreditado coeficiente intelectual (CI). Estadísticamente, la mitad de la población es de inteligencia media (CI entre 90 y 110). Puede que tú mismo/a estés en este bloque. Hay una sexta parte cuya inteligencia está por encima de la media (CI entre 111 y 120) y casi un 10% llegan al nivel de “dotados” y “muy dotados” (CI 121 y más), así que seguramente tendrás dos o tres estudiantes así en tu aula. No quieras ser tú el más listo de la clase, aunque tu propio CI esté en este rango.
¿Y si tomas como referencia las inteligencias múltiples? Si quieres competir en este ámbito, perderás siempre. Acéptalo: hay estudiantes que te superan en inteligencia emocional, tanto como en habilidades físicas, manejo del lenguaje o capacidades lógico-matemáticas, unos aquí y otros allá.
A todos ellos/as, respétalos y gánate su respeto enarbolando y fortaleciendo aquello en lo que sí los superas y puedes guiarlos: tu madurez de persona adulta y tu dominio de técnicas de enseñanza-aprendizaje, en donde ellos mismos pueden colaborar con sus compañeros/as.
- Maestro/a: tu materia no es la más importante para tus estudiantes.
¿Amas la asignatura que impartes, colega? Te felicito. Tu materia es la más importante para ti. Pero de ahí a que creas que sea (o creas que deba ser) la más importante para tus estudiantes, hay un precipicio de distancia. No caigas en él.
A tus alumnos y alumnas tu materia no les interesa como a ti. Con suerte, habrá unos cuantos que se entusiasmarán genuinamente y querrán sacarle el máximo provecho, incluso puede que te encuentres con un chico o chica obsesionado con estos o aquellos contenidos, pero seguramente para la mayoría será una más dentro del pensum y quizá hasta haya quienes la detesten. No lo tomes como una afrenta personal.
Ahora bien: que esta certeza no te desanime sino al contrario. Imparte la materia con todo entusiasmo y procura contagiárselo a tus educandos, prepara las mejores experiencias educativas y anímales a dar lo mejor de sí, pero ten presente esta verdad en todo momento: cada quien tiene sus preferencias, prioridades, vocaciones y afinidades, y tu bendita materia puede que no ocupe un lugar preeminente en esa amalgama de circunstancias.
Eso sí: tampoco te hagas la víctima, que esa actitud es contraproducente y cae mal.
- Profesor/a: el tiempo para diseñar un examen inteligente es una sabia inversión.
Bien se puede afirmar que hay una relación inversamente proporcional entre el tiempo dedicado a elaborar una prueba escrita y el tiempo necesario para calificarla. En ocasiones, por falta de planificación y por la prisa, uno diseña exámenes a la ligera y luego, al momento de revisar, paga el precio con creces. Por el contrario, dedicar un buen par de horas para la elaboración de una prueba objetiva, pensando desde su génesis en los criterios de corrección e indicadores clave, suele facilitar muchísimo el siempre tortuoso momento de revisión.
- Mentor/a: las notas no son un forcejeo con tus estudiantes.
Es así de simple: pon la nota que cada quien haya sacado, conforme a las actividades asignadas y los criterios estipulados. No tienes por qué hacer de esto un pugilato entre tú y tus estudiantes. Reprobar a muchos tan solo para “demostrarles” que no saben nada solo pone en evidencia un ego enfermizo; considerar una afrenta que alguien lleve un diez en tu materia, “porque el diez es para el profesor”, ya ni se diga.
Pero tan detestables son las notas que se asignan con mezquindad como aquellas que se regalan "para caer bien".
Claro está que tus alumnos y alumnas pueden salir muy bien o muy mal en determinadas pruebas, pero eso nada debe tener que ver con tus estados de ánimo, mucho menos con aspectos de control puramente disciplinario dentro del aula o con un espíritu de abuelo bonachón. En cualquier caso, si las cosas van mal en cuanto a notas, tómalo como un indicador y busca soluciones de las causas, no de los efectos. Esa risa de villano de película ante los caídos en combate no te luce.
- Educador/a: no eres uno de tus estudiantes.
No eres uno de ellos, acéptalo, así tu diferencia de edad sea de tres o treinta años. Te puedes llevar bien con la juventú’, apoyarles cuando lo necesiten, incluso darles alguno consejo si te lo piden, pero no eres y nunca serás uno de ellos.
No puedes regresar en el tiempo y, si pudieras, definitivamente no serías su profesor/a.
Si tu condición física te lo permite, ocasionalmente puedes hasta jugar un partidillo informal de futbol o baloncesto, pero no eres uno de ellos.
Según hábitos y criterios culturales, puedes permitirles que pasen del trato de “usted” al de “tú” o “vos”, pero eso no te hace uno de ellos.
Tampoco eres amigo de ellos. Te pueden contar sus penas pero tú no se las puedes contar a ellos. Ya si en su edad adulta las circunstancias de la vida los hacen coincidir, puede que entonces construyas amistades con algunos de quienes fueron tus alumnos/as, pero mientras tanto, guarda una prudente distancia y no te creas uno de ellos. Nunca, ni en tu más extraviada imaginación.
¡He dicho!