Sin duda, Gone with the wind (1939) es la película más mencionada que nunca vi, hasta el día de hoy. Durante mi infancia se la escuché mencionar a mi madre y mis hermanas, lo que el viento se llevó por aquí, lo que el viento se llevó por allá, y de allí surgió mi impresión de que el filme era una gran cosa.
Y sí, lo es… pese a sí mismo.
Me explico.
La primera parte (de aproximadamente 105 minutos de duración) es realmente épica: una historia de amor obsesivo en el contexto de la guerra de secesión, con escenas impresionantes y personajes si bien bastante estereotipados pero cargados de una fuerza interior clásica. Justo antes del intermedio, la escena de Scarlett con la tierra en sus manos haciendo un valiente juramento debió bastar para un final abierto digno de lo hasta entonces presentado. Hasta allí, una obra maestra
Pero… luego del entreacto, la película continúa por aproximadamente 120 minutos más, que no están a la altura y comprometen su excelencia.
Es allí donde aparece el excesivo melodrama, el novelón diseñado para llorar a moco tendido. Los frecuentes saltos en el tiempo (“una semana después…”, un año después…”) hacen caer la película en lo puramente anecdótico, que por ir en esa prisa no queda bien narrado.
Y luego está el fallido matrimonio de Rhett y Scarlett.
Sobre este punto en particular, me llama mucho la atención que el afiche y toda la publicidad de la película se haya centrado precisamente en esta pareja (protagonizada por Clark Gable y Vivien Leigh), como si representaran la quintaesencia del amor, cuando lo cierto es que el blanco de la gran obsesión amorosa no correspondida de Scarlett siempre fue el pelirrojo Ashley Wilkes. Si bien Rhett dice amar a Scarlett y por momentos esta parece corresponderle, no hay diálogo entre ellos que no esté cargado de ironía y sarcasmo, así como violencias verbales y hasta físicas, incluso en momentos en donde el dolor ante la tragedia aconseja moderación.
El final “final” nos presenta una vez más a Scarlett sola y de cara al futuro, reencontrándose con la tierra, su amada plantación llamada Tara, y formulando una tibia expectativa de recuperar a Rhett (luego de descubrir inexplicablemente que lo ama). Es, pues, un final abierto pero sin la décima parte de convicción ni fuerza del primer “final”, dos horas antes.
No obstante, la primera parte es lo suficientemente buena como para sacar el filme con balance positivo… toda vez no le moleste demasiado una historia contada desde una sociedad patriarcal, conservadora y esclavista a la que nunca se cuestiona.
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Posdata: la traducción del título como "se fue con el viento" me parece mucho más apropiada y sugerente que "lo que el viento se llevó". Cuestión de gustos.
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