Desde hace algún tiempo en la Guanaxia Irredenta, se viene escuchando el clamor de muchas personas contra el bajo nivel académico de funcionarios de elección popular (alcaldes, diputados/as, presidentes), cuya ignorancia supina en ocasiones raya en lo grotesco.
Nuestra Constitución Política pide título universitario solamente a jueces y magistrados (que deben ser agobados), mientras que para diputados/as basta con tener cierta edad, estar en ejercicio de sus derechos ciudadanos y ser de “notoria honradez e instrucción” (art. 126 Cn.). Y para Presidente de la República y sus ministros, el requisito es similar: “moralidad e instrucción notorias” (arts. 151 y 160 Cn.).
El problema es que dichos preceptos constitucionales no están desarrollados en ninguna ley secundaria, por lo que en la práctica son inexistentes.Este tuit representativo expresa dicha preocupación con bastante claridad.
Exijo que mis próximos presidentes hayan completado sus estudios universitarios. #ElSalvador no más bachilleres jefes de Estado por favor!
— Natalia del Cid (@delcidnatalia) 4 de agosto de 2016
Lo que parece estar de fondo es el paradigma del filósofo gobernante, formulado explícitamente por Platón en La República, pero también compartido por muchas otras culturas tan antiguas como la humanidad misma.
Cabe recordar que la filosofía en la antigüedad griega comprendía todos los saberes humanos, incluida la ciencia y no solo las humanidades. El planteamiento platónico es que el gobernante, merced a un cuidadoso proceso educativo, llegue a conocer la verdad y el bien, para así guiar a su pueblo a un estado de felicidad.
En similares términos se expresa el rey Salomón, arquetipo del buen gobernante, cuando clama al Altísimo: “Dame ahora sabiduría y conocimiento, para que pueda salir y entrar delante de este pueblo” (2 Crónicas 1, 10).
Sin embargo, un análisis más atento nos revela cierta falacia en el planteamiento del citado tuit, pues el conocimiento académico no necesariamente deriva en sabiduría, y ejemplos sobran, no solo en el ámbito político sino también en el familiar.
La teoría de las inteligencias múltiples explica este fenómeno con bastante claridad. Una persona puede tener gran inteligencia lógico-matemática, con títulos y doctorados, pero carecer de las inteligencias lingüística e interpersonal, esenciales para un liderazgo efectivo. Y a la inversa también es posible.
¡Cuántos hombres y mujeres con estudios muy superiores han fracasado en sus vidas familiares! Inteligentes en el aula, no lo han sido en sus casas.
Desde 1984 en El Salvador tuvimos cuatro presidentes con títulos universitarios (Ing. Duarte, Lic. Cristiani, Dr. Calderón Sol y Lic. Flores) y no hay evidencia de que por ello hayan sido mejores que los bachilleres Saca y Funes. (Personalmente creo que Duarte ha sido el peor de todos los mencionados, por razones que ya comenté en otra entrada.)
En la honorable Asamblea Legislativa tenemos tanto diputados/as semi-analfabetas como otros multi-titulados y hasta con maestrías, pero los niveles de estupidez política mostrados por unos y otros definitivamente no están en proporción directa con sus estudios o la falta de ellos. (Piense en esto: la propuesta barbárica del notable abogado Velásquez Parker no es mejor que cualquier alocución hepática del Diablito Ruiz).
Lo dicho hasta aquí no debe entenderse como un menosprecio a la educación formal y superior, sino como un llamado de atención a no identificar mecánicamente el conocimiento académico con la sabiduría, la cual va más con el concepto de educación integral.
En efecto: es deseable que un funcionario/a de elección popular tenga estudios superiores, pues la educación formal ayuda a desarrollar ciertas áreas del cerebro y sistematiza el conocimiento; pero aún todo ello no garantiza ni su honestidad ni su capacidad de discernimiento, así como tampoco dichas cualidades derivan automáticamente de una filiación política o religiosa.
Si, como dice la voz popular, "para bruto no se estudia", también es cierto que "un título no te quita lo pendejo".
Lo ideal es tener funcionarios/as que sean tan educados como prudentes, discretos y sabios; pero el problema está (y seguirá estando) en que todavía no hay receta comprobada para adquirir dicha sabiduría.